Usualmente las negrillas y subrayados son nuestros.

domingo, abril 18, 2010

Marx y Leontief

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Un examen matermáticamnte formalizado de la teoría del valor trabajo de Marx, a la luz de las concepciones de la matriz insumo producto de Leontief, puede leerse en:

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Acumulación de Capital según Rosa Luxemburgo

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Una visión panorámica de la vida y el aporte de Rosa Luxemburgo a la teoría de la Acumulación del Capital, se puede leer en:

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Los esquemas de reproducción de Marx

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Un estudio sobre los esquemas de reproducción del capital social en su conjunto, de Marx, puede leerse en:

http://www.revista.unal.edu.co/index.php/ceconomia/article/view/12061/12673
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William Thompson, datos biográficos

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El comentario inicial, las negrillas, citas en bloque y separación de algunos párrafos son nuestros para efectos de estudio.

Gerard Stavenhagen (Historia de las Teorías Económicas, Editorial El Ateneo, Buenos Aires, 1959) en una de las mejores síntesis que conocemos de las teorías económicas básicas desde el mercantilismo hasta Keynes, dice que Owen era el "maestro" de Thomson, y que partiendo de las teorías de Owen, desarrolló una teoría de la plusvalía, anterior a Marx. En realidad, a partir de este artículo, queda claro, que la teoría de la explotación de Thompson, (¿proviene de relación con los estudios de Ricardo?) cuenta con un pensamiento clasista muy claro y definido y con una concepción comunista del cooperativismo, a diferencia de Owen. Incluso se señala en este artículo que la palabra comunista fué usada por vez primera en el mundo moderno, para distinguir a Thompson y sus seguidores de Owen y los suyos.


Tomado de:

http://es.wikipedia.org/wiki/William_Thompson

William Thompson (Cork, 1775 - Rosscarbery, condado de Cork), 28 de marzo de 1833) fue un político, economista, filósofo y reformador social irlandés, promotor y socio del movimiento cooperativo inglés, cuyas concepciones influyeron en los organizadores de los sindicatos de trabajadores y en Karl Marx.

Vida

Era hijo de uno de los comerciante más prósperos de Cork, Alderman John Thompson, quien fue además alcalde de la ciudad en 1794. William heredó de él en 1814 una finca cerca de Glandore, al occidente de Cork y en vez de aceptar el papel de rentista ausentista, compartió su tiempo con los arrendatarios e invirtió en innovaciones agrícolas, servicios y educación para los niños, tratando de buscar el mejoramiento de la calidad de vida de las familias.

Afectado por problemas de salud desde temprana edad, Thompson se convirtió desde la adolescencia en abstemio y vegetariano. Su muerte fue causada por una afección pulmonar.

Ideas

Estudió con entusiasmo a los escritores del Siglo de las luces, en especial a Condorcet y se inspiró en las ideas de igualdad y democracia de la Revolución francesa, lo cual le ganó el calificativo de "Republicano Rojo".

Thompson simpatizaba con el utilitarismo de Jeremy Bentham, con quien estableció amistad, visitando su casa en 1821 y 1822. Mantuvo correspondencia con David Ricardo, quien influenció notoriamente su pensamiento y escritos. Polemizó en cambio con William Godwin y con las que consideraba "especulaciones mecánicas" de Thomas Malthus. Propuso el concepto de Ciencia Social para sintetizar la combinación de los conocimientos de la Economía Política con el materialismo científico y las concepciones del utilitarismo con una moral racional.

Contribución a la economía política

La polémica con Godwin y Malthus llevó a Thompson a Londres, para realizar una investigación sobre el papel de la distribución en la economía política, publicada en 1824 como Una investigación acerca de los Principios de la Distribución de la Riqueza.[1] Así como a David Ricardo, Thompson había estudiado las obras de los utopistas franceses Charles Fourier, Henri de Saint-Simon y del economista Sismondi.

Thompson defendió la teoría del valor-trabajo propuesta por Ricardo en los Principios de Economía Política.

Sin embargo, él caracterizó como explotación, la apropiación de la parte del león de la plusvalía por el capitalista.

Rechazó la tesis de Malthus y Ricardo según la cual cualquier aumento de los salarios de los trabajadores sólo puede resultar en su miseria posterior, y enfatizó en la naturaleza interesada de esta teoría en favor de los empresarios que reclamaban una legislación que proscribiera los esfuerzos de los trabajadores para elevar sus salarios. Aplicando el principio utilitarista de "el mayor bien para el mayor número" a los esquemas alternativos existentes y posibles de distribución, Thompson abogó por una distribución igualitaria del producto.

Uno de sus compañeros en el movimiento cooperativo, John Minter Morgan, observó que Thompson fue el primero en acuñar el término "competitivo" para describir el sistema económico existente.

La originalidad de esta obra es ampliamente tratada por Max Nettlau, quien declara que

"El libro [de Thompson], sin embargo, revela su propia evolución; habiendo comenzado con reivindicar todo el producto del trabajo, así como la regulación de la distribución, finaliza con su propia conversión al comunismo, que se desprende de la ilimitada distribución."

