Usualmente las negrillas y subrayados son nuestros.

miércoles, marzo 04, 2009

Para un contexto del pensamiento económico aristotélico

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Dimensiones de la vida de Aristóteles, como filósofo, que son necesarias para contextualizar su pensamiento económico. Destaca el hecho de que se dan referencias de Aristóteles como precursor del método inductivo, basado en la experimentación y no en la especulación como el método deductivo.

Las negrillas y separación de algunos párrafos son nuestros para efectos de estudio.

Tomado de:


Aristóteles

Aristóteles, nació en Estagira, Macedonia, el año 384 a. de J.C. y murió en 322 a. de J.C.

Fue discípulo de Platón y maestro de Alejandro Magno.

Creó su "Liceo" que fue tan prestigioso como la "Academia".

Su filosofía se caracteriza por ser un movimiento filosófico y científico basado en la experimentación.

Concepción revolucionaria. En un panorama filosófico denominado por la ciencia del mundo exterior y la cosmología, creó un concepto de la sociedad, de la realidad y del hombre totalmente diferente. Enfatizó la transformación de su sociedad política porque afianzó la libertad democrática en su obra "Las Constituciones de Atenas", contra Filipo de Macedonia, quien reaccionó ordenando su muerte, ya que vislumbró que la democracia terminaría por derrotar al totalitarismo.

En el campo de la metafísica - hasta entonces denominado por Platón - en el que tenía predominio las ideas y por lo tanto el mundo ideal y dialéctico de la lógica y el pensamiento sobre la realidad y la experiencia, él decidió crear bases totalmente diferentes para constituir en ellas la filosofía y la ciencia.

Su gran revolución ideológica la hace precisamente en el campo de la teoría del conocimiento. Contra todos los filósofos que presumían la validez del conocimiento, él dice que sin experimentación no hay verdad.

Aristóteles da realidad a las ideas entendiéndolas como la esencia de las cosas reales - "Nada hay en la mente que no haya estado antes en los sentidos".

Frente a toda metafísica, a la filosofía cosmológica y frente al idealismo metafísico e intelectualista de Platón, la posición de Aristóteles no puede ser más radicalmente distinta.

Por la fuerza de su ingenio trascendió su época y se proyecto en el siglo XVII y XVIII, época en que su tesis es sostenida por los empiristas británicos John Locke, George Berkeley y Davis Hume, y en cierto modo también Emmanuel Kant, filósofo alemán creador de la filosofía crítica.

Aristóteles inventa el empirismo, pues considera que todas las filosofías y las ciencias tienen que partir de las experiencias, es decir, de todas las sensaciones que nos ofrece el mundo de la percepción y del conocimiento sensible.

Redescubre la experiencia y la erige en base del conocimiento verdadero.

La percepción que había sido desechada como conocimiento impreciso y engañoso es decir, el DOXA, para él es el punto de partida necesario y obligatorio, no sólo de toda la filosofía, sino de todas las ciencias.

El mismo inventó y construyó por primera vez en Occidente casi todas las ciencias naturales más importantes, tales como la física, la química, la geografía y también las ciencias sociales más significativas como la ética, la política y el estudio de la sociedad.

En su obra "Organon", desarrolla una lógica y una epistemología que le permiten perfeccionar y alcanzar el conocimiento científico a la vez demostrativo y convalidadamente verdadero.

Creó su lógica para garantizarse un acceso sólido del conocimiento a la realidad.

Cambió el curso de la filosofía al pensar que las ideas y los pensamientos no eran como lo creyó Platón. Insertó las ideas en el mundo real, tanto las cosas materiales que se ofrecen al conocimiento sensible, como las ideas y conceptos.

Desde entonces las ideas no flotan en vacío ideal sino que existen en las cosas mismas de la realidad.

Al mismo tiempo que fue el creador del "empirismo epistemológico", fue también gestor del "realismo metafísico". Hay una realidad exterior que puede ser accesible al conocimiento empírico.

Aristóteles deja de depender de las ideas y desarrolla su concepción hilemorfista, que consiste en que las esencias o sustancias de las cosas reales tienen una realidad DUAL; ellas son : Materia y Forma y en sus relaciones de unas cosas, causa y/o efecto.

Sobre este concepto de casualidad de : "No hay efecto sin causa" y "todo efecto debe ser proporcionado a su causa", se construirá toda la ciencia antigua, moderna y contemporánea.

Sobre el principio de la relación entre materia y forma, se elaboraron la psicología, la sociología y la política, así como, por supuesto, una nueva antropología filosófica. Para la esencia del hombre, el cuerpo es la materia y la forma es el alma.

Aristóteles es el inventor, en Occidente, del concepto del alma como primer principio, primera fuerza o energía, que da origen a la vida, a la sensación y a la intelección.

La estructura integrada del plano biológico y reflexivo intelectual del hombre de una manera unitaria y teleológica. En virtud de lo cual, todas las partes que constituyen el organismo humano están al servicio supremo, del que éste emplee su finalidad de supervivencia, integridad, perfeccionamiento y desarrollo individual.

En lo primero que define a Dios como la "suprema causa" y el "motor fundamental del Universo".

Entre sus obras principales, además de la metafísica, como teoría de las causas primeras, está su : "De Anima" o "Del Alma", que es el primer tratado científico de la filosofía y de la psicología.

También inventó la lógica o arte y ciencia del pensamiento correcto que distingue los falsos modos de razonar como los Sofismas y los Paralogismos y la falacia comprendida en sus libros.

Fue Aristóteles quien introdujo la denominación de Etica para designar lo concerniente a los principios del bien y del mal; y, de "Filosofía Práctica", para la disciplina que dicta las reglas a que debe someterse la conducta humana.

Según Aristóteles, la virtud es el objeto de la Etica, mientras que la moralidad lo es de la Filosofía Práctica. Hay, no obstante, confusiones posteriores debidas a las traducción; así por ejemplo, CICERON tradujo la palabra griega "ético" a la latina "moralis", y SENECA llamó a la ética "Philisophia Moralis". Desde entonces aparecen con más frecuencia estos tres nombres : Etica, Filosofía Moral y Filosofía Práctica, designando, con leves matices de diferencia, la misma disciplina filosófica. Sin embargo, desde la Antigüedad hasta el presente, la expresión Filosofía Práctica no se refiere exclusivamente a lo ético, sino que abarca también la Política, la Economía y el Derecho.

Aristóteles en su obra "Etica de Nicomaco" hizo la primera exposición sistemática de esta disciplina. Considera como cuestión fundamental la del "supremo bien, o sea un bien que se desea por sí mismo y por el cual, a la vez, se desea todos los demás bienes; todos coinciden en que este supremo bien es la felicidad". Pero ¿en que consiste? . Según Aristóteles, la virtud es un modo de pensar y de sentir que se mantiene en el justo medio entre el exceso y el defecto; este justo medio puede ser conocido por la razón, y quien lo conoce, como el sabio, obra en consecuencia y es feliz; pues, la felicidad no es sino la actividad de la vida conforme a la razón.

Después de Aristóteles, los Estoicos y los Epicúreos siguen la misma ideas con muy leves innovaciones.

Así, los ESTOICOS consideran que la felicidad consiste en la "apatía", o sea el estado de una vida serena, libre de las pasiones que subyugan a los insensatos, y que realizan la acción virtuosa conforme al deber, que es lo mismo que conforme a la razón.

Por su parte los EPICUREOS (Seguidores de Epicuro) sostienen que el supremo bien es la felicidad, pero entendida como placer, es decir como diversión, entretenimiento y satisfacción sin impedimentos. Para lograr la felicidad se necesita mantener la buena salud del cuerpo y una "inquebrantable tranquilidad del alma no estorbada por pasiones ni apetitos"; a esto le llamaron "ataraxia", estado parecido al de la apatía, de los estoicos. También reconocen a la razón como el medio de conseguir la felicidad, y por eso, también el sabio representa el ideal de la conducción moral de la vida.

El CRISTIANISMO introdujo una nueva concepción ética basada en los siguientes principios:

1º.- El hombre tiene la culpa de sus desgracias y sufrimientos;

2.- Todos los hombres son iguales por ser hijos de Dios, quien los creó en un acto de puro amor y, por eso, "amar a Dios y al prójimo como así mismo" es el sentimiento y el deber fundamental;

3º.- La salvación, o dicha eterna, y la perdición, dependen de la libre voluntad del hombre, pues él puede elegir el difícil y angosto sendero de la virtud, la misericordia, la beatitud y la purificación; o el amplio camino del vicio, el placer, el egoísmo, etc. etc., que finalmente conduce a la perdición; y

4º.- Existe un especie de casualidad ética, pues "quien siembre vientos cosecha tempestades".

La novedad de la concepción cristiana consiste principalmente en la importancia básica del sentimiento del amor, del que carecieron la concepciones griegas de la antigüedad, que fueron eminentemente racionalistas, que lucieron el brillo de la razón, pero también su frialdad.

Trabajo realizado por:
elmago@umailme.com
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Cálculo del Costo Marginal

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Un ejemplo de cálculo específico del costo marginal y del producto marginal, puede verse en:


http://www.zonaeconomica.com/costo-marginal

miércoles, febrero 25, 2009

La Economía Política y el Cristianismo (1862)

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Las negrillas y separación de algunos párrafos son nuestros para efectos de estudio.

Importante texto para situar los debates teóricos sobre los orígenes de la Economía Política, como ciencia. La concepción del egoísmo capitalista como factor de desarrollo, es criticada desde la óptica del cristianismo de mediados del siglo XIX. Este es el extracto de la primera de ocho partes, que pueden ser consultadas en la referencia electrónica abajo mencionada.

Tomado de:

http://filosofia.org/zgo/zgecop1.htm

Son muchos los que creen que la Economía política es una ciencia absolutamente nueva, y para algunos el origen y existencia de esta ciencia no se extiende mas allá de los nombres de Quesnay, Smith y Malthus. Nosotros no podemos admitir sin restricciones este modo de apreciar el origen y existencia de la Economía política. Admitimos de buen grado que esta sólo comenzó a presentarse con las formas y condiciones de ciencia, de estudio distinto y separado de la legislación y la política, desde la publicación de las Máximas generales de Gobierno Económico de Quesnay. Admitimos [2] también que desde el último tercio del siglo pasado ha entrado en una nueva fase, adquiriendo notable desarrollo bajo la impulsión de los escritos publicados por Smith, Say, Malthus, Storch, Blanqui, Rossi, Bastiat y tantos otros, cuyos trabajos tienden a constituir la Economía política sobre bases y condiciones propiamente científicas, con sus principios, sus leyes y sus deducciones especiales.

Pero, ¿quiere decir esto que antes de esa época nada se sabia de Economía política? ¿Deberemos decir por eso que esta clase de estudios eran completamente desconocidos en los siglos anteriores?

La historia de los pueblos y su legislación nos enseñan que, antes que apareciera el sistema agrícola de Quesnay, había dominado en las naciones de Europa, y con especialidad durante los siglos XVI y el sistema de las restricciones y privilegios, conocido en Economía bajo el nombre de SISTEMA MERCANTIL, sistema basado sobre la idea de que el oro y la plata constituyen la verdadera riqueza de las naciones.

Sabido es también que durante los expresados siglos, o mejor dicho, en el último tercio del siglo y primero del siglo siguiente, aparecieron ya escritos notables, en que se trataban de una manera más ó menos completa los diferentes problemas de que se ocupa hoy la Economía política. Testigos la República de Bodin y el Discurso sobre la moneda de Scaruffi. Testigos también los escritos publicados a la sazón por [3] Davanzati, Montanari, y especialmente por el napolitano Serra.

Si quisiéramos hacer alarde de erudición, y no lo consideráramos innecesario al objeto principal que nos hemos propuesto al escribir estos artículos, no nos sería muy difícil comprobar con numerosas citas que no pocos escolásticos de los siglos XIII y XIV sabían algo de Economía política. La obra de santo Tomás De Regimine Principum, y la que con título igual escribió el agustiniano Egidio Romano, contienen pasajes notables sobre no pocos de los problemas a que se refiere la ciencia económica de los Estados.

Pero pasemos más adelante en nuestra marcha retrógrada, y llegando hasta la antigüedad pagana, veamos si las naciones cultas anteriores al cristianismo, eran completamente extrañas a las nociones de Economía política.

Cierto, que no encontraremos entre los antiguos, ni tratados especiales y exclusivos de esta ciencia, ni el examen y discusión de todas las doctrinas y problemas que abarca este estudio en nuestro siglo; pero esto no prueba de ninguna manera que sus sabios no meditaron sobre estos problemas.

Si no escribieron tratados especiales de Economía política, fue porque acostumbraban a separar la Economía de la Política. La constitución especial de la familia entre los antiguos, aun con respecto a las naciones más civilizadas, como Grecia y Roma, constitución [4] de condiciones completamente diferentes de las que recibió después bajo la influencia benéfica y regeneradora. del cristianismo hacía necesaria una ciencia especial, a la que apellidaban Económica, y que consideraban como distinta y separada de la Política. Sin embargo, en esa Económica, y sobre todo en la ciencia que apellidaban Política, hacían entrar, bajo una forma u otra, muchos de los principales problemas que hoy se consideran como propios de la Economía política. Testigos la República de Patón la Económica y la Política de Aristóteles, y los libros De officiis de Cicerón, en que se hallan tratadas muchas cuestiones económico-políticas, bien que en relación con las instituciones sociales de aquel tiempo.

Ni es de extrañar tampoco que sus escritos y discusiones sobre esta materia fuesen limitadas, sin abarcar todos los problemas de la ciencia actual. ¿No sería absurdo el pretender que los griegos con sus pequeñas repúblicas, y los romanos con su pensamiento dominante de conquistas, se hubieran ocupado de aquellos problemas económico-políticos que dependen en su mayor parte y se hallan en relación con el inmenso desarrollo del comercio y la industria en las naciones modernas? ¿Podían aquéllos ocuparse de ese crédito moderno, con sus diferentes y multiplicadas formas y aplicaciones, que tan importante papel desempeña en la sociedad de nuestros días, y que tanto influye en la producción y acumulación de las riquezas? [5]

Por otra parte, es preciso tener en cuenta que la organización social de los antiguos era esencialmente diferente de la que han llegado a alcanzar las naciones modernas, formadas sobre las doctrinas e ideas traídas al mundo por el cristianismo, y sujetas por espacio de muchos siglos a su acción lenta, pero segura y esencialmente civilizadora.

