Usualmente las negrillas y subrayados son nuestros.

miércoles, agosto 13, 2008

Memorias de un Maestro de la Economía y la Política

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Un punto necesario de resaltar, a nuestro juicio, sobre el amplio y profundo aporte a la ciencia económica del Maestro Alonso Aguilar, en lo que conocemos, es que fué el primer economista latinoamericano en aplicar la teoría del mercado interno, expuesta por Lenin, en su obra El Desarrollo del Capitalismo en Rusia (1899). Un artículo que da testimonio de ello, fué escrito por Aguilar en 1951 (El mercado y el desarrollo) y la categoría del mercado ha sido uno de los elementos centrales de sus construcciones teóricas. La obra de Lenin, es determinante para comprender las leyes del desarrollo capitalista, aplicadas; es una continuidad de la teoría de la división del trabajo de Adam Smith, David Ricardo y de Marx que señala leyes del desenvolmiento de la economía mercantil y sus implicaciones políticas.

"El Maestro Alonso Aguilar Monteverde escribe sus memorias.

Incansable luchador social, por un México justo, equitativo y desarrollado.


Martes 01 de enero de 2008 num. 173

-Su gran pasión, ver un México menos desigual socialmente hablando.

-Casi 50 años, su Magisterio de economía política, en la UNAM. Compañero y amigo de los grandes revolucionarios de América Latina, de Asia y África.

-En su juventud luchó al lado del General Lázaro Cárdenas, en el Movimiento de Liberación Nacional, en los años “sesentas”.

El Maestro Alonso Aguilar Monteverde escribe sus memorias; han sido seis décadas de lucha política y social por el surgimiento de un México libre y justo, las que ha vivido desde su primera juventud.

Infatigable luchador social y político, maestro universitario distinguido, formador de numerosas generaciones de economistas, nunca ha perdido la brújula, ni claudicado de sus ideas revolucionarias.

El maestro Alonso Aguilar ha desarrollado también una obra editorial notable, siempre yendo a lo más profundo de los asuntos mexicanos e internacionales, pero también apoyando infatigablemente la lucha por la liberación económica y social del pueblo mexicano; tanto así que estuvo al lado del entonces ya ex Presidente Lázaro Cárdenas, en los años sesentas, en la fundación del Movimiento de Liberación Nacional, en octubre de 1963.

Desarrollando una actividad intelectual, política, educativa y cultural intensa e infatigable, por las páginas de las memorias del maestro Alonso Aguilar, que el denomina “Por un México libre y menos injusto”, aparecen los personajes más significativos de la vida de México en lo político y en lo cultural, lo mismo presidentes de la República, pintores, escultores, periodistas, activistas políticos, que llenaron entonces las páginas de los periódicos y de los libros editados en México; lo mismo Diego Rivera, que el General Cárdenas, que José Vasconcelos, Narciso Bassols, Víctor Manuel Villaseñor y José Iturriaga, Luis Echeverría, Miguel Alemán, Adolfo Ruiz Cortines, Adolfo López Mateos.

En lo internacional cita lo mismo a Fidel Castro, con quien tuvo varios encuentros, lo mismo que con el Che Guevara; y numerosos personajes extranjeros que por entonces desfilaron por nuestro país o que el mismo Alonso Aguilar tuvo oportunidad de encontrar en sus numerosos viajes al extranjero, lo mismo a China que a Francia y Alemania, a Estados Unidos y a Centro y Sudamérica.

Relata pasajes interesantísimos del mundo que le toco vivir en su juventud: la Segunda Guerra Mundial, con las repercusiones que tuvo en México, el marcatismo, y sus reflejos en México, los problemas económicos del país y las difíciles relaciones internacionales de México, las presiones norteamericanas sobre la nación, con motivo del surgimiento de la Revolución Cubana y el triunfo de Fidel Castro.

Alonso Aguilar Monteverde, un joven intelectual mexicano, maestro universitario y luchador social, que entrego su vida al servicio de las mejores causas del pueblo mexicano.

Con una mente prodigiosa y una actividad intensa, no hay persona ni grupo importante de entonces, con los que Alonso Aguilar Monteverde no haya tenido contacto.

Testigo y actor de un México en formación después de la Revolución Mexicana, relata hechos que fueron decisivos para la vida de nuestro país y que explica con toda claridad los tiempos que vivimos ahora.

Habiendo tenido relación el maestro Alonso Aguilar con los más grandes economistas y pensadores de su tiempo como la señora Joan Robinsón, de Inglaterra, Charles Bettelheim, de Francia y Oscar Lange, de Polonia, entre muchos otros, también se entrevistó entonces con el Primer Ministro de China Chou En Lai, quien era el operador político de Mao Tse-tung.

La relación del abogado y economista Alonso Aguilar Monteverde con el General Lázaro Cárdenas, ya en su carácter de ex Presidente de la República, fue muy intensa y activa en lo político; y la relación del mismo Alonso Aguilar con el maestro Narciso Bassols Batalla, también fue muy estrecha, amistosa y respetuosa; podría decirse que estos dos hombres fueron muy significativos en la vida intelectual, política y social del maestro Alonso Aguilar Monteverde.

Cualquiera que este interesado en saber que paso en México en las últimas seis décadas del Siglo XX, tendría muchas respuestas en este más reciente libro del maestro Alonso Aguilar Monteverde “Por un México libre y menos injusto”; un libro que es la continuación y la culminación de muchos otros como “El milagro Mexicano”, de los años sesentas, del que fue coautor con otros distinguidos economistas e intelectuales como fueron Fernando Carmona, Jorge Carrión y Guillermo Montaño, y también “México Riqueza y Miseria”, unos de los primeros grandes estudios que revelaron con bases científicas la verdadera situación de desigualdad y de atraso, de la Nación Mexicana.

También ha dedicado mucho tiempo y esfuerzo Alonso Aguilar Monteverde a la lucha por la unidad económica, política y social de América Latina podría decirse que fue uno de los pioneros del Siglo XX en esta lucha que ahora ha tomado mayor sentido y necesidad de realización.