En 1827 otro "socialista ricardiano", Thomas Hodgskin, publicó El Trabajo Defendido[2] el cual también caracteriza la apropiación de la parte del león de los frutos del trabajo mediante la explotación de los terratenientes y capitalistas, que defraudan a los trabajadores del producto de su trabajo. Sin embargo, Hodgskin proponía como camino hacia la justicia económica para los trabajadores, la reforma del sistema competitivo. Thompson contestó esta propuesta con Trabajo Premiado[3] defendiendo el comunismo cooperativista como camino alternativo.

Feminismo

Thompson criticó la situación de la mujer en la sociedad de su época y conjuntamente con su compañera, Anna Doyle Wheeler, fue autor de La Demanda de la Mitad de la Raza Humana, las Mujeres,[4] cuya redacción iniciaron en respuesta contra un llamamiento a votar únicamente por hombres. Esta obra ha sido traducida al castellano.[5] Por otra parte, a pesar de rechazar las tesis de Malthus sobre la población, Thompson defendió los eventuales beneficios de los métodos anticonceptivos.

Influencia en el movimiento cooperativo

Debate con Robert Owen

Thompson y en general el movimiento cooperativo tienden a ser identificados con el rótulo de "owenismo", pero ello es inexacto. En efecto, aunque sus escritos y los experimentos en New Lanark ayudaron al conjunto del movimiento cooperativo, muchos, Thompson incluido, fueron críticos de las tendencias autoritarias de Owen.

Thompson, además, desconfiaba del coqueteo de Owen con ricos y poderosos patrones y consideraba que los ricos, en tanto clase, nunca podrían estar realmente a favor de cualquier proyecto de emancipación para los trabajadores pobres, pues amenazaría sus privilegios. También expuso que era necesario que los trabajadores, en cualquier comunidad cooperativa, tuvieran seguridad eventual de la propiedad comunitaria. Se ganó gran número de seguidores de estas concepciones en el movimiento cooperativo, y fue para distinguir a estos de los seguidores de Owen que se les asignó el rótulo de "socialistas" o "comunistas"[6]

Estas diferencias llevaron a abrir la confrontación entre Thompson y Owen en el tercer congreso cooperativo llevado a cabo en 1832, en Londres. Owen, quizá desalentado por el fracaso de su intento de comunidad en New Harmony, sostuvo que era necesario esperar a que el Gobierno e inversionistas de la Bolsa de Valores apoyaran e invirtieran en las comunidades en gran escala. Thompson y sus seguidores afirmaron que deberían moverse hacia el establecimiento de comunidades basadas en sus propios recursos. La cuestión no fue resuelta en el congreso porque Thompson no pudo asistir, posiblemente debido a la enfermedad que le causó la muerte 5 meses después.

Influencia sobre Karl Marx

Karl Marx había recorrido la obra de Thompson en una visita a Manchester en 1845 y cita pasajes suyos en Miseria de la Filosofía (1847) y también en El Capital.[7] Sidney y Beatrice Webb llegan a caracterizar a Marx como "el discípulo ilustre" de Thompson y Hodskin, punto de vista que encontró eco en Harold Laski y otros historiadores del socialismo. Uno de ellos, Anton Menger,[8] fue el creador de la categoría "socialistas ricardianos", en la que quedan incluidos, además de Thompson, Thomas Hodgskin, John Grey, Piercy Ravenstone y John Francis Bray, todos los que Marx denominó "la reacción proletaria basada en Ricardo". Sin embargo, es necesario percibir las diferencias entre el comunista Thompson y el socialista de mercado Hodgskin.

Referencias

↑ Thompson, William, An Inquiry into the Principles of the Distribution of Wealth Most Conducive to Human Happiness; applied to the Newly Proposed System of Voluntary Equality of Wealth, (Longman, Hurst Rees, Orme, Brown & Green: London), 1824.
↑ Labour Defended against the Claims of Capital, or the Unproductiveness of Capital Proved with Reference to the Present Combinations among Journeymen, 1825.
↑ Thompson, William, Labour Rewarded. The Claims of Labour and Capital Conciliated: or, How to Secure to Labour the Whole Products of Its Exertions, Londres: Hunt and Clarke, 1827.
↑ Thompson, William, Appeal of One Half the Human Race, Women, Against the Pretensions of the Other Half, Men, to Retain Them in Political, and thence in Civil and Domestic Slavery, (Longman, Hurst Rees, Orme, Brown & Green: London), 1825.
↑ Wheeler, Anna y W. Thompson. La Demanda de la Mitad de la Raza Humana, las Mujeres. Traducción de Ana de Miguel. Granada: Comares, 2001
↑ Carta a "El Magazin Cooperativo", Londres, Noviembre de 1827, citado por OED como primer documento en que se usó "socialista" en vez de "owenista".
↑ El Capital, libro segundo, capítulo XVII
↑ Right to the Whole Produce of Labour,1899

Bibliografía

Connolly, James, 'The first Irish socialist: A forerunner of Marx' in Labour in Irish History, Dublin, 1910; London, 1987.
Dobb, Maurice 1973. Teorías del valor y de la distribución desde Adam Smith: Ideología y teoría. Siglo XXI, 1995. ISBN 968-23-1734-7
Dooley, Dolores, Equality in Community: Sexual Equality in the Writings of William Thompson and Anna Doyle Wheeler, Cork University Press, 1996.
Dooley, Dolores (Ed.), William Thompson: Appeal of One Half of the Human Race, Cork University Press, Cork, 1997.
Pankhurst, Richard, William Thompson (1775 - 1833) Pioneer Socialist, Londres: Pluto Press, 1991.
Thompson, William, Practical Directions for the Speedy and Economical Establishment of Communities on the Principles of Mutual Co-operation, United Possessions and Equality of Exertions and the Means of Enjoyments, Londres: Strange and E. Wilson, 1830.