Dejando a un lado otras infinitas diferencias, basta recordar la esclavitud que entraba como un elemento constitutivo en la organización de las antiguas sociedades, para convencerse de que la Economía política de Grecia y Roma, no pedía ser la Economía política de la moderna Europa.

Uno de los mas difíciles problemas de cuya solución se ocupa la moderna Economía política, es el que se refiere al mejoramiento y bienestar de las clases obreras y a la extinción ó remedios del pauperismo.

Pero este problema, o no existía o cuando menos no podía existir con las mismas condiciones en las sociedades en que los esclavos, que constituían entonces la clase obrera, eran considerados como cosas y no eran admitidos a la participación de los derechos civiles, como lo son, si no siempre en la práctica, a lo menos en principio, los obreros de nuestra sociedad.

En conclusión: creemos poco fundada la opinión de los que miran la Economía política como una invención de los últimos siglos, y nos atrevemos a rechazar como apreciaciones superficiales las de aquellos que [6] piensan que esta ciencia nada ha significado en el mundo hasta que se ocuparon de ella los economistas de los últimos tiempos.

Prescindiendo de las ideas emitidas sobre esta materia por los buenos escritores de la edad media, y dejando también a un lado los ensayos más o menos completos, publicados a últimos del siglo XVI y principios del XVII, es incontestable que los filósofos y legisladores de la antigüedad pagana se ocuparon bastante de estas materias. Si no escribieron tratados especiales y exclusivos, fue porque esta ciencia se hallaba entonces como embebida en la Economía y la Política, y si no abordaron todos los problemas de que se ocupa hoy la ciencia, fue porque la organización social de los antiguos, diferente esencialmente de la nuestra, hacia cambiar necesariamente las condiciones de muchos de los problemas que pertenecen a la Economía política. Pero dejemos la Economía política de antiguos tiempos, y volvamos la vista hacia la de nuestra época.

El antiguo sistema mercantil había ido desapareciendo poco a poco de las naciones de la Europa, y sobre sus ruinas levantábase el sistema agrícola de Quesnay, Dupin, Turgot y demás economistas franceses, cuando en 1771, aparecieron las Meditaciones sobre la Economía política del conde Verri, el cual dio un golpe mortal al sistema agrícola de los economistas franceses.

Verri sólo había destruido; faltaba un hombre capaz [7] de edificar.

Desgraciadamente realizó esta empresa Adam Smith con sus Investigaciones sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones.

Y decimos desgraciadamente, porque Smith es como el jefe de esa escuela semi-materialista de Economía política, que sólo ve en el hombre un capital y un productor de riquezas; escuela cuyos principios desecantes, y cuyas doctrinas egoístas tienden a hacer más desgraciada la suerte de los pobres, en vez de aliviar su infortunio; escuela, en fin, para la cual casi nada significan y en la cual para nada entran la religión y la moral.

Se ha dicho y repetido a porfía que Smith es el verdadero fundador de la ciencia de la Economía política. Esta afirmación es verdadera hasta cierto punto, si se consideran los trabajos de Smith bajo un punto de vista puramente literario; porque este escritor, abarcando en su obra, bajo procedimientos metódicos, todas las cuestiones de esta ciencia, determinando sus principios y leyes generales, desenvolviendo sus conclusiones y estableciendo teorías más o menos sólidas y verdaderas sobre los diferentes problemas de que ocuparse suele la Economía política, dio a las doctrinas económicas una forma científica completa y más universal que la que hasta entonces habían alcanzado.

Empero, aparte de los defectos y errores en que abunda la doctrina de Smith, aun bajo el punto de vista literario y científico, para nosotros el error grande del sistema económico de Smith y el defecto [8] capital ante el cual desaparecen todas las bellezas y méritos que suponerse quieran en sus escritos, es ese espíritu de egoísmo práctico, y esa indiferencia moral y religiosa que domina su sistema; espíritu de egoísmo y de indiferencia que el cristianismo no puede menos de condenar como opuesto a su enseñanza, a su historia y a su misión divina sobre la tierra en favor del hombre y de la sociedad.

En medio de sus extensas teorías sobre la producción y distribución de las riquezas, sobre el consumo de las mismas y sobre las ventajas de la división del trabajo, Smith no halla ni busca nada para impedir la degradación moral del hombre, no parece preocuparle en lo más mínimo la suerte de esa clase infortunada de obreros que caminan rápidamente al embrutecimiento y la inmoralidad, sepultados en las fábricas y talleres; en una palabra, en la teoría de Smith el hombre moral y religioso no significa nada, y desaparece por completo ante el hombre material, ante el hombre máquina, ante el hombre productor de la riqueza. Por eso vemos a los partidarios de su escuela definir al hombre «un capital acumulado, que no tiene valor sino según la masa de este capital en el interés de la producción.» Por eso vemos a Say, principal representante y propagador en el continente de las teorías de Smith, afirmar osadamente que «la equidad no prescribe los socorros públicos.» Por eso vemos, en fin, a esa escuela encerrarse en el estrecho circulo de los intereses materiales, y prescindir enteramente de los intereses morales [9] y religiosos del hombre; investigar sin descanso los medios de llegar a una producción ilimitada de riquezas, sin ocuparse del bien moral de los individuos.

¿Puede avenirse el cristianismo con semejante Economía política? ¿Puede dejar de condenar esas teorías egoístas, esas doctrinas, en que se halla encarnado un materialismo práctico tan desconsolante?

No, mil veces no. El cristianismo, cuya misión divina sobre la tierra es la rehabilitación intelectual y moral del hombre en este mundo, abriéndole de esta suerte el camino para llegar a la consumación de esta doble rehabilitación en el seno de Dios; el cristianismo, que marcha siempre a su objeto y realiza sus destinos en el mundo, apoyándose sobre el gran principio de la caridad divina, no puede avenirse con esas frías teorías, que sólo se ocupan del modo de acumular riquezas sin cuento en las manos del poderoso; que sacrifican la humanidad pobre a la humanidad rica, y que enseñan prácticamente a esta a pasar con indiferencia al lado de aquella.

Y es por eso que, bajo la influencia de la enseñanza católica, no tardó en levantarse una nueva escuela de Economía política en oposición con la escuela egoísta de Smith, Say y sus discípulos.

Algunos hombres reflexivos, reconociendo las funestas consecuencias prácticas de las teorías de la escuela inglesa, dieron a la Economía política un carácter más humanitario, más benéfico, más fecundo y más en armonía con la dignidad del hombre, haciendo entrar en la [10] ciencia el principio moral y el principio de beneficencia cristiana.

{Texto tomado directamente de Zeferino González, Estudios religiosos, filosóficos, científicos y sociales, Tomo segundo, Imprenta de Policarpo López, Madrid 1873, páginas 1-121. Transcribimos la Advertencia que figura al inicio de este volumen: «Advertencia. El artículo que lleva por epígrafe La Economía política y el Cristianismo, aunque escrito en Manila en el año que indica su fecha [1862], ha sido refundido y considerablemente añadido para su publicación en estos Estudios.»}
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lunes, febrero 16, 2009

Walras y los Bienes Raíces

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Las negrillas y separación de algunos párrafos son nuestros.

Tomado de:

http://ecobachillerato.com/economistas/walras.htm

LEONN WALRAS

Autor: Jesús Pérez Allueva

Léon Walras (1834-1910), es un economista francés nacido en Evreux.

Fue profesor en la universidad de Lausana. A partir de 1870, Léon Walras denunció las teorías económicas liberales que se enseñaban en las universidades y que consideraba insuficientes para explicar los problemas económicos de su tiempo. En su obra "Elementos de economía política pura"(1874), su crítica se centra en particular en la teoría del valor del trabajo y de la renta de los bienes raíces de David Ricardo, pero también pone en tela de juicio toda la herencia clásica (sobre todo la de Adam Smith).

Influido por el matemático Antoine Cournot, fue uno de los primeros en introducir de manera sistemática el cálculo matemático en economía.

Walras sitúa la empresa en el centro de la economía y se interesa por su acción en el marco de una competencia entre agentes, así como en una interdependencia de todos los mercados económicos: los mercados de productos (bienes y servicios) y los de factores de producción (trabajo, tierra y capital). Se cuestiona como fijar los precios y las cantidades de manera simultánea y plantea el problema económico del equilibrio en general, es decir, de la estabilidad de los equilibrios sobre todo los mercados. La atención que dedicó a esta cuestión caracterizó a los miembros de la Escuela de Lausana, concretamente al sucesor de Walras, Vilfredo Pareto. Junto al austriaco Carl Menger y al británico Stanley Jevons, al que no conocía en el momento en que emprendió esta vía de investigación, fue considerado uno de los fundadores de la corriente neoclásica y del marginalismo.

Teoría del valor trabajo, principio que afirma que el valor de un bien o servicio depende de forma directa de la cantidad de trabajo que lleva incorporado.

Adam Smith pensaba que el trabajo era la unidad de medida exacta para cuantificar el valor, pero no el factor determinante de los precios.

Durante los 25 años posteriores al fallecimiento de Smith, David Ricardo desarrolló la teoría del valor trabajo en sus Principios de economía política y de la imposición (1817) en la que afirmaba que todos los costos de producción son, de hecho, costos laborales que se pagan, bien de una forma directa o bien acumulándolos al capital (por ejemplo, maquinaria adquirida gracias al esfuerzo de los trabajadores). Por ello se defendía que los precios dependerían de la cantidad de trabajo incorporado en los bienes o servicios. Sin embargo, el posible fallo de la teoría es que si dos bienes se producen utilizando la misma cantidad de factor trabajo, pero uno de ellos utiliza más factor capital, el productor del bien intensivo en capital tendrá que recoger el valor de este capital e incluirlo en el precio si quiere obtener la misma tasa de beneficios o ganancias que la del productor del bien intensivo en trabajo. No obstante, la teoría del valor basada en el trabajo se convirtió en un principio fundamental en el pensamiento económico de Karl Marx, que suponía que sólo el factor trabajo podía crear valor.
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lunes, noviembre 10, 2008

La Crisis Económica y el Sol

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Negrillas y separación de párrafos son nuestros, para análisis.

Tomado de:

http://www.eumed.net/cursecon/dic/dent/j/jac.htm

Uno de los más notables economistas y estadísticos británicos del siglo XIX (1835-82). Sus tratados sobre fluctuaciones de precios, acompañados de amplia información de números índices, sobre las causas de las crisis económicas y bancarias, y sobre teorías económicas, adquirieron amplia difusión y todavía gozan de alguna autoridad.

Se dió el caso de que Jevons desarrolló las mismas ideas de Gossen (...), aunque Jevons manifestó que no tuvo el menor conocimiento de la obra de aquel economista alemán hasta veinte años después de haber publicado su Theory of Political Economy.

Cuando el campo de las ideas económicas estaba dominado en Inglaterra por John Stuart Mill, Jevons desarrolló su teoría de la utilidad -que después llamó valor en cambio- distinguiendo el grado final de utilidad o utilidad marginal, de la utilidad total, aplicando las concepciones y símbolos de los cálculos que conducen a la ecuación del cambio, sentando de esta manera la base para que los tratadistas británicos elaborasen sus nuevas- teorías, simultáneamente con Walras y los campeones de la Escuela austríaca; Menger y Wieser. Jevons sostenía que el valor residía en la utilidad y no en el costo de producción, como afirmaba Mill.

Sus trabajos estadísticos sobre las fluctuaciones periódicas en los mercados de dinero han servido de modelo para ulteriores investigaciones. Sus índices de precios calculados para el período de 1845 a 1862, se retrotrajeron después hasta el 1782 y son estimados como algo de lo más preciso y bien comentado que se ha hecho en ese orden de estudios.

Con respecto a su discutida teoría de si las manchas solares se relacionan con las crisis económicas, es justo hacer observar que lo que él estudió fue la coincidencia de la aparición de esas manchas con las variaciones de la radiación solar que afectaban las cosechas de las zonas tropicales y subtropicales y, por lo tanto, la demanda de productos británicos manufacturados, las consiguientes crisis, y los períodos de hambre en la India.

Sus obras más conocidas son: The Goal Question (1865); The Theory of Political Economy (1871); The Periodicity of Commercial Crisis and Its Physical Explanations (1878); Commercial Crisis and Sun-Spots (1879); Principles of Economics (1882), y lnvestigations in Currency and Finance (1884).
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viernes, octubre 17, 2008

Puntos de Lectura para El Capital

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Propuesta borrador para una guía de lectura de capítulos seleccionados del Tomo I de El Capital, de Carlos Marx.
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Capitulo IX
1. Concepto de cuota de plusvalía
2. Concepto de masa de plusvalía
3. Concepto de valor de capital variable
4. Formula para el calculo de la masa de plusvalía
5. Impacto de una disminución del capital variable
6. Concepto de limite absoluto de la jornada media de trabajo
7. Primera ley de la masa de plusvalía
8. Segunda ley de la masa de plusvalía
9. Tercera ley de la masa de plusvalía
10. ¿Qué sucede con el capital variable y constante en distintas ramas de producción?
11. ¿Qué sucede con el capital variable y constante en la misma rama de producción?
12. Concepto de capital personificado
13. Concepto de trabajo ajeno

Capitulo X
14. Relación entre plusvalía relativa, trabajo excedente y trabajo necesario
15. Concepto del aumento de la capacidad productiva del trabajo
16. Concepto de plusvalía absoluta y su relación con el trabajo necesario y trabajo excedente
17. Relación del aumento de la capacidad productiva del trabajo y el abaratamiento de las mercancías
18. Concepto del valor individual de la mercancía
19. Concepto del valor social de la mercancía
20. Concepto de plusvalía extraordinaria
21. Relación entre la fuerza productiva del trabajo y el abaratamiento de las mercancías
22. Relación entre la plusvalía relativa y la fuerza productiva del trabajo
23. ¿Por qué se dice que en la producción capitalista la economía del trabajo no tiene como finalidad acortar la jornada de trabajo?