Alonso Aguilar, a sus 80 años de vida ha acumulado una experiencia única en el campo de las ideas sobre los asuntos económicos y sociales de nuestro país, así como en los temas políticos; su pensamiento es más claro que nunca y su orientación es la misma que ha mantenido desde su primera juventud; ahora contempla triunfos de las acciones que él realizó junto con muchos hombres y mujeres de su tiempo, y señala para las nuevas generaciones, las metas que ahora se deben alcanzar, para el bien de nuestro país.

EL PENSAMIENTO ECONOMICO Y SOCIAL DE ALONSO AGUILAR MONTEVERDE

Así se explica el propio Alonso Aguilar Monteverde, al iniciar sus memorias:

Introducción

Desde hace ya algunos años, y sobre todo desde que cumplí los setenta de edad, algunos compañeros de trabajo y amigos me sugirieron escribir acerca de ciertos aspectos de mi vida sobre los que, pensaban, podía ser interesante y útil recapitular; y otras personas me preguntaban si proyectaba yo escribir sobre algunas experiencias.

En general siempre respondí que mi vida había sido sencilla y probablemente no tenía algo especial que interesara a los demás. Un par de compañeros, en particular, comentaron, sin embargo que entendían y respetaban mi opinión; pero que sentían que si en vez de intentar una autobiografía me ocupaba de actividades de preferencia políticas, en las que, a veces con muchas otras personas hubiera participado, podría resultar un texto que ayudara a comprender lo que esos esfuerzos intentaron y lo que significaron como elementos de una realidad que desconocen sobre todo los jóvenes; y que así se trata de actividades modestas, a la vez eran parte de la vida de muchos mexicanos y por tanto de su historia y su cultura.

Reconsideré la cuestión, y después de reapreciar lo que se me proponía, sentí que acaso tenían razón ciertos compañeros, y el recordar algunos esfuerzos en los que participamos muchas personas, podría ser útil. Y aunque debo decir que no estoy plenamente convencido de ello, redacté estas páginas que ahora ofrezco al lector, y éste será quien decida si tienen o no algún interés.

Hace unos meses un compañero hizo referencia a tales cuestiones, se ofreció amablemente a colaborar si yo aceptaba escribir sobre esas experiencias, y me dijo que él podría hacerme numerosas preguntas, porque –y en esto coincidimos- si la recapitulación se hacía en preguntas y respuestas podría resultar más ágil y de fácil lectura.

Recogí su sugerencia, conversé con otros amigos, y éstos comentaron que la idea de escribir el libro les parecía interesante, y que incluso no dudaban de su utilidad; que también consideraban un acierto que el texto consistiera en preguntas y respuestas, y que en vez de que una sola persona planteara las preguntas, ellos sugerían que éstas procedieran de múltiples fuentes, esto es de amigos, de compañeros, de personas que me hubieran entrevistado, de dudas nuestras al realizar tales actividades e inclusive de lo que yo pudiera recordar; esto es, de lo que nosotros mismos nos preguntamos muchas veces.

Confieso que al empezar a escribir afloraron nuevas dudas y con frecuencia no tuve claridad acerca de lo que intentaba hacer. Por ejemplo, no obstante estar convencido de que el texto en proyecto no debería ocuparse de aspectos de mi vida personal desvinculados de la actividad política, a menudo recordé ciertos hechos o experiencias respecto a los cuales no tenía claro, en realidad, en dónde está la línea divisoria. A veces, también, tuve presentes aspectos de mi actividad profesional, que de uno u otro modo se relacionaban con actividades propiamente políticas, y de los que tampoco sabía qué debía recoger y qué no. Ello ocurría, en particular, en torno a mi trabajo de investigación a lo largo de muchos años en la universidad y otras instituciones. E inclusive al recordar a compañeros con quienes trabajé, frecuentemente me pregunté si debía o no mencionar lo que ellos pensaban sobre ciertas cuestiones.

A la postre consideré que lo más aconsejable sería sólo reparar, y ello brevemente y de paso, en aspectos de mi vida que habían incluido en mi manera de ser y de pensar, y por tanto en mis posiciones; que de mi actividad profesional y concretamente de mi trabajo de investigador en el campo de la economía y de las ciencias sociales solamente hiciera también una rápida mención, no obstante haber cristalizado ese esfuerzo en numerosos libros, artículos, conferencias y otras actividades, a lo que por cierto se hace referencia en una antología de la que se publicó un primer tomo (Temas de Economía Política 1), y de la que ya está editado el segundo 2.

En cuanto a compañeros con quienes trabajé de cerca no debía tampoco intentar recoger sus opiniones sobre los problemas a los que por mucho tiempo tuvimos que enfrentarnos, pues ello desbordaría el propósito de este libro, me obligaría a manejar una información de la que carezco, y me expondría a hacer referencias muy parciales e inadecuadas de lo que pensaban otras personas, únicas, en realidad, que podrían hacerlo.

Inclusive para mí fue a veces difícil recordar lo que yo mismo pensaba sobre ciertas cosas y sobre lo que, casi siempre en sólo unas cuantas líneas, debía recordar. Y lo que resultó más difícil fue reapreciar crítica y autocráticamente nuestro esfuerzo y saber qué hicimos medianamente bien y qué hicimos mal. A esto último traté de prestar especial atención, y espero que el lector quede convencido, como lo estoy, de que no fue poco lo que hicimos mal.

En el presente texto repito que mucho de lo poco que sé y que a lo largo de mi vida pude hacer, lo debo a lo que aprendí de otros. Al respecto hubiera deseado extenderme y recordar a muchas otras personas de las que en México y en otros países recogí valiosas enseñanzas, desde personas muy cercanas en mi propia familia, hasta trabajadores sencillos, hombres y mujeres que conocían bien sus problemas y que aun no sabiendo cómo resolverlos, casi siempre tenían algo interesante y útil que decir sobre ellos.