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Obtenido de "http://es.wikipedia.org/wiki/William_Thompson"
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lunes, abril 12, 2010

Los Gobiernos, según Aristóteles

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Las negrillas, sangrías y separación de algunos párrafos son nuestros para efectos de estudio.
Obras de Aristóteles
Política
libro tercero, capítulo V
División de los gobiernos
Siendo cosas idénticas el gobierno y la constitución, y siendo el gobierno señor supremo de la ciudad, es absolutamente preciso que el señor sea o un solo individuo, o una minoría, o la multitud de los ciudadanos. Cuando el dueño único, o la minoría o la mayoría gobiernan consultando el interés general, la constitución es pura necesariamente; cuando gobiernan en su propio interés, sea el de uno sólo, sea el de la minoría, sea el de la multitud, la constitución se desvía del camino trazado por su fin{73}, puesto que, una de dos cosas, o los miembros de la asociación no son verdaderamente ciudadanos o lo son, y en este caso deben tener su parte en el provecho común. [97]
Cuando la monarquía o gobierno de uno sólo tiene por objeto el interés general, se le llama comúnmente reinado. Con la misma condición, al gobierno de la minoría, con tal que no esté limitada a un solo individuo, se le llama aristocracia; y se la denomina así, ya porque el poder está en manos de los hombres de bien, ya porque el poder no tiene otro fin que el mayor bien del Estado y de los asociados. Por último, cuando la mayoría gobierna en bien del interés general, el gobierno recibe como denominación especial la genérica de todos los gobiernos, y se le llama república.
Estas diferencias de denominación son muy exactas. Una virtud superior puede ser patrimonio de un individuo o de una minoría; pero una mayoría no puede designársela por ninguna virtud especial, si se exceptúa la virtud guerrera, la cual se manifiesta principalmente en las masas; como lo prueba el que, en el gobierno de la mayoría, la parte más poderosa del Estado es la guerrera; y todos los que tienen armas son en él ciudadanos.
Las desviaciones de estos gobiernos son: la tiranía que lo es del reinado{74}; la oligarquía que lo es de la aristocracia; la demagogia que lo es de la república. La tiranía es una monarquía que sólo tiene por fin el interés personal del monarca; la oligarquía tiene en cuenta tan sólo el interés particular de los ricos; la demagogia, el de los pobres. Ninguno de estos gobiernos piensa en el interés general.
Es indispensable que nos detengamos algunos instantes a notar la naturaleza propia de cada uno de estos tres gobiernos; porque la materia ofrece dificultades. Cuando observamos las cosas filosóficamente, y no queremos limitarnos tan sólo al hecho práctico, se debe, cualquiera que sea el método que por otra parte se adopte, no omitir ningún detalle ni despreciar ningún pormenor, sino mostrarlos todos en su verdadera luz.
La tiranía, como acabo de decir, es el gobierno de uno sólo, que reina como señor sobre la asociación política; la oligarquía es el predominio político de los ricos; y la demagogia, por lo contrario, el predominio de los pobres con exclusión de los ricos.
Veamos una objeción que se hace a esta última definición. Si la mayoría, dueña del Estado, se compone de ricos, y el gobierno [98] es de la mayoría, se llama demagogia; y, recíprocamente, si da la casualidad de que los pobres, estando en minoría relativamente a los ricos, sean sin embargo dueños del Estado a causa de la superioridad de sus fuerzas, debiendo el gobierno de la minoría llamarse oligarquía, las definiciones que acabamos de dar son inexactas. No se resuelve esta dificultad mezclando las ideas de riqueza y minoría, y las de miseria y mayoría, reservando el nombre de oligarquía para el gobierno en que los ricos, que están en minoría, ocupen los empleos, y el de la demagogia para el Estado en que los pobres, que están en mayoría, son los señores. Porque, ¿cómo clasificar las dos formas de constitución que acabamos de suponer: una en que los ricos forman la mayoría; otra en que los pobres forman la minoría; siendo unos u otros soberanos del Estado?, a no ser que hayamos dejado de comprender en nuestra enumeración alguna otra forma política. Pero la razón nos dice sobradamente, que la dominación de la minoría y de la mayoría son cosas completamente accidentales, ésta en las oligarquías, aquélla en las democracias;
porque los ricos constituyen en todas partes la minoría, como los pobres constituyen dondequiera la mayoría.
Y así las diferencias indicadas más arriba no existen verdaderamente.
Lo que distingue esencialmente la democracia de la oligarquía, es la pobreza y la riqueza; y donde quiera que el poder esté en manos de los ricos, sean mayoría o minoría, es una oligarquía; y donde quiera que esté en las de los pobres, es una demagogia. Pero no es menos cierto, repito, que generalmente los ricos están en minoría, y los pobres en mayoría; la riqueza pertenece a pocos, pero la libertad a todos. Estas son las causas de las disensiones políticas entre ricos y pobres.
Veamos ante todo cuáles son los límites que se asignan a la oligarquía y a la demagogia, y lo que se llama derecho en una y en otra. Ambas partes reivindican un cierto derecho, que es muy verdadero. Pero de hecho su justicia no pasa de cierto punto, y no es el derecho absoluto el que establecen ni los unos ni los otros.
Así la igualdad parece de derecho común, y sin duda lo es, no para todos sin embargo, sino sólo entre iguales; y lo mismo sucede con la desigualdad: es ciertamente un derecho, pero no respecto de todos, sino de individuos que son desiguales entre sí.
Si se hace abstracción de los individuos, se corre el peligro de formar un juicio erróneo.
Lo que sucede en [99] esto es que los jueces son jueces y partes, y ordinariamente es uno mal juez en causa propia.
El derecho limitado a algunos, pudiendo aplicarse lo mismo a las cosas que a las personas, como dije en la Moral, se concede sin dificultad cuando se trata de la igualdad misma de la cosa, pero no así cuando se trata de las personas a quienes pertenece esta igualdad; y esto, lo repito, nace de que se juzga muy mal cuando es uno interesado en el asunto.