Capitulo XIV
24. ¿A que se refiere el concepto de “proceso de trabajo independientemente de su forma histórica”?
25. Concepto de trabajo productivo
26. Concepto de trabajo improductivo
27. ¿En que sentido se puede afirmar que la producción capitalista no es solamente una producción de mercancías?
28. Concepto de supeditación formal del trabajo al capital
29. Concepto de supeditación real del trabajo al capital
30. Relación de la plusvalía absoluta con la supeditación formal del trabajo al capital
31. Concepto de división social del trabajo

Capitulo XV
32. Tres magnitudes de las que depende el precio de la fuerza de trabajo y la plusvalía
33. Primera ley por la que el valor de la fuerza de trabajo y la plusvalía se determinan
34. Segunda ley por la que el valor de la fuerza de trabajo y la plusvalía se determinan
35. Tercera ley por la que el valor de la fuerza de trabajo y la plusvalía se determinan
36. Errores de David Ricardo en la investigación de las 3 leyes que determinan el valor de la fuerza de trabajo y la plusvalía

Capitulo XVI
37. Formulas para expresar la cuota de plusvalía
38. La formula (trabajo no retribuido / trabajo retribuido). ¿Por qué se dice que esta formula es equivocada?

Capitulo XVII
39. ¿Por qué se afirma que el trabajo carece de valor?
40. Concepto de precio natural
41. Concepto de precio necesario
42. Concepto del valor del trabajo
43. Concepto del valor de la fuerza de trabajo
44. Diferencias entre concepto del valor del trabajo y valor de la fuerza de trabajo
45. Relacione los siguientes conceptos: valor y precio de la fuerza de trabajo y salarios
46. ¿El valor del trabajo tiene que se siempre mas reducido que su producto del valor? Si_ No_ ¿Por qué?
47. Relacione de los conceptos de salario y jornada de trabajo
48. Concepto de trabajo feudal
49. Concepto de trabajo esclavo
50. Concepto de trabajo capitalista
51. ¿Por qué se dice que lo que el obrero entrega al capitalista no es realmente su fuerza de trabajo?
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Notas Primer Parcial Economía Política II

* CLIC SOBRE LOS CUADROS PARA AMPLIARLOS

* CONSERVEN LAS PAPELETAS PARA EFECTOS DE COTEJAR NOTAS Y REVISIONES.

* VERIFIQUEN EL NOMBRE. ME PARECE QUE PUEDEN EXISTIR ERRORES POR USAR EL SEGUNDO NOMBRE Y EL SEGUNDO APELLIDO SOLAMENTE EN LAS PAPELETAS. NO REGISTRAMOS ESTE LISTADO COTEJANDO LOS DOS NOMBRES, LOS DOS APELLIDOS Y EL NUMERO DE CARNET, COMO LO HACEMOS AL FINAL, AL CONSOLIDAR LAS NOTAS.
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miércoles, octubre 08, 2008

Citando a Marx


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En:


SECCION QUINTA

LA PRODUCCION DEL PLUSVALOR ABSOLUTO Y DEL RELATIVO

CAPITULO XIV

PLUSVALOR ABSOLUTO Y RELATIVO


"El plusvalor relativo es absoluto, pues trae aparejada una prolongación absoluta de la jornada laboral, por encima del tiempo de trabajo necesario para la existencia del obrero mismo. El plusvalor absoluto es relativo, pues condiciona un desarrollo de la productividad laboral que permite confinar el tiempo de trabajo necesario a una parte de la jornada laboral."

(...)

"La producción del plusvalor relativo, pues, supone un modo de producción específicamente capitalista, que con sus métodos, medios y condiciones sólo surge y se desenvuelve, de manera espontánea, sobre el fundamento de la subsunción formal del trabajo en el capital. En lugar de la subsunción formal, hace su entrada en escena la subsunción real del trabajo en el capital."

(...)

CAPITULO XV

CAMBIO DE MAGNITUDES EN EL PRECIO DE LA FUERZA DE TRABAJO Y EN EL PLUSVALOR


(...)

"Una vez supuesto lo que antecede, vimos que las magnitudes relativas del plusvalor y del precio de la fuerza de trabajo están condicionadas por tres circunstancias:

1) la duración de la jornada laboral o la magnitud del trabajo en cuanto a su extensión;

2) la intensidad normal del trabajo, o su magnitud en cuanto a la intensidad, de manera que determinada cantidad de trabajo se gasta en un tiempo determinado;

3), y finalmente, la fuerza productiva del trabajo, con arreglo a la cual, y según el grado de desarrollo alcanzado por las condiciones de producción, la misma cantidad de trabajo suministra en el mismo tiempo una cantidad mayor o menor de producto.

(...)

CAPITULO XVI

DIVERSAS FORMULAS PARA LA TASA DEL PLUSVALOR


"El capital, por tanto, no es sólo la posibilidad de disponer de trabajo, como dice Adam Smith. Es, en esencia, la posibilidad de disponer de trabajo impago. Todo plusvalor, cualquiera que sea la figura particular ganancia, interés, renta, etc. en que posteriormente cristalice, es con arreglo a su sustancia la concreción material de tiempo de trabajo impago. El misterio de la autovalorización del capital se resuelve en el hecho de que éste puede disponer de una cantidad determinada de trabajo ajeno impago."
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martes, septiembre 09, 2008

Propuesta de una guía de lectura de Marx, Tomo I

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“Propuesta de una guía de lectura para El Capital de Carlos Marx, capítulos I al VIII, Tomo I”

Materia: Economía Política II

Capítulos I - IV

1. ¿Qué es mercancía?
2. Valor de uso en Marx
3. Valor de cambio en Marx
4. Valor en Marx
5. Trabajo concreto
6. Trabajo abstracto
7. Relación entre valor de uso y valor
8. Relación entre trabajo abstracto y trabajo concreto
9. Sustancia del valor
10. Magnitud del valor
11. Tiempo de trabajo socialmente necesario
12. Capacidad productiva del trabajo
13. División social del trabajo
14. Trabajo simple
15. Trabajo complejo
16. Forma simple del valor
17. Forma relativa del valor
18. Forma equivalencial del valor
19. Forma total o desarrollada del valor
20. Forma general del valor
21. Forma dinero del valor
22. Fetichismo de la mercancía
23. Enajenación del trabajo
24. Valor del dinero
25. ¿El dinero tiene precio?
26. Concepto de dinero
27. Doble carácter del dinero
28. Patrón de precios
29. Dinero nominal
30. ¿Puede existir precio sin valor?
31. Relación entre precio y magnitud de valor
32. Curso del dinero
33. Determinación de la masa de dinero que funciona como medio de circulación
34. La moneda como signo del valor
35. Existencia metálica y existencia funcional de la moneda
36. Concepto de dinero – crédito
37. Concepto de papel moneda
38. Concepto de atesoramiento
39. Concepto de medio de pago
40. Concepto de dinero mundial
41. Fórmula general del capital
42. Concepto de plusvalía
43. Concepto de circulación no capitalista
44. Concepto de circulación capitalista
45. Fórmula genérica del capital
46. Relación de la plusvalía con la existencia de clases sociales
47. Concepto de capital comercial
48. Concepto de capital a interés
49. ¿Por qué la transformación del dinero en capital no puede operarse en la esfera de la circulación?
50. Concepto de fuerza de trabajo
51. Condiciones para la existencia de la fuerza de trabajo como mercancía
52. Valor de la fuerza de trabajo
53. ¿En qué sentido se afirma que el trabajo le da crédito al capitalista
54. Proceso de producción
55. Proceso de trabajo
56. Proceso de valorización

Capítulos V-VIII

57. Concepto de atención en el proceso de producción
58. Factores simples que intervienen en el proceso de trabajo
59. Concepto de materia prima
60. Concepto de medio de trabajo
61. Concepto de instrumento de trabajo
62. Concepto de instrumentos mecánicos de trabajo
63. Concepto de medios de producción
64. Concepto de trabajo productivo
65. Concepto de trabajo vivo
66. Concepto de trabajo muerto
67. Concepto de proceso de trabajo
68. Objetivos del capitalista en el proceso de producción
69. Concepto de consumo productivo
70. Concepto de consumo improductivo
71. ¿Por qué se dice que la creación de plusvalía puede realizarse sin infringir en lo más mínimo las leyes del cambio de las mercancías?
72. Diferencias entre los conceptos: procesos de creación de valor y procesos de valorización
73. Relacione los siguientes conceptos: a) proceso de trabajo, b) proceso de creación de valor, c) proceso de producción, d) proceso de valorización, e) proceso de producción capitalista.
74. Concepto de capital constante
75. Concepto de capital variable
76. Establezca la relación entre las siguientes categorías: capital constante, trabajo concreto y trabajo abstracto
77. Diferencia entre el concepto de materias primas y materias auxiliares
78. Diferencias entre materias primas, materias auxiliares y medios de trabajo
79. Relacione las siguientes categorías: capital constante, capital variable y cambio de magnitud de valor
80. Concepto de factores objetivos del proceso de producción
81. Concepto de factores subjetivos del proceso de producción
82. Composición del capital al inicio del proceso de producción
83. Composición del capital al final del proceso de producción
84. Concepto del valor del producto
85. Concepto del producto del valor
86. Magnitud proporcional de la valorización del capital variable (Cuota de plusvalía)
87. Tiempo de trabajo excedente
88. Tiempo de trabajo necesario
89. Relacione y diferencie las siguientes fórmulas: p/c p/(c+v) p/v
90. Concepto de desdoblamiento del producto
91. Ganancia neta y hora final
92. Concepto de producto excedente
93. Concepto de jornada de trabajo
94. ¿Por qué la cuota de plusvalía no nos dice la duración de la jornada de trabajo?
95. Límite físico de la jornada de trabajo
96. Límite moral de la jornada de trabajo
97. Capital personificado
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miércoles, agosto 13, 2008

Memorias de un Maestro de la Economía y la Política

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Un punto necesario de resaltar, a nuestro juicio, sobre el amplio y profundo aporte a la ciencia económica del Maestro Alonso Aguilar, en lo que conocemos, es que fué el primer economista latinoamericano en aplicar la teoría del mercado interno, expuesta por Lenin, en su obra El Desarrollo del Capitalismo en Rusia (1899). Un artículo que da testimonio de ello, fué escrito por Aguilar en 1951 (El mercado y el desarrollo) y la categoría del mercado ha sido uno de los elementos centrales de sus construcciones teóricas. La obra de Lenin, es determinante para comprender las leyes del desarrollo capitalista, aplicadas; es una continuidad de la teoría de la división del trabajo de Adam Smith, David Ricardo y de Marx que señala leyes del desenvolmiento de la economía mercantil y sus implicaciones políticas.

"El Maestro Alonso Aguilar Monteverde escribe sus memorias.

Incansable luchador social, por un México justo, equitativo y desarrollado.


Martes 01 de enero de 2008 num. 173

-Su gran pasión, ver un México menos desigual socialmente hablando.

-Casi 50 años, su Magisterio de economía política, en la UNAM. Compañero y amigo de los grandes revolucionarios de América Latina, de Asia y África.

-En su juventud luchó al lado del General Lázaro Cárdenas, en el Movimiento de Liberación Nacional, en los años “sesentas”.

El Maestro Alonso Aguilar Monteverde escribe sus memorias; han sido seis décadas de lucha política y social por el surgimiento de un México libre y justo, las que ha vivido desde su primera juventud.

Infatigable luchador social y político, maestro universitario distinguido, formador de numerosas generaciones de economistas, nunca ha perdido la brújula, ni claudicado de sus ideas revolucionarias.

El maestro Alonso Aguilar ha desarrollado también una obra editorial notable, siempre yendo a lo más profundo de los asuntos mexicanos e internacionales, pero también apoyando infatigablemente la lucha por la liberación económica y social del pueblo mexicano; tanto así que estuvo al lado del entonces ya ex Presidente Lázaro Cárdenas, en los años sesentas, en la fundación del Movimiento de Liberación Nacional, en octubre de 1963.

Desarrollando una actividad intelectual, política, educativa y cultural intensa e infatigable, por las páginas de las memorias del maestro Alonso Aguilar, que el denomina “Por un México libre y menos injusto”, aparecen los personajes más significativos de la vida de México en lo político y en lo cultural, lo mismo presidentes de la República, pintores, escultores, periodistas, activistas políticos, que llenaron entonces las páginas de los periódicos y de los libros editados en México; lo mismo Diego Rivera, que el General Cárdenas, que José Vasconcelos, Narciso Bassols, Víctor Manuel Villaseñor y José Iturriaga, Luis Echeverría, Miguel Alemán, Adolfo Ruiz Cortines, Adolfo López Mateos.

En lo internacional cita lo mismo a Fidel Castro, con quien tuvo varios encuentros, lo mismo que con el Che Guevara; y numerosos personajes extranjeros que por entonces desfilaron por nuestro país o que el mismo Alonso Aguilar tuvo oportunidad de encontrar en sus numerosos viajes al extranjero, lo mismo a China que a Francia y Alemania, a Estados Unidos y a Centro y Sudamérica.

Relata pasajes interesantísimos del mundo que le toco vivir en su juventud: la Segunda Guerra Mundial, con las repercusiones que tuvo en México, el marcatismo, y sus reflejos en México, los problemas económicos del país y las difíciles relaciones internacionales de México, las presiones norteamericanas sobre la nación, con motivo del surgimiento de la Revolución Cubana y el triunfo de Fidel Castro.

Alonso Aguilar Monteverde, un joven intelectual mexicano, maestro universitario y luchador social, que entrego su vida al servicio de las mejores causas del pueblo mexicano.