Pese a limitaciones, fallas y errores, y siendo conciente de que ni el nuestro ni otros esfuerzos lograron hasta ahora lo que pretendía, pienso a la vez que vistas las luchas populares en conjunto –si bien después de la desaparición de la Unión Soviética y de los demás países socialistas europeos muchos pensaron que en adelante no podría ya recorrerse el camino del socialismo, porque lo acontecido cancelaba esa posibilidad-, en los más recientes años se han multiplicado los movimientos sociales que se oponen al neoliberalismo, a los efectos más negativos de la globalización capitalista y en general a las posiciones más conservadoras, y que aun discrepando en ciertas cuestiones importantes, tratan de avanzar de nuevas maneras y reconocen la necesidad de trabajar en marcos amplios y de buscar la unidad en la diversidad, en la lucha misma.

Se repite a menudo que para enfrentarse con éxito a los más graves problemas es necesario contar con una estrategia alternativa. Mas por una parte a veces no queda claro qué es lo alternativo. Y a veces, también, en tanto algunos piensan que ya se dispone de esa estrategia, otros, a la inversa, no sólo consideran que carecemos de ella sino que no está a nuestro alcance construirla, porque nuestros países son atrasados y dependientes, y porque las grandes potencias a las que tendríamos que hacer frente son muy poderosas y lograrán hacer prevalecer sus intereses.

En mi opinión es cierto que requerimos de una nueva y verdadera estrategia, y cierto también que no la tenemos; pero por fortuna podemos forjarla y no partimos de cero.

Lo hecho en años recientes, con todo y ser desigual, es ya importante. Es decir, las protestas, planteos, demandas y justos reclamos, críticas y rechazo de las políticas en boga son avances que sería un error desdeñar. Y sin prejuicio de reexaminar una y otra vez lo que se hace y aun lo que hasta ahora no ha podido realizarse, lo que a mi juicio tiene especial significación es conocer lo que se hace en ciertos países por el pueblo, y que desafortunadamente no conocemos bien.

Desde luego nada de lo que acontece en algunos países es mecánicamente trasladable a otros; pero lo que se puede aprender de su experiencia, sobre todo si no se cae en el error de copiarla, es mucho. Pensando tan sólo en naciones hermanas de América Latina, es indudable que conocer la forma en que Cuba logró no sólo sobrevivir, sino afirmar su independencia y hacer frente con éxito a serios problemas después del largo e ilegal bloqueo de Estados Unidos, del empeño de ciertos intereses también norteamericanos de fortalecer a los enemigos de la revolución cubana en nombre de la democracia, y sobre todo, no obstante la desaparición de la Unión Soviética y de mecanismos como el Consejo de Apoyo Mutuo Económico (CAME).

Lo mismo podría decirse de la experiencia que vive hoy Venezuela, en donde en respuesta a los cambios que un movimiento bolivariano ha puesto en marcha, las poderosas fuerzas más conservadoras han intentado, hasta ahora sin éxito, derrocar al gobierno constitucional de Hugo Chávez. También ha sido importante lo hecho por el Frente Amplio de Montevideo, y desde luego el triunfo de Lula da Silva en Brasil y la forma en que lo logró; las primeras medidas del gobierno de Kirchner en Argentina y las justas demandas que los pueblos indios de México, Ecuador, Bolivia, Guatemala y otros países han planteado en defensa de sus culturas, su identidad y una vida digna.

Tan son importantes todas esas luchas, que apoyados en ellas han cobrado fuerza el Foro Social Mundial de Porto Alegre y la oposición a las políticas neoliberales, al Consenso de Washington, a las formas más negativas y perjudiciales de globalización, a la intervención de las grandes potencias en los asuntos internos de otros Estados, a la seudo democracia y a las guerras preventivas.

En resumen, en vez de caer en el error que con frecuencia cometen muchos intelectuales, de creer que son ellos quienes tienen las respuestas y la solución a los más graves problemas, entendamos que son los pueblos los que, en ejercicio de su soberanía, cuando se organizan y unen pueden contribuir a que las cosas cambien y sean mejores, sobre todo si son capaces de construir y poner en práctica una verdadera estrategia revolucionaria de desarrollo. Pero lo que esto supone, en primer lugar, es entender en qué consiste trazar una estrategia.

Con frecuencia se confunde una política de corto plazo con una verdadera estrategia, y por ello algunos piensan que unas cuantas medidas económicas del gobierno en turno, o lo que sugiere hacer tal o cual partido, son una estrategia. Desde luego ello no es así, una estrategia de desarrollo es un complejo proceso de alcance multidimensional, o sea económico, político, social y cultural, interno y a la vez de proyección internacional, y que debe establecer con precisión tanto las metas principales como los medios que proyectan utilizarse para alcanzarlas, bajo una determinada organización social y a partir de ella, en la fase de transición hacia una organización diferente.

Las luchas que recientemente libran nuestros pueblos en varios países hermanos, significan en mi opinión que se está avanzando en ese sentido, aunque todavía falta mucho por hacer. Y a pesar de lo que creen los escépticos y quienes piensan que dados nuestro atraso y debilidad es poco o nada lo que podemos hacer frente a países muy poderosos, confiamos en que las cosas cambiarán y que en el siglo que se inicia será posible lo que hasta ahora fue imposible.

Para terminar estas líneas iniciales, quisiera decir que al recapitular sobre algunas actividades políticas en las que me tocó participar, soy conciente de que buena parte de lo que hice fue posible gracias a la valiosa cooperación que siempre tuve de múltiples personas y, sobre todo, gracias a su esfuerzo. A algunas de ellas ya las mencioné en el texto, y si no extiendo la lista es porque, a lo largo de más de cincuenta años fueron tantas, que sería muy difícil recordar a todas. Al menos, sin embargo, dejaré constancia de que varios buenos amigos leyeron estas páginas antes de publicarse, me expresaron que las consideraban útiles y aun hicieron algunas sugerencias que les agradezco, y la licenciada Lorena Reyes batalló con la captura electrónica del material y puso en limpio, una y otra vez, los borradores que yo corregía. Así que puede decir que su ayuda fue cardinal.