Porque unos y otros son expresión de cierta parte del derecho, ya creen que lo son del derecho absoluto: de un lado superiores unos en un punto, en riqueza, por ejemplo, se creen superiores en todo; de otro, iguales otros en un punto, en libertad, por ejemplo, se creen absolutamente iguales.
Por ambos lados se olvida lo capital.
Si la asociación política sólo estuviera formada en vista de la riqueza, la participación de los asociados en el Estado estaría en proporción directa de sus propiedades, y los partidarios de la oligarquía tendrían entonces plenísima razón; porque no sería equitativo que el asociado, que de cien minas sólo ha puesto una, tuviese la misma parte que el que hubiere suministrado el resto, ya se aplique esto a la primera entrega, ya a las adquisiciones sucesivas.
Pero la asociación política tiene por fin, no sólo la existencia material de todos los asociados, sino también su felicidad y su virtud; de otra manera podría establecerse entre esclavos o entre otros seres que no fueran hombres, los cuales no forman asociación por ser incapaces de felicidad y de libre albedrío.
La asociación política no tiene tampoco por único objeto la alianza ofensiva y defensiva entre los individuos, ni sus relaciones mutuas, ni los servicios que pueden recíprocamente hacerse; porque entonces los etruscos y los cartagineses y todos los pueblos unidos mediante tratados de comercio deberían ser considerados como ciudadanos de un solo y mismo Estado, merced a sus convenios sobre las importaciones, sobre la seguridad individual, sobre los casos de una guerra común; aunque cada uno de ellos tiene, no un magistrado común para todas estas relaciones, sino magistrados separados, perfectamente indiferentes en punto a la moralidad de sus aliados respectivos, por injustos y por perversos que puedan ser los comprendidos en estos tratados, y atentos sólo a precaver recíprocamente todo daño.
Pero como la virtud y la corrupción política son las cosas que principalmente tienen en cuenta los que sólo quieren buenas leyes, [100] es claro que la virtud debe ser el primer cuidado de un Estado que merezca verdaderamente este título, y que no lo sea solamente en el nombre.
De otra manera, la asociación política vendría a ser a modo de una alianza militar entre pueblos lejanos, distinguiéndose apenas de ella por la unidad de lugar; y la ley entonces sería una mera convención; y no sería, como ha dicho el sofista Licofron, «otra cosa que una garantía de los derechos individuales, sin poder alguno sobre la moralidad y la justicia personales de los ciudadanos». La prueba de esto es bien sencilla. Reúnanse con el pensamiento localidades diversas, y enciérrense dentro de una sola muralla a Megara y Corinto{75};
ciertamente que no por esto se habrá formado con tan vasto recinto una ciudad única, aun suponiendo que todos los en ella encerrados hayan contraído entre sí matrimonio, vínculo que se considera como el más esencial de la asociación civil.
O si no, supóngase cierto número de hombres que viven aislados los unos de los otros, pero no tanto, sin embargo, que no puedan estar en comunicación; supóngase que tienen leyes comunes sobre la justicia mutua que deben observar en las relaciones mercantiles, pues que son, unos carpinteros, otros labradores, zapateros, etc., hasta el número de diez mil, por ejemplo; pues bien, si sus relaciones se limitan a los cambios diarios y a la alianza en caso de guerra, esto no constituirá todavía una ciudad. ¿Y por qué? En verdad no podrá decirse que en este caso los lazos de la sociedad no sean bien fuertes. Lo que sucede es que cuando una asociación es tal que cada uno sólo ve el Estado en su propia casa, y la unión es sólo una simple liga contra la violencia, no hay ciudad, si se mira de cerca; las relaciones de la unión no son en este caso más que las que hay entre individuos aislados.
Luego evidentemente la ciudad no consiste en la comunidad del domicilio, ni en la garantía de los derechos individuales, ni en las relaciones mercantiles y de cambio; estas condiciones preliminares son muy indispensables para que la ciudad exista; pero aun suponiéndolas reunidas, la ciudad no existe todavía. La ciudad es la asociación del bienestar y de la virtud, para bien de las familias y de las diversas clases de habitantes, para alcanzar una existencia completa que se basta a sí misma. [101]
Sin embargo, no podría alcanzarse este resultado sin la comunidad de domicilio y sin el auxilio de los matrimonios; y esto es lo que ha dado lugar en los Estados a las alianzas de familia, a las fratrias, a los sacrificios públicos y a las fiestas en que se reúnen los ciudadanos. La fuente de todas estas instituciones es la benevolencia, sentimiento que arrastra al hombre a preferir la vida común; y siendo el fin del Estado el bienestar de los ciudadanos, todas estas instituciones no tienden sino a afianzarle. El Estado no es más que una asociación, en la que las familias reunidas por barrios deben encontrar todo el desenvolvimiento y todas las comodidades de la existencia; es decir, una vida virtuosa y feliz.
Y así la asociación política tiene ciertamente por fin la virtud y la felicidad de los individuos, y no sólo la vida común.
Los que contribuyen con más a este fondo general de la asociación tienen en el Estado una parte mayor que los que, iguales o superiores por la libertad o por el nacimiento, tienen, sin embargo, menos virtud política; y mayor también que la que corresponde a aquellos que, superándoles por la riqueza, son inferiores a ellos, sin embargo, en mérito.
Puedo concluir de todo lo dicho, que evidentemente, al formular los ricos y los pobres opiniones tan opuestas sobre el poder, no han encontrado ni unos ni otros más que una parte de la verdad y de la justicia.
———
{73} Platón se había anticipado a Aristóteles al probar que el poder sólo debe ejercerse en beneficio de los súbditos. Véase la República, libro I.
{74} Voltaire, al comentar a Montesquieu, dice: la monarquía y el despotismo son dos hermanos que tienen entre sí tanta semejanza, que muchas veces se toma el uno por el otro.
{75} Megara estaba 210 estadios, cerca de ocho leguas, distante de Corinto.
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Proyecto Filosofía en español
© 2005 www.filosofia.org Patricio de Azcárate · Obras de Aristóteles
Madrid 1873, tomo 3, páginas 96-101
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viernes, marzo 26, 2010