Con una mente prodigiosa y una actividad intensa, no hay persona ni grupo importante de entonces, con los que Alonso Aguilar Monteverde no haya tenido contacto.

Testigo y actor de un México en formación después de la Revolución Mexicana, relata hechos que fueron decisivos para la vida de nuestro país y que explica con toda claridad los tiempos que vivimos ahora.

Habiendo tenido relación el maestro Alonso Aguilar con los más grandes economistas y pensadores de su tiempo como la señora Joan Robinsón, de Inglaterra, Charles Bettelheim, de Francia y Oscar Lange, de Polonia, entre muchos otros, también se entrevistó entonces con el Primer Ministro de China Chou En Lai, quien era el operador político de Mao Tse-tung.

La relación del abogado y economista Alonso Aguilar Monteverde con el General Lázaro Cárdenas, ya en su carácter de ex Presidente de la República, fue muy intensa y activa en lo político; y la relación del mismo Alonso Aguilar con el maestro Narciso Bassols Batalla, también fue muy estrecha, amistosa y respetuosa; podría decirse que estos dos hombres fueron muy significativos en la vida intelectual, política y social del maestro Alonso Aguilar Monteverde.

Cualquiera que este interesado en saber que paso en México en las últimas seis décadas del Siglo XX, tendría muchas respuestas en este más reciente libro del maestro Alonso Aguilar Monteverde “Por un México libre y menos injusto”; un libro que es la continuación y la culminación de muchos otros como “El milagro Mexicano”, de los años sesentas, del que fue coautor con otros distinguidos economistas e intelectuales como fueron Fernando Carmona, Jorge Carrión y Guillermo Montaño, y también “México Riqueza y Miseria”, unos de los primeros grandes estudios que revelaron con bases científicas la verdadera situación de desigualdad y de atraso, de la Nación Mexicana.

También ha dedicado mucho tiempo y esfuerzo Alonso Aguilar Monteverde a la lucha por la unidad económica, política y social de América Latina podría decirse que fue uno de los pioneros del Siglo XX en esta lucha que ahora ha tomado mayor sentido y necesidad de realización.

Alonso Aguilar, a sus 80 años de vida ha acumulado una experiencia única en el campo de las ideas sobre los asuntos económicos y sociales de nuestro país, así como en los temas políticos; su pensamiento es más claro que nunca y su orientación es la misma que ha mantenido desde su primera juventud; ahora contempla triunfos de las acciones que él realizó junto con muchos hombres y mujeres de su tiempo, y señala para las nuevas generaciones, las metas que ahora se deben alcanzar, para el bien de nuestro país.

EL PENSAMIENTO ECONOMICO Y SOCIAL DE ALONSO AGUILAR MONTEVERDE

Así se explica el propio Alonso Aguilar Monteverde, al iniciar sus memorias:

Introducción

Desde hace ya algunos años, y sobre todo desde que cumplí los setenta de edad, algunos compañeros de trabajo y amigos me sugirieron escribir acerca de ciertos aspectos de mi vida sobre los que, pensaban, podía ser interesante y útil recapitular; y otras personas me preguntaban si proyectaba yo escribir sobre algunas experiencias.

En general siempre respondí que mi vida había sido sencilla y probablemente no tenía algo especial que interesara a los demás. Un par de compañeros, en particular, comentaron, sin embargo que entendían y respetaban mi opinión; pero que sentían que si en vez de intentar una autobiografía me ocupaba de actividades de preferencia políticas, en las que, a veces con muchas otras personas hubiera participado, podría resultar un texto que ayudara a comprender lo que esos esfuerzos intentaron y lo que significaron como elementos de una realidad que desconocen sobre todo los jóvenes; y que así se trata de actividades modestas, a la vez eran parte de la vida de muchos mexicanos y por tanto de su historia y su cultura.

Reconsideré la cuestión, y después de reapreciar lo que se me proponía, sentí que acaso tenían razón ciertos compañeros, y el recordar algunos esfuerzos en los que participamos muchas personas, podría ser útil. Y aunque debo decir que no estoy plenamente convencido de ello, redacté estas páginas que ahora ofrezco al lector, y éste será quien decida si tienen o no algún interés.

Hace unos meses un compañero hizo referencia a tales cuestiones, se ofreció amablemente a colaborar si yo aceptaba escribir sobre esas experiencias, y me dijo que él podría hacerme numerosas preguntas, porque –y en esto coincidimos- si la recapitulación se hacía en preguntas y respuestas podría resultar más ágil y de fácil lectura.

Recogí su sugerencia, conversé con otros amigos, y éstos comentaron que la idea de escribir el libro les parecía interesante, y que incluso no dudaban de su utilidad; que también consideraban un acierto que el texto consistiera en preguntas y respuestas, y que en vez de que una sola persona planteara las preguntas, ellos sugerían que éstas procedieran de múltiples fuentes, esto es de amigos, de compañeros, de personas que me hubieran entrevistado, de dudas nuestras al realizar tales actividades e inclusive de lo que yo pudiera recordar; esto es, de lo que nosotros mismos nos preguntamos muchas veces.

Confieso que al empezar a escribir afloraron nuevas dudas y con frecuencia no tuve claridad acerca de lo que intentaba hacer. Por ejemplo, no obstante estar convencido de que el texto en proyecto no debería ocuparse de aspectos de mi vida personal desvinculados de la actividad política, a menudo recordé ciertos hechos o experiencias respecto a los cuales no tenía claro, en realidad, en dónde está la línea divisoria. A veces, también, tuve presentes aspectos de mi actividad profesional, que de uno u otro modo se relacionaban con actividades propiamente políticas, y de los que tampoco sabía qué debía recoger y qué no. Ello ocurría, en particular, en torno a mi trabajo de investigación a lo largo de muchos años en la universidad y otras instituciones. E inclusive al recordar a compañeros con quienes trabajé, frecuentemente me pregunté si debía o no mencionar lo que ellos pensaban sobre ciertas cuestiones.

A la postre consideré que lo más aconsejable sería sólo reparar, y ello brevemente y de paso, en aspectos de mi vida que habían incluido en mi manera de ser y de pensar, y por tanto en mis posiciones; que de mi actividad profesional y concretamente de mi trabajo de investigador en el campo de la economía y de las ciencias sociales solamente hiciera también una rápida mención, no obstante haber cristalizado ese esfuerzo en numerosos libros, artículos, conferencias y otras actividades, a lo que por cierto se hace referencia en una antología de la que se publicó un primer tomo (Temas de Economía Política 1), y de la que ya está editado el segundo 2.

En cuanto a compañeros con quienes trabajé de cerca no debía tampoco intentar recoger sus opiniones sobre los problemas a los que por mucho tiempo tuvimos que enfrentarnos, pues ello desbordaría el propósito de este libro, me obligaría a manejar una información de la que carezco, y me expondría a hacer referencias muy parciales e inadecuadas de lo que pensaban otras personas, únicas, en realidad, que podrían hacerlo.

Inclusive para mí fue a veces difícil recordar lo que yo mismo pensaba sobre ciertas cosas y sobre lo que, casi siempre en sólo unas cuantas líneas, debía recordar. Y lo que resultó más difícil fue reapreciar crítica y autocráticamente nuestro esfuerzo y saber qué hicimos medianamente bien y qué hicimos mal. A esto último traté de prestar especial atención, y espero que el lector quede convencido, como lo estoy, de que no fue poco lo que hicimos mal.

En el presente texto repito que mucho de lo poco que sé y que a lo largo de mi vida pude hacer, lo debo a lo que aprendí de otros. Al respecto hubiera deseado extenderme y recordar a muchas otras personas de las que en México y en otros países recogí valiosas enseñanzas, desde personas muy cercanas en mi propia familia, hasta trabajadores sencillos, hombres y mujeres que conocían bien sus problemas y que aun no sabiendo cómo resolverlos, casi siempre tenían algo interesante y útil que decir sobre ellos.

Pese a limitaciones, fallas y errores, y siendo conciente de que ni el nuestro ni otros esfuerzos lograron hasta ahora lo que pretendía, pienso a la vez que vistas las luchas populares en conjunto –si bien después de la desaparición de la Unión Soviética y de los demás países socialistas europeos muchos pensaron que en adelante no podría ya recorrerse el camino del socialismo, porque lo acontecido cancelaba esa posibilidad-, en los más recientes años se han multiplicado los movimientos sociales que se oponen al neoliberalismo, a los efectos más negativos de la globalización capitalista y en general a las posiciones más conservadoras, y que aun discrepando en ciertas cuestiones importantes, tratan de avanzar de nuevas maneras y reconocen la necesidad de trabajar en marcos amplios y de buscar la unidad en la diversidad, en la lucha misma.

Se repite a menudo que para enfrentarse con éxito a los más graves problemas es necesario contar con una estrategia alternativa. Mas por una parte a veces no queda claro qué es lo alternativo. Y a veces, también, en tanto algunos piensan que ya se dispone de esa estrategia, otros, a la inversa, no sólo consideran que carecemos de ella sino que no está a nuestro alcance construirla, porque nuestros países son atrasados y dependientes, y porque las grandes potencias a las que tendríamos que hacer frente son muy poderosas y lograrán hacer prevalecer sus intereses.

En mi opinión es cierto que requerimos de una nueva y verdadera estrategia, y cierto también que no la tenemos; pero por fortuna podemos forjarla y no partimos de cero.

Lo hecho en años recientes, con todo y ser desigual, es ya importante. Es decir, las protestas, planteos, demandas y justos reclamos, críticas y rechazo de las políticas en boga son avances que sería un error desdeñar. Y sin prejuicio de reexaminar una y otra vez lo que se hace y aun lo que hasta ahora no ha podido realizarse, lo que a mi juicio tiene especial significación es conocer lo que se hace en ciertos países por el pueblo, y que desafortunadamente no conocemos bien.

Desde luego nada de lo que acontece en algunos países es mecánicamente trasladable a otros; pero lo que se puede aprender de su experiencia, sobre todo si no se cae en el error de copiarla, es mucho. Pensando tan sólo en naciones hermanas de América Latina, es indudable que conocer la forma en que Cuba logró no sólo sobrevivir, sino afirmar su independencia y hacer frente con éxito a serios problemas después del largo e ilegal bloqueo de Estados Unidos, del empeño de ciertos intereses también norteamericanos de fortalecer a los enemigos de la revolución cubana en nombre de la democracia, y sobre todo, no obstante la desaparición de la Unión Soviética y de mecanismos como el Consejo de Apoyo Mutuo Económico (CAME).

Lo mismo podría decirse de la experiencia que vive hoy Venezuela, en donde en respuesta a los cambios que un movimiento bolivariano ha puesto en marcha, las poderosas fuerzas más conservadoras han intentado, hasta ahora sin éxito, derrocar al gobierno constitucional de Hugo Chávez. También ha sido importante lo hecho por el Frente Amplio de Montevideo, y desde luego el triunfo de Lula da Silva en Brasil y la forma en que lo logró; las primeras medidas del gobierno de Kirchner en Argentina y las justas demandas que los pueblos indios de México, Ecuador, Bolivia, Guatemala y otros países han planteado en defensa de sus culturas, su identidad y una vida digna.

Tan son importantes todas esas luchas, que apoyados en ellas han cobrado fuerza el Foro Social Mundial de Porto Alegre y la oposición a las políticas neoliberales, al Consenso de Washington, a las formas más negativas y perjudiciales de globalización, a la intervención de las grandes potencias en los asuntos internos de otros Estados, a la seudo democracia y a las guerras preventivas.

En resumen, en vez de caer en el error que con frecuencia cometen muchos intelectuales, de creer que son ellos quienes tienen las respuestas y la solución a los más graves problemas, entendamos que son los pueblos los que, en ejercicio de su soberanía, cuando se organizan y unen pueden contribuir a que las cosas cambien y sean mejores, sobre todo si son capaces de construir y poner en práctica una verdadera estrategia revolucionaria de desarrollo. Pero lo que esto supone, en primer lugar, es entender en qué consiste trazar una estrategia.

Con frecuencia se confunde una política de corto plazo con una verdadera estrategia, y por ello algunos piensan que unas cuantas medidas económicas del gobierno en turno, o lo que sugiere hacer tal o cual partido, son una estrategia. Desde luego ello no es así, una estrategia de desarrollo es un complejo proceso de alcance multidimensional, o sea económico, político, social y cultural, interno y a la vez de proyección internacional, y que debe establecer con precisión tanto las metas principales como los medios que proyectan utilizarse para alcanzarlas, bajo una determinada organización social y a partir de ella, en la fase de transición hacia una organización diferente.

Las luchas que recientemente libran nuestros pueblos en varios países hermanos, significan en mi opinión que se está avanzando en ese sentido, aunque todavía falta mucho por hacer. Y a pesar de lo que creen los escépticos y quienes piensan que dados nuestro atraso y debilidad es poco o nada lo que podemos hacer frente a países muy poderosos, confiamos en que las cosas cambiarán y que en el siglo que se inicia será posible lo que hasta ahora fue imposible.

Para terminar estas líneas iniciales, quisiera decir que al recapitular sobre algunas actividades políticas en las que me tocó participar, soy conciente de que buena parte de lo que hice fue posible gracias a la valiosa cooperación que siempre tuve de múltiples personas y, sobre todo, gracias a su esfuerzo. A algunas de ellas ya las mencioné en el texto, y si no extiendo la lista es porque, a lo largo de más de cincuenta años fueron tantas, que sería muy difícil recordar a todas. Al menos, sin embargo, dejaré constancia de que varios buenos amigos leyeron estas páginas antes de publicarse, me expresaron que las consideraban útiles y aun hicieron algunas sugerencias que les agradezco, y la licenciada Lorena Reyes batalló con la captura electrónica del material y puso en limpio, una y otra vez, los borradores que yo corregía. Así que puede decir que su ayuda fue cardinal.

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1. Temas de economía política. Antología de Alonso Aguilar Monteverde. Tomo I, compilada por josefina Morales, Isaac Palacios e Irma Portos. Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM y Editorial Nuestro Tiempo, México, 1998.