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1. Temas de economía política. Antología de Alonso Aguilar Monteverde. Tomo I, compilada por josefina Morales, Isaac Palacios e Irma Portos. Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM y Editorial Nuestro Tiempo, México, 1998.

2. Economía política del desarrollo. Antología de Alonso Aguilar Monteverde. Tomo II, compilada por Josefina Morales, Isaac Palacios e Irma Portos. Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM y Casa Juan Pablos, México, 2005. "

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miércoles, junio 04, 2008

Sobre el Origen de las Curvas de Oferta y Demanda


Un estudio de importancia para la historia del pensamiento económico político en la corriente subjetiva. Rescata argumentaciones originales sobre la técnica y los conceptos en la construcción de la teoría de oferta y demanda.

Destacan en esta investigación, entre otros, los siguientes elementos:

1. Queda planteada la reflexión de si la fundamentación matemática de la teoría de la oferta y la demanda puede desarrollarse sin conocimientos del producto neto. Como sabemos la teoría del producto neto es una preocupación central de la Economía Política desde los Fisiócratas.

2. Jenkin fué a tenor de esta investigación el primero en abordar el equilibrio de mercado en coordenadas cartesianas. Se refiere que sus conocimientos de economía estaban respaldados solamente o esencialmente con la lectura de Stuart Mill, y esta formación le fué suficiente para construir sus curvas de oferta y demanda. Asimismo no conocía la teoría de la utilidad. Y fué capaz de reflexionar sobre el problema del fondo de salarios y el mercado de trabajo. Esto dice mucho de Mill, de su capacidad para inspirar la producción teórica, pero también dice mucho de la profundidad del análisis formalizado de la oferta y la demanda, que en Jenkin no necesitó de los estudios de otros economistas.

3. A nuestro juicio este trabajo da elementos para cuestionar la rigidez formal con que frecuentemente se aborda la teoría de las funciones matemáticas. Podemos inferir que Jenkin abre la posibilidad de que la variable dependiente puede convertirse en variable independiente en las fórmulas y la representación gráfica. El precio determina el comportamiento de las cantidades de demanda y oferta pero también puede suceder al revés si se sigue, como se documenta en este estudio, el razonamiento de Jenkin de colocar precios y cantidades en diferentes posiciones de absisas y ordenadas.

4. Jenkin construye su teoría para examinar el problema de los salarios y la función de los sindicatos y genera planteamientos que son usados para el estudio de las expectativas salariales.

5. El estudio de Rodríguez Braun deja datos muy importantes del proceso de construcción de la teoría de la utilidad marginal.

Se documenta cierta rivalidad por protagonismo teórico de Jevons y Marshall, quienes conociendo los trabajos de Jenkin, no los ponderaron como estudios decisivos para la constucción de sus teorías teniendo una relación original y directa. Probablemente esta falta de reconocimiento a otro autor refuerce la idea de un afán de figurar desmedido por parte de Marshall, quien, según otro estudio biográfico, no reconoció incluso el trabajo teórico de su esposa siendo que ella hizo aportes para la denominada "revolución neoclásica". Marshall tuvo un comportamiento diametralmente opuesto al de Stuart Mill, que siempre estimó explícitamente las contribuciones teóricas de su esposa.

A continuación la referencia de esta investigación de Rodríguez Braun. Lamentamos que en ella no se introduzcan las gráficas debido a problemas técnicos, pero nos parece que ello no es un gran obstáculo para comprender los planteamientos. Las negrillas y separación de algunos párrafos son nuestros para efectos de investigaciones posteriores.

Documentos de Trabajo de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales
Biblioteca de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales. UCM.


Autor: Carlos Rodríguez Braun

Título: Las curvas de oferta y demanda de Fleeming Jenkin

En:

http://www.ucm.es/BUCM/cee/doc/3-111.htm

Resumen:

La presente investigación expone algunas aportaciones analíticas de Fleeming[2] Jenkin (1833-1885), el primer británico que publicó diagramas de oferta y demanda y que los discutió explícitamente como funciones.

Jenkin es uno de esos economistas importados de otras disciplinas, cuyas contribuciones al análisis económico no constituyen condición necesaria para que accedan al podio de los pensadores ilustres. Demostración de ello son las 24 líneas que recibe en la Enciclopedia Británica, en las que la palabra economía no aparece ni una sola vez.

Según la cultura general, entonces, Jenkin fue un ingeniero especializado en electricidad.

Henry Charles Fleeming Jenkin nació cerca de Dungeness, Kent, Inglaterra, el 25 de marzo de 1833. Su padre era comandante de la marina británica y su madre una novelista.[3]

Siguiendo el itinerario familiar, estudió en Edimburgo, Francia e Italia. En 1850 se graduó como ingeniero con las máximas calificaciones en la Universidad de Génova.

Trabajó en empresas de ingeniería ferroviaria, eléctrica y de comunicaciones. Diez años después de graduarse pasó a ocupar un alto cargo en la empresa que tendía el primer cable submarino trasatlántico.

En 1859 inicia una fructífera relación con uno de los grandes físicos de la época, con cuyos intereses confluía Jenkin en cuestiones eléctricas y de cableado submarino: Sir William Thomson (1824-1907), más conocido como Lord Kelvin.

Jenkin empezó a publicar trabajos técnicos animado por Thomson, quien además impulsó su entrada en la Comisión de Normas Eléctricas de la Asociación Británica para el Progreso de la Ciencia en 1861. Fue nombrado catedrático de ingeniería en el University College de Londres en 1866 y en la Universidad de Edimburgo en 1868. Fue entonces cuando comenzó a escribir sobre economía.

Continuó su trabajo científico y en 1873 publicó su libro más famoso, Magnetismo y electricidad, traducido a varios idiomas y su labor técnica en cables submarinos y obras públicas, en especial las aguas corrientes en las grandes ciudades.

Prolífico inventor, registró 35 patentes, siendo la más conocida un transporte eléctrico que bautizó telpherage.