Aristóteles: Propiedad y Lucha de Clases

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Un estudio sobre la concepción de Aristóteles sobre la propiedad y las clases sociales, puede verse en:

jueves, marzo 25, 2010

La Esclavitud, según Aristóteles

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Las negrillas, sangrías y separación de algunos párrafos son nuestros para efectos de estudio.

Tomado de:

http://www.filosofia.org/cla/ari/azc03021.htm

Obras de Aristóteles, Política
Patricio de Azcárate

Política · libro primero, capítulo II

De la esclavitud

Ahora que conocemos de una manera positiva las partes diversas de que se compone el Estado, debemos ocuparnos ante todo del régimen económico de las familias, puesto que el Estado se compone siempre de familias.
Los elementos de la economía doméstica son precisamente los de la familia misma, que, para ser completa, debe comprender esclavos y hombres libres. Pero como para darse razón de las cosas, es preciso ante todo someter a examen las partes más sencillas de las mismas, siendo las partes primitivas y simples de la familia el señor y el esclavo, el esposo y la mujer, el padre y los hijos, deberán estudiarse separadamente estos tres órdenes de individuos, para ver lo que es cada uno de ellos y lo que debe ser.
Tenemos [22] primero la autoridad del señor, después la autoridad conyugal, ya que la lengua griega no tiene palabra particular para expresar esta relación del hombre a la mujer; y, en fin, la generación de los hijos, idea para la que tampoco hay una palabra especial. A estos tres elementos, que acabamos de enumerar, podría añadirse un cuarto, que ciertos autores confunden con la administración doméstica, y que, según otros, es cuando menos un ramo muy importante de ella: la llamada adquisición de la propiedad que también nosotros estudiaremos.

Ocupémonos desde luego del señor y del esclavo, para conocer a fondo las relaciones necesarias que los unen, y ver al mismo tiempo si podemos descubrir en esta materia ideas que satisfagan más que las recibidas hoy día.

Se sostiene por una parte, que hay una ciencia, propia del señor, la cual se confunde con la del padre de familia, con la del magistrado y con la del rey, de que hemos hablado al principio.
Otros, por lo contrario, pretenden que el poder del señor es contra naturaleza; que la ley es la que hace a los hombres libres y esclavos, no reconociendo la naturaleza ninguna diferencia entre ellos; y que por último la esclavitud es inicua, puesto que es obra de la violencia{6}.
Por otro lado, la propiedad es una parte integrante de la familia; y la ciencia de la posesión forma igualmente parte de la ciencia doméstica, puesto que sin las cosas de primera necesidad, los hombres no podrían vivir y menos vivir dichosos.