2. Economía política del desarrollo. Antología de Alonso Aguilar Monteverde. Tomo II, compilada por Josefina Morales, Isaac Palacios e Irma Portos. Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM y Casa Juan Pablos, México, 2005. "

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miércoles, junio 04, 2008

Sobre el Origen de las Curvas de Oferta y Demanda


Un estudio de importancia para la historia del pensamiento económico político en la corriente subjetiva. Rescata argumentaciones originales sobre la técnica y los conceptos en la construcción de la teoría de oferta y demanda.

Destacan en esta investigación, entre otros, los siguientes elementos:

1. Queda planteada la reflexión de si la fundamentación matemática de la teoría de la oferta y la demanda puede desarrollarse sin conocimientos del producto neto. Como sabemos la teoría del producto neto es una preocupación central de la Economía Política desde los Fisiócratas.

2. Jenkin fué a tenor de esta investigación el primero en abordar el equilibrio de mercado en coordenadas cartesianas. Se refiere que sus conocimientos de economía estaban respaldados solamente o esencialmente con la lectura de Stuart Mill, y esta formación le fué suficiente para construir sus curvas de oferta y demanda. Asimismo no conocía la teoría de la utilidad. Y fué capaz de reflexionar sobre el problema del fondo de salarios y el mercado de trabajo. Esto dice mucho de Mill, de su capacidad para inspirar la producción teórica, pero también dice mucho de la profundidad del análisis formalizado de la oferta y la demanda, que en Jenkin no necesitó de los estudios de otros economistas.

3. A nuestro juicio este trabajo da elementos para cuestionar la rigidez formal con que frecuentemente se aborda la teoría de las funciones matemáticas. Podemos inferir que Jenkin abre la posibilidad de que la variable dependiente puede convertirse en variable independiente en las fórmulas y la representación gráfica. El precio determina el comportamiento de las cantidades de demanda y oferta pero también puede suceder al revés si se sigue, como se documenta en este estudio, el razonamiento de Jenkin de colocar precios y cantidades en diferentes posiciones de absisas y ordenadas.

4. Jenkin construye su teoría para examinar el problema de los salarios y la función de los sindicatos y genera planteamientos que son usados para el estudio de las expectativas salariales.

5. El estudio de Rodríguez Braun deja datos muy importantes del proceso de construcción de la teoría de la utilidad marginal.

Se documenta cierta rivalidad por protagonismo teórico de Jevons y Marshall, quienes conociendo los trabajos de Jenkin, no los ponderaron como estudios decisivos para la constucción de sus teorías teniendo una relación original y directa. Probablemente esta falta de reconocimiento a otro autor refuerce la idea de un afán de figurar desmedido por parte de Marshall, quien, según otro estudio biográfico, no reconoció incluso el trabajo teórico de su esposa siendo que ella hizo aportes para la denominada "revolución neoclásica". Marshall tuvo un comportamiento diametralmente opuesto al de Stuart Mill, que siempre estimó explícitamente las contribuciones teóricas de su esposa.

A continuación la referencia de esta investigación de Rodríguez Braun. Lamentamos que en ella no se introduzcan las gráficas debido a problemas técnicos, pero nos parece que ello no es un gran obstáculo para comprender los planteamientos. Las negrillas y separación de algunos párrafos son nuestros para efectos de investigaciones posteriores.

Documentos de Trabajo de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales
Biblioteca de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales. UCM.


Autor: Carlos Rodríguez Braun

Título: Las curvas de oferta y demanda de Fleeming Jenkin

En:

http://www.ucm.es/BUCM/cee/doc/3-111.htm

Resumen:

La presente investigación expone algunas aportaciones analíticas de Fleeming[2] Jenkin (1833-1885), el primer británico que publicó diagramas de oferta y demanda y que los discutió explícitamente como funciones.

Jenkin es uno de esos economistas importados de otras disciplinas, cuyas contribuciones al análisis económico no constituyen condición necesaria para que accedan al podio de los pensadores ilustres. Demostración de ello son las 24 líneas que recibe en la Enciclopedia Británica, en las que la palabra economía no aparece ni una sola vez.

Según la cultura general, entonces, Jenkin fue un ingeniero especializado en electricidad.

Henry Charles Fleeming Jenkin nació cerca de Dungeness, Kent, Inglaterra, el 25 de marzo de 1833. Su padre era comandante de la marina británica y su madre una novelista.[3]

Siguiendo el itinerario familiar, estudió en Edimburgo, Francia e Italia. En 1850 se graduó como ingeniero con las máximas calificaciones en la Universidad de Génova.

Trabajó en empresas de ingeniería ferroviaria, eléctrica y de comunicaciones. Diez años después de graduarse pasó a ocupar un alto cargo en la empresa que tendía el primer cable submarino trasatlántico.

En 1859 inicia una fructífera relación con uno de los grandes físicos de la época, con cuyos intereses confluía Jenkin en cuestiones eléctricas y de cableado submarino: Sir William Thomson (1824-1907), más conocido como Lord Kelvin.

Jenkin empezó a publicar trabajos técnicos animado por Thomson, quien además impulsó su entrada en la Comisión de Normas Eléctricas de la Asociación Británica para el Progreso de la Ciencia en 1861. Fue nombrado catedrático de ingeniería en el University College de Londres en 1866 y en la Universidad de Edimburgo en 1868. Fue entonces cuando comenzó a escribir sobre economía.

Continuó su trabajo científico y en 1873 publicó su libro más famoso, Magnetismo y electricidad, traducido a varios idiomas y su labor técnica en cables submarinos y obras públicas, en especial las aguas corrientes en las grandes ciudades.

Prolífico inventor, registró 35 patentes, siendo la más conocida un transporte eléctrico que bautizó telpherage.

Murió 12 de junio de 1885, en Edimburgo.

Jenkin economista

Fleeming Jenkin merece figurar en la historia del pensamiento económico por tres artículos que publicó entre 1868 y 1872, y que prueban que este destacado ingeniero era también un economista más que respetable, aunque al parecer no conocía de esta ciencia más de lo que había leído en los Principios de John Stuart Mill.

Los tres trabajos son «Legitimidad de los sindicatos» (1868), «La representación gráfica de las leyes de oferta y demanda y su aplicación al trabajo» (1870) y «Los principios que regulan la incidencia de los impuestos» (1871-72).

El primer trabajo aborda la cuestión sindical. Jenkin comenta un informe de la Comisión Real nombrada en 1867 para estudiar el problema laboral, después de unos graves incidentes que habían tenido lugar en Sheffield. Dicha circunstancia provocó la publicación de varios estudios sobre el asunto.

Uno de ellos, el de William Thomas Thornton (1814-1880), dio lugar a un conocido episodio en la historia del pensamiento económico: la «retractación» de John Stuart Mill sobre la teoría del fondo de salarios.

Jenkin se plantea la pregunta de si pueden los sindicatos aumentar los salarios, y afronta dos respuestas negativas que se daban entonces, fundadas en la rigidez del fondo de salarios y de la oferta y la demanda de trabajo.

Su crítica al fondo de salarios pone el énfasis en una debilidad central: el fondo no es fijo.

No es evidente, entonces, que una subida salarial comporte siempre una caída en el empleo.

Un capitalista puede aceptar una baja en el tipo de beneficio para mantener la escala de producción.

Si los capitalistas obtienen sus beneficios del capital fijo, entonces preferirán aumentar el fondo de salarios, porque sus beneficios disminuirán si lo hace la producción.

En suma, el fondo de salarios y los salarios pagados no tienen una vinculación clara y automática.

Afirma Jenkin: «El argumento del fondo de salarios no nos dice nada sobre el precio posible del trabajo, porque no nos dice nada sobre cómo se determina el fondo mismo.»

Entonces ¿qué determina los salarios? Jenkin analiza la teoría de la oferta y la demanda siguiendo a Stuart Mill, pero con añadidos de interés.

Por lo pronto, distingue entre cantidades ofertadas y demandadas y disposiciones subjetivas a demandar y ofrecer; insiste en que estas dos dimensiones deben mantenerse separadas.

La igualdad de oferta y demanda es una igualdad de cantidades ofertadas y demandadas a un precio dado, pero ello puede no darse en el nivel de las disposiciones subjetivas.

Jenkin plantea las cantidades ofertadas y demandadas en términos de funciones.

Escribe la demanda así:

D = f(1/x)

donde x es el precio. Dice que la dependencia de la demanda exclusivamente del precio de la mercancía es «un supuesto que puede ser válido en cualquier día dado en el mercado».

Por su parte, la función de oferta es

S = F (x)

con lo que el precio x puede determinarse siempre que, insiste Jenkin, las cantidades demandadas y ofertadas varíen según un principio fijo y exclusivamente como respuesta a cambios en los precios.

Pero el análisis debe complicarse porque la cantidad demandada no es sólo función del precio, están los deseos de comprar y vender que obligan a cambiar las ecuaciones:

D = f(A + 1/x)

S = F(B + x)

El sistema sigue determinado si no cambian A, B, f, F . Este supuesto es razonable, argumenta Jenkin, pero sólo a corto plazo y no en todas las circunstancias.

Aunque en este artículo no hay gráficos, es claro que Jenkin discurre en términos de cambios en las funciones, al referirse a posibles modificaciones en A y B según cambien las disposiciones a vender o a comprar.

El argumento no es abstracto en absoluto y Jenkin lleva bien el agua a su molino; todo lo anterior sirve para demostrar la siguiente proposición aparentemente trivial: el precio puede cambiar sin que lo hagan las cantidades.

«Lo que se necesita para este resultado es simplemente que cuando surge una aversión a ofertar el artículo al precio antiguo, surja también una inclinación por parte de los compradores a comprar a un precio mayor.»[4]

En otras palabras: un aumento de A y B , o en términos modernos, un desplazamiento hacia la izquierda de la curva de oferta y hacia la derecha de la curva de la demanda.

Esto es una carga de profundidad contra los que sostenían que el salario venía fijado por la oferta y la demanda, y que un aumento del mismo necesariamente llevaría a un menor empleo.

¿Por qué alude Jenkin a lo que hoy se llamaría desplazamiento de las curvas y no de cambios a lo largo de las curvas? La respuesta probablemente radique en la insistencia de Jenkin en que multitud de factores subjetivos y de interrelación de oferta y demanda comportaban la falta de relación automática entre precio y cantidad, entre salarios y empleo.

Pensar en términos de una sola función es concebir que hay una sola relación posible entre ambas variables.

En el caso más extremo, el de una función de demanda con elasticidad unitaria, una hipérbola equilátera, se trataría de la versión más cruda del fondo de salarios: esto es exactamente lo que Jenkin deseaba combatir.

A juicio de Jenkin, las consecuencias de la igualación de oferta y demanda no pueden preverse, porque los motivos presentes detrás de ellas son múltiples e impredecibles.

La competencia, sostiene, equipara a la oferta y la demanda pero no fija el precio, que depende de la negociación. Aquí, por supuesto, está la puerta abierta para los sindicatos.[5]

El trabajador individual y sin ahorros está en peor posición para negociar que si se agrupa con otros compañeros. De ahí los sindicatos y la posibilidad que tienen de aumentar los salarios por su mayor poder negociador.

Jenkin cree en la bondad del mercado, pero ello no quiere decir unidad de intereses.

Al contrario, los intereses de los trabajadores son opuestos a los de los capitalistas.

Esa contradicción tiene sólo una restricción, determinada por la circunstancia de que ambas partes se necesitan mutuamente.[6]


El derecho a la libre sindicación es para Jenkin claro. Änótese que en su tiempo dicha opinión no estaba universalmente extendida todavía, ni mucho menos y es equivalente al derecho de los empresarios para hacer lo propio.[7]

Cierto es que un aumento desorbitado de los salarios drena competitividad, pero Jenkin prefiere que el tema lo traten los sindicatos con los empresarios en el marco del interés que tienen en común: mantener el sistema.

Sin embargo, ese derecho tiene límites, trazados por la necesidad de que los sindicatos respeten el interés de la comunidad, y no el de un grupo. Otro tanto ocurre con las empresas.

El primer límite que impone Jenkin a los sindicatos tiene que ver con una preocupación que está presente en casi todos sus escritos: el orden y la estabilidad. Se declara contrario a que los sindicatos puedan modificar el mercado de trabajo súbitamente: «La ley no debería autorizar a que todos los funcionarios del ferrocarril en Londres proclamen que mañana no trabajarán.»[8]

Otra característica que rechaza Jenkin son los acuerdos entre empresarios y sindicatos que dañen a una tercera parte. Esta perspectiva ilumina la ingenuidad de Jenkin: el creer que los agentes no van a utilizar un poder si se les otorga y les beneficia y la diferencia entre la negociación empresa/sindicato en el período clásico y en los tiempos modernos, cuando la incorporación del Estado como tercer «concertador» permite, precisamente, toda clase de efectos de las negociaciones «sociales» sobre terceras partes.

Reconoce Jenkin que en la práctica los sindicatos han estado asociados a episodios de violencia, que condena, pero al mismo tiempo afirma que la mayoría de los sindicatos son pacíficos, honestos, democráticos y útiles para sus afiliados, que por eso los mantienen.[9]

El segundo trabajo, de 1870, referido a la representación gráfica de la oferta y la demanda, será analizado en un apartado específico después.

El tercer trabajo, que trata de la incidencia de los impuestos, es el más conocido, especialmente en el mundo hispanohablante, puesto que ha sido incluido en el volumen de ensayos sobre economía impositiva compilado por Musgrave y Shoup, y traducido al castellano.[10] Jenkin presenta en este trabajo la noción de excedente del consumidor y del productor, anticipándose a Marshall.

Para terminar este apartado, hay dos manuscritos de Jenkin, publicados póstumamente, que completan su labor en el campo económico.

Uno de ellos, fechado en 1879-81, lleva por título «El sistema de tiempo-trabajo, o cómo evitar los males producidos por las huelgas»; Jenkin continúa con la preocupación por la estabilidad del mercado de trabajo.