Murió 12 de junio de 1885, en Edimburgo.

Jenkin economista

Fleeming Jenkin merece figurar en la historia del pensamiento económico por tres artículos que publicó entre 1868 y 1872, y que prueban que este destacado ingeniero era también un economista más que respetable, aunque al parecer no conocía de esta ciencia más de lo que había leído en los Principios de John Stuart Mill.

Los tres trabajos son «Legitimidad de los sindicatos» (1868), «La representación gráfica de las leyes de oferta y demanda y su aplicación al trabajo» (1870) y «Los principios que regulan la incidencia de los impuestos» (1871-72).

El primer trabajo aborda la cuestión sindical. Jenkin comenta un informe de la Comisión Real nombrada en 1867 para estudiar el problema laboral, después de unos graves incidentes que habían tenido lugar en Sheffield. Dicha circunstancia provocó la publicación de varios estudios sobre el asunto.

Uno de ellos, el de William Thomas Thornton (1814-1880), dio lugar a un conocido episodio en la historia del pensamiento económico: la «retractación» de John Stuart Mill sobre la teoría del fondo de salarios.

Jenkin se plantea la pregunta de si pueden los sindicatos aumentar los salarios, y afronta dos respuestas negativas que se daban entonces, fundadas en la rigidez del fondo de salarios y de la oferta y la demanda de trabajo.

Su crítica al fondo de salarios pone el énfasis en una debilidad central: el fondo no es fijo.

No es evidente, entonces, que una subida salarial comporte siempre una caída en el empleo.

Un capitalista puede aceptar una baja en el tipo de beneficio para mantener la escala de producción.

Si los capitalistas obtienen sus beneficios del capital fijo, entonces preferirán aumentar el fondo de salarios, porque sus beneficios disminuirán si lo hace la producción.

En suma, el fondo de salarios y los salarios pagados no tienen una vinculación clara y automática.

Afirma Jenkin: «El argumento del fondo de salarios no nos dice nada sobre el precio posible del trabajo, porque no nos dice nada sobre cómo se determina el fondo mismo.»

Entonces ¿qué determina los salarios? Jenkin analiza la teoría de la oferta y la demanda siguiendo a Stuart Mill, pero con añadidos de interés.

Por lo pronto, distingue entre cantidades ofertadas y demandadas y disposiciones subjetivas a demandar y ofrecer; insiste en que estas dos dimensiones deben mantenerse separadas.

La igualdad de oferta y demanda es una igualdad de cantidades ofertadas y demandadas a un precio dado, pero ello puede no darse en el nivel de las disposiciones subjetivas.

Jenkin plantea las cantidades ofertadas y demandadas en términos de funciones.

Escribe la demanda así:

D = f(1/x)

donde x es el precio. Dice que la dependencia de la demanda exclusivamente del precio de la mercancía es «un supuesto que puede ser válido en cualquier día dado en el mercado».

Por su parte, la función de oferta es

S = F (x)

con lo que el precio x puede determinarse siempre que, insiste Jenkin, las cantidades demandadas y ofertadas varíen según un principio fijo y exclusivamente como respuesta a cambios en los precios.

Pero el análisis debe complicarse porque la cantidad demandada no es sólo función del precio, están los deseos de comprar y vender que obligan a cambiar las ecuaciones:

D = f(A + 1/x)

S = F(B + x)

El sistema sigue determinado si no cambian A, B, f, F . Este supuesto es razonable, argumenta Jenkin, pero sólo a corto plazo y no en todas las circunstancias.

Aunque en este artículo no hay gráficos, es claro que Jenkin discurre en términos de cambios en las funciones, al referirse a posibles modificaciones en A y B según cambien las disposiciones a vender o a comprar.

El argumento no es abstracto en absoluto y Jenkin lleva bien el agua a su molino; todo lo anterior sirve para demostrar la siguiente proposición aparentemente trivial: el precio puede cambiar sin que lo hagan las cantidades.

«Lo que se necesita para este resultado es simplemente que cuando surge una aversión a ofertar el artículo al precio antiguo, surja también una inclinación por parte de los compradores a comprar a un precio mayor.»[4]

En otras palabras: un aumento de A y B , o en términos modernos, un desplazamiento hacia la izquierda de la curva de oferta y hacia la derecha de la curva de la demanda.

Esto es una carga de profundidad contra los que sostenían que el salario venía fijado por la oferta y la demanda, y que un aumento del mismo necesariamente llevaría a un menor empleo.

¿Por qué alude Jenkin a lo que hoy se llamaría desplazamiento de las curvas y no de cambios a lo largo de las curvas? La respuesta probablemente radique en la insistencia de Jenkin en que multitud de factores subjetivos y de interrelación de oferta y demanda comportaban la falta de relación automática entre precio y cantidad, entre salarios y empleo.

Pensar en términos de una sola función es concebir que hay una sola relación posible entre ambas variables.

En el caso más extremo, el de una función de demanda con elasticidad unitaria, una hipérbola equilátera, se trataría de la versión más cruda del fondo de salarios: esto es exactamente lo que Jenkin deseaba combatir.

A juicio de Jenkin, las consecuencias de la igualación de oferta y demanda no pueden preverse, porque los motivos presentes detrás de ellas son múltiples e impredecibles.

La competencia, sostiene, equipara a la oferta y la demanda pero no fija el precio, que depende de la negociación. Aquí, por supuesto, está la puerta abierta para los sindicatos.[5]

El trabajador individual y sin ahorros está en peor posición para negociar que si se agrupa con otros compañeros. De ahí los sindicatos y la posibilidad que tienen de aumentar los salarios por su mayor poder negociador.

Jenkin cree en la bondad del mercado, pero ello no quiere decir unidad de intereses.

Al contrario, los intereses de los trabajadores son opuestos a los de los capitalistas.