Se sigue de aquí que, así como las demás artes necesitan, cada cual en su esfera, de instrumentos especiales, para llevar a cabo su obra, la ciencia doméstica debe tener igualmente los suyos. Pero entre los instrumentos, hay unos que son inanimados y otros que son vivos; por ejemplo, para el patrón de una nave, el timón es un instrumento sin vida, y el marinero de proa un instrumento vivo, pues en las artes al operario, se le considera como un verdadero instrumento.
Conforme al mismo principio, puede decirse que la propiedad no es más que un instrumento de la existencia, la riqueza una porción de instrumentos, y el [23] esclavo una propiedad viva; sólo que el operario, en tanto que instrumento, es el primero de todos. Si cada instrumento pudiese, en virtud de una orden recibida o, si se quiere, adivinada, trabajar por sí mismo, como las estatuas de Dédalo{7} o los trípodes de Vulcano{8} «que se iban solos a las reuniones de los dioses»; si las lanzaderas tejiesen por sí mismas; si el arco tocase solo la cítara, los empresarios prescindirían de los operarios, y los señores de los esclavos. Los instrumentos, propiamente dichos, son instrumentos de producción; la propiedad, por lo contrario, es simplemente para el uso.
Así, la lanzadera produce algo más que el uso que se hace de ella; pero un vestido, una cama, sólo sirven para este uso.

Además como la producción y el uso difieren específicamente, y estas dos cosas tienen instrumentos que son propios de cada una, es preciso que entre los instrumentos de que se sirven haya una diferencia análoga.

La vida es el uso y no la producción de las cosas, y el esclavo sólo sirve para facilitar estos actos que se refieren al uso.
Propiedad es una palabra que es preciso entender como se entiende la palabra parte: la parte no sólo es parte de un todo, sino que pertenece de una manera absoluta a una cosa distinta que ella misma. Lo mismo sucede con la propiedad; el señor es simplemente señor del esclavo, pero no depende esencialmente de él; el esclavo, por lo contrario, no es sólo esclavo del señor, sino que depende de éste absolutamente. Esto prueba claramente lo que el esclavo es en sí y lo que puede ser. El que por una ley natural no se pertenece a sí mismo, sino que, no obstante ser hombre, pertenece a otro, es naturalmente esclavo. Es hombre de otro el que en tanto que hombre se convierte en una propiedad, y como propiedad es un instrumento de uso y completamente individual. Es preciso ver ahora si hay hombres que sean tales por naturaleza o si no existen, y si, sea de esto lo que quiera, es justo y útil el ser esclavo, o bien si toda esclavitud es un hecho contrario a la naturaleza. La razón y los hechos pueden resolver fácilmente estas cuestiones.
La autoridad y la obediencia no son sólo cosas necesarias, sino que son eminentemente útiles. Algunos seres, desde el momento en que nacen, están destinados, [24] unos a obedecer, otros a mandar; aunque en grados muy diversos en ambos casos.

La autoridad se enaltece y se mejora tanto cuanto lo hacen los seres que la ejercen o a quienes ella rige. La autoridad vale más en los hombres que en los animales, porque la perfección de la obra está siempre en razón directa de la perfección de los obreros, y una obra se realiza donde quiera que se hallan la autoridad y la obediencia. Estos dos elementos, la obediencia y la autoridad, se encuentran en todo conjunto formado de muchas cosas, que conspiren a un resultado común, aunque por otra parte estén separadas o juntas. Esta es una condición que la naturaleza impone a todos los seres animados, y algunos rastros de este principio podrían fácilmente descubrirse en los objetos sin vida: tal es, por ejemplo, la armonía en los sonidos. Pero el ocuparnos de esto nos separaría demasiado de nuestro asunto.
Por lo pronto el ser vivo se compone de un alma y de un cuerpo, hechos naturalmente aquella para mandar y éste para obedecer.
Por lo menos así lo proclama la voz de la naturaleza, que importa estudiar en los seres desenvueltos según sus leyes regulares y no en los seres degradados. Este predominio del alma es evidente en el hombre perfectamente sano de espíritu y de cuerpo, único que debemos examinar aquí.