En los demás mercados el precio que iguala a oferta y demanda es alcanzado tras varias aproximaciones, en un «proceso tentativo». El público acepta el resultado final, pero no si alguna de las partes se organiza para influir en el precio, que es lo que ocurre en el mercado laboral, que fuerza la equiparación de los niveles salariales: «Es como si una persona comprase mil huevos a seis peniques la docena y, cuando quisiese comprar cien más no pudiese ofrecer siete peniques sin ir a todos los antiguos vendedores y pagarles la diferencia.»[11]

Dada esa circunstancia, Jenkin propone un mecanismo para equilibrar oferta y demanda de trabajo, en la línea del tentative process que tiene lugar en los otros mercados.

La idea consiste en prolongar el plazo de los contratos, de una semana a un año. Si la demanda de trabajo aumenta, el empresario eleva los salarios, pero sólo de los nuevos contratados. Así, su nómina crecerá paulatinamente, a medida que venzan los contratos antiguos. Los sindicatos aceptarán el sistema, confía Jenkin, porque maximiza el empleo, al permitir averiguar el salario que vacía el mercado. Los trabajadores tolerarán salarios distintos porque verían que la remuneración depende claramente del nivel de la actividad económica y comprobarían que, con un cierto retardo, todos se benefician con su incremento.

Es verdad que el mayor plazo de los contratos puede ocasionar perjuicios a los trabajadores y los empresarios. La solución de Jenkin es que los contratos no sean personales sino por trabajo durante un tiempo, el time-labour system. El empleado podrá abandonar su puesto de trabajo siempre que encuentre un sustituto, algo que no sería difícil en operaciones mecánicas simples.

El empresario puede despedir al trabajador, pero está obligado a reemplazarlo inmediatamente por otro.

Se evitarían así, afirma Jenkin, los daños por huelgas o cierres patronales. Los salarios subirían y bajarían con la actividad, y el empleo sería siempre el máximo posible.

Por fin, existe un curioso manuscrito de 1884, un año antes de su muerte, titulado «¿Es el beneficio de un hombre la pérdida de otro?». Aquí se ve a este ingeniero-economista, amigo indudable de la clase obrera y los sindicatos, defender al comercio y al mercado, porque ambos aseguran que la producción se ajusta a las necesidades del público.

Pone un ejemplo de una comunidad muy primitiva que habita una isla remota. No hay opresión ni injusticia y la tierra sobra. Pero baja la demanda de un producto y quienes lo fabrican se empobrecen hasta que descubren que pueden elaborar un producto que sí tiene demanda y vuelven a salir adelante.

El problema es, entonces, como en el caso anterior, descubrir los cambios en la demanda y cambiar la oferta; para eso sirve el comercio: «La mayor parte de los pobres lo son porque están produciendo las cosas equivocadas.»[12]

La pobreza, por lo tanto, no depende del comercio sino de que las personas necesitan consumir. La producción enriquece, arguye Jenkin, y el consumo empobrece.

La pobreza «es la hija no deseada de esa necesidad física que Sir William Thomson llama la disipación de la energía».[13]

Y el comercio aumenta la riqueza porque permite obtener lo que se desea al entregar lo que se desea menos.

Las curvas de oferta y demanda

El análisis de Jenkin se resume en tres leyes de la oferta y la demanda, que guardan interesantes paralelismos con los periodos explícitamente detallados por Marshall e implícitamente presentes en la economía clásica.

La primera ley sostiene que el precio de mercado es aquel en donde se cruzan las curvas de oferta y demanda.

La segunda ley afirma que si la oferta total aumenta el precio cae, y si la demanda total o «fondo de compra» aumenta, el precio sube.

Y según la tercera ley, el precio a largo plazo de los artículos manufacturados depende fundamentalmente del coste de producción, mientras que la cantidad producida depende fundamentalmente de la demanda.


Primera ley

Los gráficos de oferta y demanda que Fleeming Jenkin pintó en 1870 se basan en un análisis geométrico de equilibrio parcial. Jenkin sigue la convención matemática usual que cambiaría a partir de Marshall de asignar a la variable dependiente el eje de ordenadas y a la variable independiente el eje de abcisas.

Aunque algunos historiadores han sugerido que Jenkin maneja las curvas al estilo de Marshall[14], es más correcto afirmar que su enfoque es del tipo de Walras. Las curvas de Jenkin, en efecto, indican cantidades que los agentes están dispuestos a vender y comprar a cada precio, y el equilibrio se alcanza mediante variaciones en el precio.

Ese equilibrio se produce cuando las curvas se cruzan; teóricamente, porque en la realidad las curvas son desconocidas y se van descubriendo a través de la competencia. Hay más elementos walrasianos, que apuntan al proceso tentativo al que Jenkin se había referido en el artículo sobre los sindicatos:

«Si cada persona declarase por escrito de antemano exactamente cuánto venderá o comprará a cada precio, entonces el precio de mercado se determinaría de inmediato y las transacciones se acordarían allí y entonces. En la práctica, el precio al que se venderá cada cuartal será una mera aproximación tentativa al precio teórico.»[15]

Jenkin no desarrolla las condiciones de estabilidad del equilibrio, pero los casos que discute no son de inestabilidad: la primera derivada de sus funciones de demanda no es positiva y la de sus funciones de oferta no es negativa.

La primera ley de la oferta y la demanda es que el precio de mercado viene dado por el punto de cruce de las dos curvas. Jenkin dibuja este resultado en su Figura 1 que debería bastar para poner en cuarentena la expresión habitual que se refiere a las curvas de oferta y demanda «marshallianas».

(...)

Es sabido que hubo geometría de la oferta y la demanda antes que Marshall: el primero que dibujó esas curvas fue el matemático y economista francés Antoine Augustin Cournot (1801-1877), en sus Recherches sur les principes mathématiques de la théorie des richesses de 1838; pero el tratamiento gráfico de Jenkin se parecía más al que después publicaría Marshall que el de Cournot. Asimismo, para mayor mérito de Jenkin, no conoció la obra de sus predecesores.[16]

Digresión sobre la utilidad

Lo expuesto hasta aquí plantea inevitablemente la cuestión de la subjetividad del valor y por lo tanto de la utilidad.

En el artículo sobre los sindicatos Jenkin, que sigue a Stuart Mill, apunta que oferta y demanda sólo son inteligibles en términos de cantidades, pero que existe también una dimensión subjetiva particularmente en el caso de la demanda[17] que se debe distinguir de la otra, porque es impredecible. Pero inmediatamente subraya: «Estas dos ecuaciones, la primera entre dos cantidades y la segunda entre dos valores, son verdaderas ambas, y una puede ser deducida de la otra.»[18]

Jenkin no explora esta eventual deducción porque no cree que pueda decirse nada de lo subjetivo. En varias ocasiones Jenkin subraya la importancia de dicha dimensión subjetiva del valor[19] para prevenir ante las conclusiones demasiado rígidas y apresuradas del análisis de la oferta y la demanda.

No sorprenderá ver a Jenkin recelar de la importancia práctica de la utilidad.

Brownlie y Lloyd Prichard han destacado que la relación inversa entre cantidad y precio de la ecuación

D = f(A + 1/x)

implica la noción de utilidad marginal decreciente S. Uemiya también subraya este punto pero Jenkin no dice ni una palabra al respecto.

La expresión «utilidad» es empleada en una oportunidad y con gran cautela: «La demanda en la mente de los compradores se corresponde con la utilidad que a su juicio tiene el artículo; y las causas que confluyen para formar esa opinión son demasiado numerosas como para admitir una clasificación.»[20]

En última instancia será la competencia la que revele el precio de equilibrio, aunque los cambios en la apreciación de los bienes podrán modificar los estímulos para la producción, más allá del corto plazo[21] pero entonces la oferta y la demanda no cuentan a la hora de hallar el precio, como se verá.

En el artículo de la incidencia impositiva, que ya es de 1871 y permitió a Jenkin conocer la Theory de Jevons, criticará la noción de utilidad de éste porque «en la práctica su medición es imposible».

Esta ausencia en última instancia de la utilidad en la explicación del valor deja a Jenkin atrás de sus contemporáneos Jevons, Menger y Walras, y lo excluye de la escuela de la utilidad marginal.[22]

Segunda ley

La dimensión subjetiva del valor, o mejor dicho su caeteris paribus, permite a Jenkin acotar la validez de la primera ley de la oferta y la demanda: «La ley mencionada supone que cada persona conoce su mente, es decir, sabe cuántos bienes comprará o venderá en ese momento y lugar a cada precio, y supone también que sus opiniones no varían.»[23] Jenkin afirma que si esto se cumple el precio de mercado no varía durante el proceso tentativo que culmina en su descubrimiento.

En la práctica, reconoce Jenkin, las mentes no se quedan quietas ni cinco minutos, por lo que las curvas podrán cambiar dentro de dos límites, impuestos por lo que llama «oferta total» o cantidad total disponible y «fondo de compra» o cantidad de dinero que los agentes disponen para comprar.

El paso siguiente es suponer constante a una de dichas magnitudes y aumentar la otra. Jenkin dibuja como resultado sus Figuras 5 y 6 que representan la segunda ley de la oferta y la demanda: si la oferta total aumenta, los precios bajan, y si el fondo de compra aumenta, los precios suben.

(...)

Jenkin toma la precaución de distinguir entre esta ley y la primera, porque esas dos ideas «no son leyes en un sentido estricto sino que expresan un grado de probabilidad, que variará inmensamente según los casos y los bienes.»[24]

El que se trate de movimientos probables pero no seguros sugiere el propósito de Jenkin, al que dedicará el resto del artículo: en la realidad los mercados no funcionan tal y como sus primeros gráficos los pintan, y en particular el mercado de trabajo.

Presenta entonces varios gráficos de mercados no competitivos, siguiendo a W.T.Thornton.[25]

Así, afirma que puede haber competencia entre compradores pero no entre vendedores, puede no haber un precio de equilibrio o haber varios.

Los gráficos tienen trazados interesantes, como su Figura 9 que pinta una oferta infinitamente inelástica y una demanda superpuesta en un tramo, lo que da como resultado un segmento de precios de equilibrio.

(...)

Jenkin concluye que la primera ley de la oferta y la demanda indica que el precio de equilibrio será el de la intersección de las curvas, pero no determina cómo serán esas curvas. Y debe recordarse que tanto la primera ley como la segunda suponen que los individuos perciben la brecha entre las curvas a cada precio: «La primera y segunda ley de la demanda y la oferta no pueden afectar a aquellos casos en los que los compradores y los vendedores no pueden estimar la relación entre la demanda a un precio y la oferta a un precio.»
Es destacable que Jenkin apunte que uno de esos casos es el del monopolio bilateral, el tema por el que Francis Ysidro Edgeworth (1845­1926) criticará a Jevons en 1881: «En transacciones simples entre una persona y otra por un objeto...no se pueden trazar ni la curva de demanda ni la de oferta: el precio es aquél al que el comprador pueda persuadir al vendedor para que le entregue el artículo.»[26]

Tercera ley

Jenkin va cerrando las puertas a la utilización de la oferta y la demanda. No sólo existen las situaciones no competitivas, en las que no hay posibilidad de trazar curvas normales, sino que además tanto el precio en la primera ley como los cambios en el precio en la segunda ley dependen de «estados mentales» de compradores y vendedores. Las curvas, entonces, pueden desplazarse considerablemente y ninguna de las dos leyes es capaz de indicar cuál será el precio de largo plazo.

Jenkin presenta a continuación su tercera ley, integrada también como las anteriores en la doctrina de Stuart Mill y en la tradición clásica: «A largo plazo, el precio del artículo manufacturado resulta determinado fundamentalmente por su coste de producción, y la cantidad manufacturada resulta fundamentalmente determinada por la demanda a ese precio.»[27]

De esta manera, Jenkin expresa gráficamente la noción marshalliana de equilibrio a corto y largo plazo.
Una diferencia esencial entre el largo plazo y el corto es que las curvas de oferta y demanda medias a largo plazo sí pueden ser dibujadas con base empírica, aprovechando las estadísticas históricas de ventas y de costes. Ahora el eje de ordenadas de Jenkin refleja cantidades históricas medias. No obstante, esas estadísticas permitirán trazar curvas sólo aproximadas, y no existe una ley para todos los bienes.
En general, afirma Jenkin, las curvas de demanda tenderán a ser horizontales (o sea, con ejes al estilo moderno, inelásticas) y las de oferta tenderán a ser verticales (o sea, elásticas), pero puede haber casos particulares donde la curvas tengan una elasticidad ampliamente diferente, sean cóncavas o convexas, perfectamente horizontales o verticales, etc.
Ilustra así su tercera ley en su Figura 12 con dos curvas de oferta, según que el trabajo, el capital y las materias primas sean «limitados» o «casi ilimitados».

(...)

En cada momento hay desviaciones de la curva de oferta media (coste de producción) por acción de las leyes primera y segunda. Entran en acción las estimaciones de los productores sobre la posición de la demanda, las expectativas sobre la posición futura de la demanda y las diferentes apreciaciones de los agentes sobre cuál debe ser su remuneración.