Esa contradicción tiene sólo una restricción, determinada por la circunstancia de que ambas partes se necesitan mutuamente.[6]


El derecho a la libre sindicación es para Jenkin claro. Änótese que en su tiempo dicha opinión no estaba universalmente extendida todavía, ni mucho menos y es equivalente al derecho de los empresarios para hacer lo propio.[7]

Cierto es que un aumento desorbitado de los salarios drena competitividad, pero Jenkin prefiere que el tema lo traten los sindicatos con los empresarios en el marco del interés que tienen en común: mantener el sistema.

Sin embargo, ese derecho tiene límites, trazados por la necesidad de que los sindicatos respeten el interés de la comunidad, y no el de un grupo. Otro tanto ocurre con las empresas.

El primer límite que impone Jenkin a los sindicatos tiene que ver con una preocupación que está presente en casi todos sus escritos: el orden y la estabilidad. Se declara contrario a que los sindicatos puedan modificar el mercado de trabajo súbitamente: «La ley no debería autorizar a que todos los funcionarios del ferrocarril en Londres proclamen que mañana no trabajarán.»[8]

Otra característica que rechaza Jenkin son los acuerdos entre empresarios y sindicatos que dañen a una tercera parte. Esta perspectiva ilumina la ingenuidad de Jenkin: el creer que los agentes no van a utilizar un poder si se les otorga y les beneficia y la diferencia entre la negociación empresa/sindicato en el período clásico y en los tiempos modernos, cuando la incorporación del Estado como tercer «concertador» permite, precisamente, toda clase de efectos de las negociaciones «sociales» sobre terceras partes.

Reconoce Jenkin que en la práctica los sindicatos han estado asociados a episodios de violencia, que condena, pero al mismo tiempo afirma que la mayoría de los sindicatos son pacíficos, honestos, democráticos y útiles para sus afiliados, que por eso los mantienen.[9]

El segundo trabajo, de 1870, referido a la representación gráfica de la oferta y la demanda, será analizado en un apartado específico después.

El tercer trabajo, que trata de la incidencia de los impuestos, es el más conocido, especialmente en el mundo hispanohablante, puesto que ha sido incluido en el volumen de ensayos sobre economía impositiva compilado por Musgrave y Shoup, y traducido al castellano.[10] Jenkin presenta en este trabajo la noción de excedente del consumidor y del productor, anticipándose a Marshall.

Para terminar este apartado, hay dos manuscritos de Jenkin, publicados póstumamente, que completan su labor en el campo económico.

Uno de ellos, fechado en 1879-81, lleva por título «El sistema de tiempo-trabajo, o cómo evitar los males producidos por las huelgas»; Jenkin continúa con la preocupación por la estabilidad del mercado de trabajo.

En los demás mercados el precio que iguala a oferta y demanda es alcanzado tras varias aproximaciones, en un «proceso tentativo». El público acepta el resultado final, pero no si alguna de las partes se organiza para influir en el precio, que es lo que ocurre en el mercado laboral, que fuerza la equiparación de los niveles salariales: «Es como si una persona comprase mil huevos a seis peniques la docena y, cuando quisiese comprar cien más no pudiese ofrecer siete peniques sin ir a todos los antiguos vendedores y pagarles la diferencia.»[11]

Dada esa circunstancia, Jenkin propone un mecanismo para equilibrar oferta y demanda de trabajo, en la línea del tentative process que tiene lugar en los otros mercados.

La idea consiste en prolongar el plazo de los contratos, de una semana a un año. Si la demanda de trabajo aumenta, el empresario eleva los salarios, pero sólo de los nuevos contratados. Así, su nómina crecerá paulatinamente, a medida que venzan los contratos antiguos. Los sindicatos aceptarán el sistema, confía Jenkin, porque maximiza el empleo, al permitir averiguar el salario que vacía el mercado. Los trabajadores tolerarán salarios distintos porque verían que la remuneración depende claramente del nivel de la actividad económica y comprobarían que, con un cierto retardo, todos se benefician con su incremento.

Es verdad que el mayor plazo de los contratos puede ocasionar perjuicios a los trabajadores y los empresarios. La solución de Jenkin es que los contratos no sean personales sino por trabajo durante un tiempo, el time-labour system. El empleado podrá abandonar su puesto de trabajo siempre que encuentre un sustituto, algo que no sería difícil en operaciones mecánicas simples.

El empresario puede despedir al trabajador, pero está obligado a reemplazarlo inmediatamente por otro.

Se evitarían así, afirma Jenkin, los daños por huelgas o cierres patronales. Los salarios subirían y bajarían con la actividad, y el empleo sería siempre el máximo posible.

Por fin, existe un curioso manuscrito de 1884, un año antes de su muerte, titulado «¿Es el beneficio de un hombre la pérdida de otro?». Aquí se ve a este ingeniero-economista, amigo indudable de la clase obrera y los sindicatos, defender al comercio y al mercado, porque ambos aseguran que la producción se ajusta a las necesidades del público.

Pone un ejemplo de una comunidad muy primitiva que habita una isla remota. No hay opresión ni injusticia y la tierra sobra. Pero baja la demanda de un producto y quienes lo fabrican se empobrecen hasta que descubren que pueden elaborar un producto que sí tiene demanda y vuelven a salir adelante.

El problema es, entonces, como en el caso anterior, descubrir los cambios en la demanda y cambiar la oferta; para eso sirve el comercio: «La mayor parte de los pobres lo son porque están produciendo las cosas equivocadas.»[12]

La pobreza, por lo tanto, no depende del comercio sino de que las personas necesitan consumir. La producción enriquece, arguye Jenkin, y el consumo empobrece.

La pobreza «es la hija no deseada de esa necesidad física que Sir William Thomson llama la disipación de la energía».[13]

Y el comercio aumenta la riqueza porque permite obtener lo que se desea al entregar lo que se desea menos.

Las curvas de oferta y demanda

El análisis de Jenkin se resume en tres leyes de la oferta y la demanda, que guardan interesantes paralelismos con los periodos explícitamente detallados por Marshall e implícitamente presentes en la economía clásica.

La primera ley sostiene que el precio de mercado es aquel en donde se cruzan las curvas de oferta y demanda.