En los hombres corrompidos o dispuestos a serlo, el cuerpo parece dominar a veces como soberano sobre el alma, precisamente porque su desenvolvimiento irregular es completamente contrario a la naturaleza. Es preciso, repito, reconocer ante todo en el ser vivo la existencia de una autoridad semejante a la vez a la de un señor y la de un magistrado; el alma manda al cuerpo como un dueño a su esclavo; y la razón manda al instinto como un magistrado, como un rey; porque evidentemente no puede negarse, que no sea natural y bueno para el cuerpo el obedecer al alma, y para la parte sensible de nuestro ser el obedecer a la razón y a la parte inteligente.
La igualdad o la dislocación del poder, que se muestra entre estos diversos elementos, sería igualmente funesta para todos ellos. Lo mismo sucede entre el hombre y los demás animales: los animales domesticados valen naturalmente más que los animales salvajes, siendo para ellos una gran ventaja, si se considera su propia seguridad, el estar sometidos al hombre. Por otra parte la relación de los sexos es análoga; el uno es superior al otro; éste está hecho para mandar, aquél para obedecer. [25]
Esta es también la ley general, que debe necesariamente regir entre los hombres.
Cuando es uno inferior a sus semejantes, tanto como lo son el cuerpo respecto del alma y el bruto respecto del hombre, y tal es la condición de todos aquellos en quienes el empleo de las fuerzas corporales es el mejor y único partido que puede sacarse de su ser, se es esclavo por naturaleza. Estos hombres, así como los demás seres de que acabamos de hablar, no pueden hacer cosa mejor que someterse a la autoridad de un señor; porque es esclavo por naturaleza el que puede entregarse a otro; y lo que precisamente le obliga a hacerse de otro, es el no poder llegar a comprender la razón, sino cuando otro se la muestra, pero sin poseerla en sí mismo. Los demás animales no pueden ni aun comprender la razón, y obedecen ciegamente a sus impresiones. 
Por lo demás, la utilidad de los animales domesticados y la de los esclavos son poco más o menos del mismo género. Unos y otros nos ayudan con el auxilio de sus fuerzas corporales a satisfacer las necesidades de nuestra existencia. La naturaleza misma lo quiere así, puesto que hace los cuerpos de los hombres libres diferentes de los de los esclavos, dando a éstos el vigor necesario para las obras penosas de la sociedad, y haciendo, por lo contrario, a los primeros incapaces de doblar su erguido cuerpo para dedicarse a trabajos duros, y destinándolos solamente a las funciones de la vida civil, repartida para ellos entre las ocupaciones de la guerra y las de la paz.
Muchas veces sucede lo contrario, convengo en ello; y así los hay que no tienen de hombres libres más que el cuerpo, como otros sólo tienen de tales el alma.
Pero lo cierto es que si los hombres fuesen siempre diferentes unos de otros por su apariencia corporal como lo son las imágenes de los dioses, se convendría unánimemente en que los menos hermosos deben ser los esclavos de los otros; y si esto es cierto, hablando del cuerpo, con más razón lo sería hablando del alma; pero es más difícil conocer la belleza del alma que la del cuerpo. Sea de esto lo que quiera, es evidente que los unos son naturalmente libres y los otros naturalmente esclavos; y que para estos últimos es la esclavitud tan útil como justa.
Por lo demás, difícilmente podría negarse que la opinión contraria encierra alguna verdad. La idea de esclavitud puede entenderse de dos maneras. Puede uno ser reducido a esclavitud y permanecer en ella por la ley, siendo esta ley una convención [26] en virtud de la que el vencido en la guerra se reconoce como propiedad del vencedor; derecho que muchos legistas consideran ilegal, y como tal le estiman muchas veces los oradores políticos, porque es horrible, según ellos, que el más fuerte, sólo porque puede emplear la violencia, haga de su víctima un súbdito y un esclavo{9}.

Estas dos opiniones opuestas son sostenidas igualmente por hombres sabios. La causa de este disentimiento y de los motivos alegados por una y otra parte es, que la virtud tiene derecho, como medio de acción, de usar hasta de la violencia, y que la victoria supone siempre una superioridad laudable en ciertos conceptos. Es posible creer por tanto que la fuerza jamás está exenta de todo mérito, y que aquí toda la cuestión estriba realmente sobre la noción del derecho, colocado por los unos en la benevolencia y la humanidad y por los otros en la dominación del más fuerte. Pero estas dos argumentaciones contrarias son en sí igualmente débiles y falsas; porque podría creerse en vista de ambas, tomadas separadamente, que el derecho de mandar como señor no pertenece a la superioridad del mérito.

Hay gentes que, preocupadas con lo que creen un derecho, y una ley tiene siempre las apariencias del derecho, suponen que la esclavitud es justa cuando resulta del hecho de la guerra. Pero se incurre en una contradicción; porque el principio de la guerra misma puede ser injusto, y jamás se llamará esclavo al que no merezca serlo; de otra manera los hombres de más elevado nacimiento podrían parar en esclavos, hasta por efecto del hecho de otros esclavos, porque podrían ser vendidos como prisioneros de guerra. Y así los partidarios de esta opinión{10} tienen el cuidado de aplicar este nombre de esclavos sólo a los bárbaros, no admitiéndose para los de su propia nación. Esto equivale a averiguar lo que se llama esclavitud natural; y esto es precisamente lo que hemos preguntado desde el principio.