En suma, Jenkin toma sus «leyes» en todo caso con las pinzas de la probabilidad y la incertidumbre:

«El valor de todas las cosas depende de fenómenos mentales y no de leyes referidas a meras cantidades de objetos».[28]



Mercado de trabajo

La exposición precedente permite conjeturar ya cuál va a ser la argumentación de Jenkin cuando traslade el análisis de la oferta y la demanda al mercado de trabajo. El salario es el precio en ese mercado, sujeto por tanto a las leyes de la oferta y la demanda, pero Jenkin añade: «Esta obviedad es frecuentemente interpretada como si ningún esfuerzo por parte de los empresarios pudiese rebajar los salarios y ninguna acción por parte de los trabajadores pudiese aumentarlos; se supone que el precio del trabajo está fijado por una ley natural.»[29]

Como no hay curvas de demanda fijas, puesto que dependen de «estados mentales», la solución adecuada es dejar a los sindicatos libres y confiar en su propio interés, porque Jenkin reconoce que más allá de un cierto límite el poder negociador para subir los salarios conspirará contra el aumento del empleo. Ahora bien, aparte de la capacidad sindical para elevar los salarios ¿qué se puede afirmar sobre la determinación salarial? Como era de esperar, muy poco: «La primera ley de la demanda y la oferta no es ninguna ayuda, porque su validez requiere que las mentes de las personas estén determinadas de antemano; la segunda ley, si es aplicada al trabajo, nos conduce a la doctrina malthusiana y, si no es bien interpretada, a la equivocada teoría del fondo de salarios.»[30]

Jenkin advierte con respecto a la doctrina malthusiana que no hay forma de saber a priori cuál es la proporción óptima entre población y recursos, ni entre aumento de la población y aumento de la riqueza. El efecto sobre los salarios de un aumento de la población depende de la segunda ley, que sugiere sólo el movimiento probable de los precios. Para conocer el nivel salarial hay que recurrir, como en los demás bienes, a la tercera ley. Pero ¿cuál es el coste de producción del trabajo? Su manutención pero, nuevamente, ese coste no es fijo.

Si un trabajador cuenta con reservas proporcionadas por su sindicato para negociar con su empleador, pedirá más dinero: su coste de producción habrá aumentado.

Si el trabajador aspira a un mayor nivel de vida ello automáticamente significa un mayor coste de producción: «El coste de producción del trabajo determina los salarios, pero ese coste a su vez es determinado por las expectativas de las personas sobre su nivel de vida.»[31]

La conclusión es pues similar a la general sobre los precios.

Aunque parezca extraño, son los trabajadores los que determinan sus salarios, es decir, el coste de producción determina el precio.

Ahora bien, la otra conclusión también vale: el vendedor determina el precio, pero el comprador determina la cantidad.

Así, es el capital el que determina cuántos trabajadores se emplearán a cada tipo de salario. De ahí la importancia de la sabiduría sindical.

Se puede siempre plantear la crítica de que las excepciones a la competencia no invalidan sus principios generales. Todas las excepciones, las curvas discontinuas, el poder de negociación, las expectativas, no hacen más que matizar un análisis que sigue siendo válido, como reconoció John Stuart Mill en 1869.[32]

Impuestos

En su artículo sobre los impuestos, publicado en las Actas de la Sociedad Real de Edimburgo de 1871-72, Jenkin dibuja curvas de oferta y demanda para analizar la incidencia tributaria.

Como ya se ha dicho, Jenkin conocía la Theory de Jevons cuando escribió este artículo.

Menciona al libro por haber presentado una versión algebraica «mucho más compleja» de la oferta y la demanda.

Jenkin estima que el planteamiento algebraico no proporciona muchas ventajas, porque es inconcebible que en la práctica las funciones resulten sencillas o manejables, mientras que por el contrario una simple observación histórica permite dibujar experimentalmente las curvas con una aceptable aproximación.[33]

Para Jenkin no es razonable suponer que los agentes son «una sola mente» dispuesta a efectuar transacciones sólo a un precio.

En la realidad, en un mercado suficientemente grande:

«siempre hay unos pocos oferentes dispuestos a vender sólo si el precio resulta muy superior al de mercado: ellos esperan que los precios suban. Otros pretenden vender al precio de mercado, pero nunca a un precio menor; y otros, los oferentes débiles, esperan que los precios caigan y a ellos se les puede empujar para que vendan por debajo del precio de mercado... Análogamente, hay unos pocos demandantes a los que se puede obligar a que compren por encima del precio de mercado; otros comprarán justo a ese precio, y otros sólo comprarán por debajo de ese precio.»[34]

Jenkin traslada esta noción a un gráfico y presenta los excedentes del consumidor y del productor como las áreas situadas respectivamente entre la línea del precio de equilibrio y las curvas de la demanda y la oferta. Declara que su análisis es novedoso, lo que sólo es parcialmente correcto, porque Dupuit había expuesto la idea del excedente del consumidor en 1844.

La clave, afirma acertadamente Jenkin, está en la pendiente de las curvas. Si la oferta tiene una pendiente muy pronunciada y la demanda no, ganan relativamente más los compradores, y si es al revés, los vendedores Ärecuérdese que, como también ocurre con los gráficos de Cournot y Dupuit, las abscisas y las ordenadas reflejan respectivamente precios y cantidades, al revés de lo que haría Marshall y la ciencia económica posterior, y ya había hecho Karl Heinrich Rau (1792­1870) en 1841.

Aparte de que Jenkin destaca que esas ganancias varían según la actividad de que se trate, puede subrayarse su comentario distinguiendo entre salario y ganancia del trabajador: «La ganancia del trabajador puede estimarse como la diferencia entre el salario que recibe y aquel salario que apenas es capaz de impulsarlo a trabajar.»[35]

Cournot, el pionero en el análisis matemático de la incidencia impositiva, detectó que la clave estaba en la elasticidad relativa. Jenkin también lo percibió. La proporción en que el impuesto recae sobre compradores y vendedores «es simplemente la relación entre la disminución del precio para los vendedores y el aumento del precio para los compradores.»[36]

Jenkin aplica este análisis al caso del comercio entre dos países, igual que había hecho analíticamente Stuart Mill y haría geométricamente Marshall, y concluye que lo mejor es el libre cambio unilateral, porque la pérdida de bienestar para las partes es mayor que los aranceles que pagan, porque cualquier impuesto comporta una cierta pérdida del excedente del consumidor y del productor; apunta también, pero no demuestra formalmente, que existe un arancel o gravamen que maximiza la recaudación.[37]

Jenkin y Jevons y Marshall

Varios aspectos de la obra de Jenkin atrajeron la atención de Edgeworth: el método matemático y geométrico; la descripción de la oferta y la demanda como funciones, en línea con el análisis de Cournot; el énfasis en los procesos mentales (pero recuérdese que Jenkin no desarrolla la noción de utilidad); el excedente del consumidor; y en especial, como se destacó antes, la importancia de la capacidad de negociación en la determinación del precio, en especial en un mercado de competencia característicamente no perfecta, como el mercado de trabajo.[38]

No obstante, el pensamiento económico de Jenkin no iba a tener ni de lejos el reconocimiento que merecieron sus trabajos en otros campos. Hay otros muchos casos, por supuesto, de obras de importancia analítica y que pasaron prácticamente desapercibidas en el momento de su publicación, como las Recherches de Cournot o el Entwickelung publicado en 1854 por Hermann Heinrich Gossen (1810­1858). Jenkin, además, no era un economista, aspecto que tiene una importancia creciente en el siglo XIX.[39] Pero a Jenkin lo distingue el trato poco generoso que le dispensaron William Stanley Jevons y Alfred Marshall.

Jevons conocía la obra de Jenkin y sentía por ella y por su autor un considerable respeto. En septiembre de 1874 le escribe a Walras, para agradecerle el ejemplar de los Elementos que le había enviado «una obra altamente científica y original», aunque le aclara que no cree que atraiga el interés de más de media docena de expertos en todo el mundo: uno de los nombres que da es el de Fleeming Jenkin.[40]

Herbert Stanley Jevons, hijo del economista, reveló que el artículo de Jenkin de 1870 fue el responsable de que Jevons se apresurara a concluir y publicar su Theory of political economy, lo que ocurrió en octubre del año siguiente: «Según una de las notas manuscritas de mi padre, la publicación pudo haber sido demorada hasta mucho después de 1871, de no haber sido por la aparición en 1868 y 1870 de los artículos del Profesor Fleeming Jenkin».[41]

Jevons no deseaba ser anticipado por Jenkin, con quien había mantenido relación epistolar a raíz del artículo sobre los sindicatos de 1868, que Jenkin le remitió en forma manuscrita. Por desgracia, no se han conservado las cartas enviadas por Jevons, pero sí tres que le escribió Jenkin en marzo de ese año, que incluyen unos gráficos muy notables, de exactamente la misma factura que el célebre que Jevons pintó en el capítulo IV de su Theory para ilustrar el intercambio. Es posible que Jevons ya estuviera pensando en un gráfico de esas características dos curvas de utilidad superpuestas pero no hay forma de probarlo. Jenkin insiste en las dificultades de medición de la utilidad y en la indeterminación del precio en el monopolio bilateral.[42]

El recelo de Jevons ante la omisión de su nombre en el artículo de Jenkin sobre las leyes de la oferta y la demanda puede explicar el virtualmente nulo reconocimiento de éste en la Theory. Su nombre no aparece cuando habla Jevons sobre W.T.Thornton[43]; lo menciona en el prólogo a la segunda edición como uno de los pocos «que se aventura en la ingrata cuestión de la ciencia matemático­económica»[44], y Jevons declara que su deuda mayor es con Lardner, a quien atribuye incorrectamente la ilustración gráfica de las leyes de la oferta y la demanda.[45]

Jevons no dibujó curvas de oferta y demanda,[46] aunque sí afirmó igual que Jenkin que se podían derivar a partir de las funciones de utilidad. Admitió la validez del análisis de Jenkin pero insistió en que él ya empleaba curvas intersecantes para ilustrar el precio de mercado en sus lecciones antes de 1870. No hay prueba alguna para esta reivindicación, como tampoco la habrá en el caso de Marshall.[47]

La lectura de los Principios de Economía de Alfred Marshall, en su edición definitiva de 1920 da la pauta del reconocimiento que dispensaba el gran economista inglés a sus predecesores. Hay sólo una mención a Jenkin, en la nota final del capítulo 13 del libro 5. Marshall se limita a apuntar que su método es similar al de Dupuit y Jenkin, a quien cita mal y fecha en 1871. Pese al notable parecido de sus análisis, no hay una sola mención a Jenkin cuando Marshall estudia la incidencia de los impuestos y el excedente del consumidor y del productor; ni tampoco en el Apéndice J sobre la doctrina del fondo de salarios. Los antecedentes de Marshall, tal cual queda consignado en el prólogo a la primera edición del libro, de 1890, son pocos: Cournot y Johann Heinrich von Thünen (1783­1850) Älejanos y, nótese, no británicos.[48]

La edición variorum de los Principios arroja alguna luz sobre este inadecuado reconocimiento de Jenkin por Marshall. Por lo pronto, en la primera edición, la nota mencionada en el párrafo anterior no incluye a Dupuit. Guillebaud, el editor, comenta que entre los papeles de Marshall hay una hoja, en la tercera edición del libro, de 1895, correspondiente a dicha nota, en la que Marshall dejó manuscritas estas líneas: «Las curvas de Fleeming Jenkin tienen una forma peculiar, y no se parecen a nada que yo conozca, a excepción de las que Rau añadió como apéndice a las primeras ediciones de su Volkswirtshatfslehre.»

Marshall alega que conoció la obra de Rau antes de ver el trabajo de Jenkin (que cita bien), y aún antes había leído a Cournot y von Thünen. La nota termina así:

«La sustancia de las curvas de este capítulo ya estaba en mis lecciones de 1870, o antes: las curvas relativas al monopolio corresponden a una etapa muy posterior de mi trabajo, y fueron presentadas ante la Sociedad Filosófica de Cambridge en 1873. Él [Jenkin] no conoció mi obra, así como yo no supe del artículo que leyó en la Sociedad de Edimburgo [el de los impuestos] hasta muchos años después. Por fin él oyó hablar de mi trabajo y me envió un ejemplar de sus escritos.»[49]

Se observa, por tanto, que Marshall sabía muy bien quién era Jenkin, y en las ediciones anteriores de los Principios fue capaz de mencionarlo y hay testimonios de que estaba lo suficientemente familiarizado con sus escritos como para citarlos correctamente. No obstante, en ningún caso reconoce anticipación alguna. Además, esta nota no menciona al excedente del consumidor.

El primer trabajo publicado por Marshall fue la recensión de la Theory de Jevons, en abril de 1872. Marshall tenía treinta años de edad. En esa reseña, aparte de Jevons, Marshall cita a un sólo economista contemporáneo: Fleeming Jenkin. Característicamente, disputa Marshall la utilidad del método matemático. Se inclina por utilizar palabras que todos puedan entender y prefiere «el lenguaje de los diagramas o, como ha sido llamado por el Profesor Fleeming Jenkin, la representación gráfica.» [50]

La importancia que Marshall asigna a Jenkin era, entonces, indisputable. Y recuérdese el consejo que le dio aquél a Jevons: el libro habría mejorado sin las matemáticas y con los diagramas.

Con el paso del tiempo la generosidad de Marshall disminuyó. En 1908 le escribe a John Bates Clark (1847­1938) que se ha vuelto «insensible»: se limita a hacer referencias en notas al pie de página, pero no admite deudas: «Soy consciente de que algunos pensarán que implícitamente reconozco deudas. Ejemplos de éstas son Francis Walker [1840­1897] y Fleeming Jenkin.»[51]

En los años cruciales, en torno a 1870, Alfred Marshall no publica nada. Hubo sin embargo varios manuscritos, borradores de eventuales publicaciones, que leyeron sus alumnos y colegas más aventajados: Herbert Somerton Foxwell (1849­1936), (el después Sir) Henry Hardinge Cunynghame (1848­1935) y John Neville Keynes (1852­1949). Ellos apoyaron las reivindicaciones del maestro. En la biografía que escribió sobre él, John Maynard Keynes (1883­1946) descarta toda posible anticipación de nadie a Marshall.[52]

Marshall insiste en que la base de su teoría ya estaba terminada antes de la Theory de Jevons, o sea, antes de 1871, y que había trabajado sobre la productividad marginal en 1869 y sobre la cuasi­renta en 1868. Le escribió a León Walras en 1883, diciéndole que había enseñado la teoría de la utilidad marginal en Cambridge antes de la Theory y que, siguiendo a Cournot, había ido más allá que Jevons. En lo referido al excedente del consumidor, le escribe a E.R.A. Seligman (1861­1939) en 1896: «mis deudas son con Cournot, no con Fleeming Jenkin ni con Dupuit.»[53]

Whitaker, el responsable de la edición de los escritos económicos tempranos de Marshall, cree que la influencia de Jenkin sobre éste fue imperceptible. Quizás haya sido así, pero no está claro que Jenkin no se le haya anticipado. Este es el punto en cuestión: no que Marshall haya copiado a Jenkin sino que arribó a un análisis similar después.