La segunda ley afirma que si la oferta total aumenta el precio cae, y si la demanda total o «fondo de compra» aumenta, el precio sube.

Y según la tercera ley, el precio a largo plazo de los artículos manufacturados depende fundamentalmente del coste de producción, mientras que la cantidad producida depende fundamentalmente de la demanda.


Primera ley

Los gráficos de oferta y demanda que Fleeming Jenkin pintó en 1870 se basan en un análisis geométrico de equilibrio parcial. Jenkin sigue la convención matemática usual que cambiaría a partir de Marshall de asignar a la variable dependiente el eje de ordenadas y a la variable independiente el eje de abcisas.

Aunque algunos historiadores han sugerido que Jenkin maneja las curvas al estilo de Marshall[14], es más correcto afirmar que su enfoque es del tipo de Walras. Las curvas de Jenkin, en efecto, indican cantidades que los agentes están dispuestos a vender y comprar a cada precio, y el equilibrio se alcanza mediante variaciones en el precio.

Ese equilibrio se produce cuando las curvas se cruzan; teóricamente, porque en la realidad las curvas son desconocidas y se van descubriendo a través de la competencia. Hay más elementos walrasianos, que apuntan al proceso tentativo al que Jenkin se había referido en el artículo sobre los sindicatos:

«Si cada persona declarase por escrito de antemano exactamente cuánto venderá o comprará a cada precio, entonces el precio de mercado se determinaría de inmediato y las transacciones se acordarían allí y entonces. En la práctica, el precio al que se venderá cada cuartal será una mera aproximación tentativa al precio teórico.»[15]

Jenkin no desarrolla las condiciones de estabilidad del equilibrio, pero los casos que discute no son de inestabilidad: la primera derivada de sus funciones de demanda no es positiva y la de sus funciones de oferta no es negativa.

La primera ley de la oferta y la demanda es que el precio de mercado viene dado por el punto de cruce de las dos curvas. Jenkin dibuja este resultado en su Figura 1 que debería bastar para poner en cuarentena la expresión habitual que se refiere a las curvas de oferta y demanda «marshallianas».

(...)

Es sabido que hubo geometría de la oferta y la demanda antes que Marshall: el primero que dibujó esas curvas fue el matemático y economista francés Antoine Augustin Cournot (1801-1877), en sus Recherches sur les principes mathématiques de la théorie des richesses de 1838; pero el tratamiento gráfico de Jenkin se parecía más al que después publicaría Marshall que el de Cournot. Asimismo, para mayor mérito de Jenkin, no conoció la obra de sus predecesores.[16]

Digresión sobre la utilidad

Lo expuesto hasta aquí plantea inevitablemente la cuestión de la subjetividad del valor y por lo tanto de la utilidad.

En el artículo sobre los sindicatos Jenkin, que sigue a Stuart Mill, apunta que oferta y demanda sólo son inteligibles en términos de cantidades, pero que existe también una dimensión subjetiva particularmente en el caso de la demanda[17] que se debe distinguir de la otra, porque es impredecible. Pero inmediatamente subraya: «Estas dos ecuaciones, la primera entre dos cantidades y la segunda entre dos valores, son verdaderas ambas, y una puede ser deducida de la otra.»[18]

Jenkin no explora esta eventual deducción porque no cree que pueda decirse nada de lo subjetivo. En varias ocasiones Jenkin subraya la importancia de dicha dimensión subjetiva del valor[19] para prevenir ante las conclusiones demasiado rígidas y apresuradas del análisis de la oferta y la demanda.

No sorprenderá ver a Jenkin recelar de la importancia práctica de la utilidad.

Brownlie y Lloyd Prichard han destacado que la relación inversa entre cantidad y precio de la ecuación

D = f(A + 1/x)

implica la noción de utilidad marginal decreciente S. Uemiya también subraya este punto pero Jenkin no dice ni una palabra al respecto.

La expresión «utilidad» es empleada en una oportunidad y con gran cautela: «La demanda en la mente de los compradores se corresponde con la utilidad que a su juicio tiene el artículo; y las causas que confluyen para formar esa opinión son demasiado numerosas como para admitir una clasificación.»[20]

En última instancia será la competencia la que revele el precio de equilibrio, aunque los cambios en la apreciación de los bienes podrán modificar los estímulos para la producción, más allá del corto plazo[21] pero entonces la oferta y la demanda no cuentan a la hora de hallar el precio, como se verá.

En el artículo de la incidencia impositiva, que ya es de 1871 y permitió a Jenkin conocer la Theory de Jevons, criticará la noción de utilidad de éste porque «en la práctica su medición es imposible».

Esta ausencia en última instancia de la utilidad en la explicación del valor deja a Jenkin atrás de sus contemporáneos Jevons, Menger y Walras, y lo excluye de la escuela de la utilidad marginal.[22]

Segunda ley

La dimensión subjetiva del valor, o mejor dicho su caeteris paribus, permite a Jenkin acotar la validez de la primera ley de la oferta y la demanda: «La ley mencionada supone que cada persona conoce su mente, es decir, sabe cuántos bienes comprará o venderá en ese momento y lugar a cada precio, y supone también que sus opiniones no varían.»[23] Jenkin afirma que si esto se cumple el precio de mercado no varía durante el proceso tentativo que culmina en su descubrimiento.

En la práctica, reconoce Jenkin, las mentes no se quedan quietas ni cinco minutos, por lo que las curvas podrán cambiar dentro de dos límites, impuestos por lo que llama «oferta total» o cantidad total disponible y «fondo de compra» o cantidad de dinero que los agentes disponen para comprar.

El paso siguiente es suponer constante a una de dichas magnitudes y aumentar la otra. Jenkin dibuja como resultado sus Figuras 5 y 6 que representan la segunda ley de la oferta y la demanda: si la oferta total aumenta, los precios bajan, y si el fondo de compra aumenta, los precios suben.

(...)