Es necesario convenir en que ciertos hombres serían esclavos en todas partes, y que otros no podrían serlo en ninguna. Lo mismo sucede con la nobleza: las personas de que acabamos de [27] hablar, se creen nobles, no sólo en su patria, sino en todas partes; pero por el contrario, en su opinión los bárbaros sólo pueden serlo allá entre ellos; suponen, pues, que tal raza es en absoluto libre y noble, y que tal otra sólo lo es condicionalmente. Así la Helena de Theodecto exclama:

¿Quién tendría el atrevimiento de llamarme esclava
descendiendo yo por todos lados de la raza de los dioses?
Esta opinión viene precisamente a asentar sobre la superioridad y la inferioridad naturales la diferencia entre el hombre libre y el esclavo, entre la nobleza y el estado llano.
Equivale a creer que de padres distinguidos salen hijos distinguidos, del mismo modo que un hombre produce un hombre y que un animal produce un animal. Pero cierto es que la naturaleza muchas veces quiere hacerlo, pero no puede.
Con razón se puede suscitar esta cuestión y sostener que hay esclavos y hombres libres que lo son por obra de la naturaleza; se puede sostener que esta distinción subsiste realmente siempre que es útil al uno el servir como esclavo y al otro el reinar como señor; se puede sostener, en fin, que es justa, y que cada uno debe, según las exigencias de la naturaleza, ejercer el poder o someterse a él.
Por consiguiente la autoridad del señor sobre el esclavo es a la par justa y útil; lo cual no impide que el abuso de esta autoridad pueda ser funesto a ambos. El interés de la parte es el del todo; el interés del cuerpo es el del alma; el esclavo es una parte del señor, es como una parte viva de su cuerpo, aunque separada. Y así, entre el dueño y el esclavo, cuando es la naturaleza la que los ha hecho tales, existe un interés común, una recíproca benevolencia; sucediendo todo lo contrario, cuando la ley y la fuerza por sí solas han hecho al uno señor y al otro esclavo.

Esto muestra con mayor evidencia, que el poder del señor y el del magistrado son muy distintos, y que, a pesar de lo que se ha dicho, todas las autoridades no se confunden en una sola: la una recae sobre hombres libres, la otra sobre esclavos por naturaleza; la una, la autoridad doméstica, pertenece a uno sólo, porque toda familia es gobernada por un solo jefe; la otra, la del magistrado, sólo recae sobre hombres libres e iguales.
Uno es señor, no porque sepa mandar, sino porque tiene cierta naturaleza; y por distinciones semejantes es uno esclavo o libre.
Pero sería posible educar a los señores en la ciencia que deben practicar ni más [28] ni menos que a los esclavos, y en Siracusa ya se ha practicado esto último, pues por dinero se instruía allí a los niños, que estaban en esclavitud, en todos los pormenores del servicio doméstico. Podríase muy bien extender sus conocimientos y enseñarles ciertas artes, como la de preparar las viandas{11} o cualquiera otra de este género, puesto que unos servicios son más estimados o más necesarios que otros, y que, como dice el proverbio, hay diferencia de esclavo a esclavo y de señor a señor. Todos estos aprendizajes constituyen la ciencia de los esclavos.
Saber emplear a los esclavos constituye la ciencia del señor, que lo es, no tanto porque posee esclavos, cuanto porque se sirve de ellos. Esta ciencia en verdad no es muy extensa ni tampoco muy elevada; consiste tan sólo en saber mandar lo que los esclavos deben saber hacer. Y así, tan pronto como puede el señor ahorrarse este trabajo, cede su puesto a un mayordomo para consagrarse él a la vida política o a la filosofía.
La ciencia del modo de adquirir, de la adquisición natural y justa, es muy diferente de las otras dos de que acabamos de hablar; ella participa algo de la guerra y de la caza.

No necesitamos extendernos más sobre lo que teníamos que decir del señor y del esclavo.

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{6} Teopompo, historiador contemporáneo de Aristóteles, refiere (Ateneo, lib. VI, pág. 265) que los Quiotes fueron los que introdujeron la costumbre de comprar los esclavos, y que el oráculo de Delfos, al tener conocimiento de semejante crimen, declaró: que los Quiotes se habían hecho merecedores de la cólera de los dioses. Esto sería una especie de protesta del cielo contra este abuso de la fuerza. S. H., pág. 12.

{7} Platón habla de este talento de Dédalo en el Eutifron y en el Menon.

{8} Iliada, XVIII, 376.

{9} En la guerra del Peloponeso se degollaba a los prisioneros, y lo refiere Tucídides como si fuera el hecho más indiferente. Lib. I, capítulo XXX, lib. II, cap. V.

{10} En la República aconseja Platón a los griegos que no reduzcan a esclavitud a los griegos y sí sólo a los bárbaros.

{11} La cocina de Siracusa tenía gran reputación. Véase el lib. III de la República de Platón.
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martes, marzo 23, 2010

Una joya literaria: la Economía según Sócrates

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El diálogo de Sócrates con Critóbulo, sobre la Economía, de la autoría de Jenofonte, traducido del griego al castellano, en 1786 por Ruiz Bamba.

Puede leerse en:

http://books.google.com.sv/books?id=CvJITDHGb_gC&printsec=frontcover&dq=jenofonte+economia&source=bl&ots=Lk41hnKipy&sig=26xremEgAI_P9Fz8iG-9LBtUNRc&hl=es&ei=JGupS9LzHaSltgf749G1BQ&sa=X&oi=book_result&ct=result&resnum=5&ved=0CBQQ6AEwBDgK#v=onepage&q=&f=false

Teoría de Jenofonte

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Un estudio sobre la teoría económica y administrativa de Jenofonte, puede verse en:

http://200.16.86.50/digital/33/revistas/blse/lowry3-3.pdf
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