Es perfectamente posible que obtuviesen sus conclusiones de forma independiente.[54] Después de todo, ambos tenían formación matemática y estaban aplicándola al texto básico de economía de entonces, los Principios de Stuart Mill. La formulación simétrica de oferta y demanda es un descubrimiento lógico, como apunta Whitaker, para quien estuviese desarrollando el pensamiento de Mill. El propio Mill se acerca a la solución en su reseña de Thornton de 1869, pero Jenkin, como se vio antes, había planteado la solución formalmente correcta en 1868.[55]

1868 es una fecha importante para esta cuestión, porque es el año en que Marshall declaró haber leído a Cournot. Y hay que recordar que, al parecer, Jenkin no había leído más que a Stuart Mill hasta 1870. No conocía a Cournot y no tenía en principio por qué estar al tanto de los artículos de Dupuit, puesto que sus intereses en el campo de la ingeniería iban por otros derroteros que los que habían preocupado a los ingenieros­economistas de la Escuela de Puentes y Caminos de París en la década de 1840 Ämás extraño, quizás, es que no citara a D.Lardner.

Las lecciones de Marshall nos brindan otro testimonio interesante, en una carta que Foxwell escribe a Maynard Keynes en abril de 1925:

«Lo leí [al artículo de Jenkin] en las vacaciones de Semana Santa de 1870, en la época en que asistía a las clases de Marshall sobre economía diagramática, y se lo mostré. Nunca olvidaré su expresión de disgusto mientras hojeaba el artículo. Es que no había nada en Cournot que se aproximase tanto al enfoque general de Marshall sobre la teoría del valor, y en particular a su presentación de la ecuación de oferta y demanda.»[56]

Hay razones para conjeturar, entonces, que la importancia de Jenkin para Marshall fue mayor que la reflejada en los Principios. Pero falta la prueba de que Marshall se le había anticipado independientemente. Su propio testimonio y el de sus alumnos así lo sugiere. A Marshall le disgusta ver el artículo de Jenkin e insiste en que no le aportó nada que no supiera Äen ambos puntos coincide con Jevons. Ello no es imposible, pero su anticipación a Jenkin no se puede apoyar en nada que no sea meramente testimonial.[57]

Conclusión

Fleeming Jenkin fue un economista notable, que con su bagaje de conocimientos de ingeniería fue capaz de un interesante trabajo científico en economía. Entre sus avances destacan el análisis de la oferta y la demanda como funciones, los mercados imperfectamente competitivos, y el excedente del consumidor y del productor.

Vistos sus logros, la indiferencia con que fue tratado por sus contemporáneos con la excepción de Edgeworth carece de justificación. Es verdad que Jenkin fue un outsider de la economía, que empezaba entonces a institucionalizarse como profesión. Pero es más probable que la indiferencia proviniese de la desconsiderada actitud que tuvieron hacia él Jevons y Marshall. Ambos devaluaron marcadamente sus aportaciones e insistieron en que habían trabajado independientemente de Jenkin y en que le habían precedido en todo lo que importaba. Adoptaron esta última actitud con tanto entusiasmo como pocas pruebas.

Bibliografía

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[1] Notas


. Este trabajo deriva de la primera parte del proyecto de investigación que presenté en las oposiciones a cátedra en la Universidad Complutense en abril de 1994. Agradezco los comentarios de los miembros del tribunal, y también los que me formularon con anterioridad Fernando Méndez Ibisate y los asistentes al seminario de la Universidad Complutense sobre los cien años de los Principios de Marshall, y con posterioridad los integrantes del seminario de Historia Económica de la Universidad Carlos III.


[2]. El nombre debe pronunciarse «fleming» y no «fliming». Stevenson (1887), p.21.


[3]. Detalles sobre la vida de Jenkin en Brownlie y Loyd Prichard (1963). Para una extensa y notable biografía véase Stevenson (1887). Fue muy afortunado Jenkin al contar entre sus alumnos y admiradores al autor de La isla del tesoro, que además provenía de una familia de ingenieros y sentía por esa profesión una admiración que contrasta con el recelo frente a la ciencia que rezuma El extraño caso del Dr. Jekyll y el Sr. Hyde.


[4]. Jenkin (1887), pp. 13, 17n, 18, 18n, 19n.



[5]. Ibíd., pp. 18, 22. Una balanza, subraya Jenkin en bella metáfora, no fija el peso: lo descubre.


[6]. Ibíd., p. 28.


[7]. La asimetría entre ambos derechos ya había sido señalada por Adam Smith (1776), I.viii.11­13 y I.x.c.61. Los economistas clásicos fueron en general simpatizantes de los sindicatos, a pesar de los rasgos violentos de las asociaciones de trabajadores. Esta actitud de respaldo a los sindicatos se mantuvo después, con Alfred Marshall. Cf. O'Brien (1989), pp. 394­6 y Petridis (1973), p. 167. Véase también Groenewegen (1994). Una interesante crítica a esta actitud de los economistas en Hutt (1936).


[8]. Jenkin (1887), p. 35.


[9]. Ibíd., pp. 37, 56, 74. Una visión análogamente simpatizante con los sindicatos, referida también a la Comisión parlamentaria, en Ludlow y Jones (1867).


[10]. Jenkin (1871­72), pp. 250­64.


[11]. Jenkin (1887), pp. 125­6.


[12]. Ibíd., pp. 148.


[13]. Ibíd., pp. 141.


[14]. Brownlie y Lloyd Prichard (1963), pp. 208ss.


[15]. Jenkin (1887), p. 79.


[16]. Humphrey (1992), p. 21. Agradezco al profesor Fernando Méndez Ibisate por haber llamado mi atención hacia este artículo.


[17]. Jenkin (1887), p.15. Según Jenkin, oferta es una expresión que se emplea «casi siempre» para referirse a una cantidad presentada a la venta. No obstante, también se la puede considerar como disposición subjetiva a vender; cf. Brownlie y Prichard (1963), pp. 208­9.


[18]. Jenkin (1887), p. 16.


[19]. Ibíd., pp. 87, 88, 93, 95. En el manuscrito «¿Es el beneficio de un hombre la pérdida de otro?», vuelve a destacar la subjetividad del valor: «es sólo el pensamiento lo que causa el valor de las cosas», p. 141.


[20]. Brownlie y Pritchard (1963), p. 209; Jenkin (1887), p. 98; Uemiya (1981), p. 177.

[21]. Jenkin (1887), pp. 98-99.

[22]. Ibíd., pp. 109-110. Howey (1989), pp. 22, 86.

[23]. Jenkin (1887), p. 78.

[24]. Ibíd., p. 81.

[25]. William Thomas Thornton publicó en 1869 On labour, donde critica la idea del fondo de salarios fijo e insiste en que los salarios son determinados sólo por la negociación.

John Stuart Mill, compañero de trabajo de Thornton en la Compañía Inglesa de las Indias Orientales, se «retractó» dramáticamente en 1869, en un artículo sobre On labour titulado «Thornton on labour and its claims».

Parece que no fueron las críticas de Thornton sobre las leyes de la oferta y la demanda las que impresionaron a Mill sino las posibilidades que se abrían ante los sindicatos con la ausencia de un fondo de salarios fijo.

Es posible que haya sido Mill quien influyó sobre Jenkin en este artículo publicado un año más tarde.

Jenkin, no obstante, insiste en que él había demostrado la falacia del fondo de salarios en su trabajo de 1868, «y la misma argumentación, empleada posteriormente por el Sr. Thornton, ha sido reconocida como acertada por el Sr. John Stuart Mill». Cf. Schumpeter (1954), pp. 669-70; Forget (1991); Negishi (1986); Ekelund y Thommesen (1989); Jenkin (1887), p. 94; Mill (1967), p. 635; Schwartz (1972), pp. 90-101, 274.

[26]. Jenkin (1887), p. 86; Creedy (1992), p. 172.

[27]. Jenkin (1887), p. 89.

[28]. Ibíd., pp. 92-93.

[29]. Ibíd., pp. 93-94.

[30]. Ibíd., p. 97.

[31]. Ibíd., p. 102.

[32]. Schwartz (1972), p. 92; Schumpeter (1954), p. 942.

[33]. Jenkin (1887), pp. 107-108.

[34]. Ibíd., p. 109.

[35]. Ibíd., p. 112.

[36]. Houghton (1958), p. 53; Humphrey (1992), p. 19; Jenkin (1887), pp. 113-115. Hay un error en la página 114, cuando Jenkin concluye que cuando todo el impuesto recae sobre los compradores la demanda es vertical: debe decir horizontal.

[37]. Ibíd., pp. 112-15.

[38]. Edgeworth (1923) y Spengler (1971), p. 37.

[39]. Diversos especialistas han destacado este carácter de outsider de Fleeming Jenkin. Puede mencionarse al autor del manual que más atención presta a Jenkin: Whittaker (1948), pp. 504-5.

[40]. Uemiya (1981), p. 175; Jevons (1977), Vol. IV, p. 66.

[41]. Jevons (1977), Vol. III, p. 166.

[42]. Ibíd., pp. 167-178; Creedy (1992), pp. 119-20; Black (1962), pp. 199-200.

[43]. Jevons (1871), pp. 148-50.

[44]. Ibíd., p. 65. Los otros nombres que da son el americano Simon Newcomb (1835­1909) y los británicos Henry Dunning Macleod (1821­1902), George Darwin (1845-1912) y Alfred Marshall.

[45]. Ibíd., p. 50-51; Uemiya (1981), pp. 181, 187.

[46]. La única excepción es la Figura 7 en Jevons (1871), p. 160; cf. también Uemiya (1981), pp. 184-85.

[47]. Jevons (1977), Vol. VI, p. x; Black (1987); Robertson (1985), p. 48; Staley (1989), p. 140; Brownlie y Lloyd Prichard (1963), pp. 215­6; Houghton (1958), p. 53n; Ekelund y Hébert (1992), pp. 329, 385. Parece claro que es el método gráfico lo que lleva a que Jevons se apresure a terminar y publicar su Theory. Uemiya (p. 186) conjetura que la razón última del trato poco cariñoso de Jevons hacia Jenkin se explica no porque éste se hubiese adelantado a aquél sino porque Jevons no quería verse mezclado con alguien que, al no basar su análisis en la utilidad, no confluía con él en el nuevo carril anticlásico hacia donde deseaba impulsar a la teoría económica. Es interesante a este respecto que Marshall se remitiese a Cournot, que se enrola aún más que Jenkin entre los no subjetivistas.

[48]. Marshall (1920), p. 394n. Marshall no cita el trabajo concreto de Jenkin. Sólo habla de «Edinburgh Philosophical Transactions» y 1871. Son dos errores. La fecha correcta es 1870 y aunque los artículos de 1868 y 1870 son de Edimburgo, ninguno corresponde a esa cita. «Marshall fue generoso de forma sistemáticamente exagerada con sus predecesores clásicos y más bien tacaño con sus contemporáneos»; Gordon, (1973). «Marshall era muy consciente de su papel como líder nacional», Schumpeter (1954), p. 840.

[49]. Marshall (1961),Vol. II, pp. 534.

[50]. Pigou (1925), p. 99.

[51]. Ibíd., p. 416. También fue poco generoso Marshall con Hans von Mangoldt (1824­1868), Dupuit y Léon Walras (1834-1910); cf. Schneider (1960); Segura (1987 y 1988); Schumpeter (1954) pp. 838-40 y 1061; y Houghton (1958), p. 53n.

[52]. Para Keynes «la idea de aplicar métodos matemáticos [a la economía] estaba en el aire, pero todavía [hasta Marshall] no había producido nada sustancial» y «en 1867 [Marshall] empezó a desarrollar los métodos diagramáticos»; Keynes (1963), pp. 150 y 153. Schumpeter (1954) comenta: «Una y otra vez me ha impresionado el hecho de que economistas competentes e incluso eminentes incurran en la acrítica costumbre de atribuir a Marshall lo que, "objetivamente", debería ser atribuido a otros (¡incluso la curva de la demanda "marshalliana"!)», p. 839n.

[53]. Marshall (1975), Vol. 1, p. 39.

[54]. Creedy (1992), p. 68.

[55]. Bradley (1989).

[56]. Marshall (1975), p. 45n.

[57]. Ibíd., Vol. 2, p. 241. La simpatía de Whitaker por Marshall se observa en este breve comentario: «Parece probable que Jenkin haya sido anticipado por Leslie Stephen, que era como Marshall un Wrangler de Cambridge», p. 41. Esta conjetura, basada en un inédito cuaderno de notas de Stephen que Whitaker cita a través del biógrago de aquél, es poco defendible. Sir Leslie Stephen (1832-1904), distinguido intelectual, padre de Vanessa Bell y Virginia Woolf, no fue un economista ni un científico, sino un hombre de letras. Su biógrafo, Frederic William Maitland, fue un historiador. En una carta Stephen revela poco aprecio por Thornton, «que siempre está aburriendo a todo el mundo con la oferta y la demanda». Maitland (1906), pp. 45-6, 73, 75, 189. Entre los colegas de Stephen en Cambridge se contaba William Whewell (1794-1866), un notable pionero de la economía matemática. Incidentalmente, Marshall no lo menciona jamás. Los interesantes trabajos de Whewell, un matemático tan cauteloso como Marshall sobre las posibilidades de las matemáticas en la economía, pueden verse en Whewell (1829). Hutchison sostiene que los análisis de Whewell «difícilmente pueden haber sido desconocidos por Marshall»; Hutchison (1967), p. 77 y la extensa nota 4, pp. 77-79.

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Fecha de actualización: 10/06/98