Jenkin toma la precaución de distinguir entre esta ley y la primera, porque esas dos ideas «no son leyes en un sentido estricto sino que expresan un grado de probabilidad, que variará inmensamente según los casos y los bienes.»[24]

El que se trate de movimientos probables pero no seguros sugiere el propósito de Jenkin, al que dedicará el resto del artículo: en la realidad los mercados no funcionan tal y como sus primeros gráficos los pintan, y en particular el mercado de trabajo.

Presenta entonces varios gráficos de mercados no competitivos, siguiendo a W.T.Thornton.[25]

Así, afirma que puede haber competencia entre compradores pero no entre vendedores, puede no haber un precio de equilibrio o haber varios.

Los gráficos tienen trazados interesantes, como su Figura 9 que pinta una oferta infinitamente inelástica y una demanda superpuesta en un tramo, lo que da como resultado un segmento de precios de equilibrio.

(...)

Jenkin concluye que la primera ley de la oferta y la demanda indica que el precio de equilibrio será el de la intersección de las curvas, pero no determina cómo serán esas curvas. Y debe recordarse que tanto la primera ley como la segunda suponen que los individuos perciben la brecha entre las curvas a cada precio: «La primera y segunda ley de la demanda y la oferta no pueden afectar a aquellos casos en los que los compradores y los vendedores no pueden estimar la relación entre la demanda a un precio y la oferta a un precio.»
Es destacable que Jenkin apunte que uno de esos casos es el del monopolio bilateral, el tema por el que Francis Ysidro Edgeworth (1845­1926) criticará a Jevons en 1881: «En transacciones simples entre una persona y otra por un objeto...no se pueden trazar ni la curva de demanda ni la de oferta: el precio es aquél al que el comprador pueda persuadir al vendedor para que le entregue el artículo.»[26]

Tercera ley

Jenkin va cerrando las puertas a la utilización de la oferta y la demanda. No sólo existen las situaciones no competitivas, en las que no hay posibilidad de trazar curvas normales, sino que además tanto el precio en la primera ley como los cambios en el precio en la segunda ley dependen de «estados mentales» de compradores y vendedores. Las curvas, entonces, pueden desplazarse considerablemente y ninguna de las dos leyes es capaz de indicar cuál será el precio de largo plazo.

Jenkin presenta a continuación su tercera ley, integrada también como las anteriores en la doctrina de Stuart Mill y en la tradición clásica: «A largo plazo, el precio del artículo manufacturado resulta determinado fundamentalmente por su coste de producción, y la cantidad manufacturada resulta fundamentalmente determinada por la demanda a ese precio.»[27]

De esta manera, Jenkin expresa gráficamente la noción marshalliana de equilibrio a corto y largo plazo.
Una diferencia esencial entre el largo plazo y el corto es que las curvas de oferta y demanda medias a largo plazo sí pueden ser dibujadas con base empírica, aprovechando las estadísticas históricas de ventas y de costes. Ahora el eje de ordenadas de Jenkin refleja cantidades históricas medias. No obstante, esas estadísticas permitirán trazar curvas sólo aproximadas, y no existe una ley para todos los bienes.
En general, afirma Jenkin, las curvas de demanda tenderán a ser horizontales (o sea, con ejes al estilo moderno, inelásticas) y las de oferta tenderán a ser verticales (o sea, elásticas), pero puede haber casos particulares donde la curvas tengan una elasticidad ampliamente diferente, sean cóncavas o convexas, perfectamente horizontales o verticales, etc.
Ilustra así su tercera ley en su Figura 12 con dos curvas de oferta, según que el trabajo, el capital y las materias primas sean «limitados» o «casi ilimitados».

(...)

En cada momento hay desviaciones de la curva de oferta media (coste de producción) por acción de las leyes primera y segunda. Entran en acción las estimaciones de los productores sobre la posición de la demanda, las expectativas sobre la posición futura de la demanda y las diferentes apreciaciones de los agentes sobre cuál debe ser su remuneración.

En suma, Jenkin toma sus «leyes» en todo caso con las pinzas de la probabilidad y la incertidumbre:

«El valor de todas las cosas depende de fenómenos mentales y no de leyes referidas a meras cantidades de objetos».[28]



Mercado de trabajo

La exposición precedente permite conjeturar ya cuál va a ser la argumentación de Jenkin cuando traslade el análisis de la oferta y la demanda al mercado de trabajo. El salario es el precio en ese mercado, sujeto por tanto a las leyes de la oferta y la demanda, pero Jenkin añade: «Esta obviedad es frecuentemente interpretada como si ningún esfuerzo por parte de los empresarios pudiese rebajar los salarios y ninguna acción por parte de los trabajadores pudiese aumentarlos; se supone que el precio del trabajo está fijado por una ley natural.»[29]

Como no hay curvas de demanda fijas, puesto que dependen de «estados mentales», la solución adecuada es dejar a los sindicatos libres y confiar en su propio interés, porque Jenkin reconoce que más allá de un cierto límite el poder negociador para subir los salarios conspirará contra el aumento del empleo. Ahora bien, aparte de la capacidad sindical para elevar los salarios ¿qué se puede afirmar sobre la determinación salarial? Como era de esperar, muy poco: «La primera ley de la demanda y la oferta no es ninguna ayuda, porque su validez requiere que las mentes de las personas estén determinadas de antemano; la segunda ley, si es aplicada al trabajo, nos conduce a la doctrina malthusiana y, si no es bien interpretada, a la equivocada teoría del fondo de salarios.»[30]

Jenkin advierte con respecto a la doctrina malthusiana que no hay forma de saber a priori cuál es la proporción óptima entre población y recursos, ni entre aumento de la población y aumento de la riqueza. El efecto sobre los salarios de un aumento de la población depende de la segunda ley, que sugiere sólo el movimiento probable de los precios. Para conocer el nivel salarial hay que recurrir, como en los demás bienes, a la tercera ley. Pero ¿cuál es el coste de producción del trabajo? Su manutención pero, nuevamente, ese coste no es fijo.

Si un trabajador cuenta con reservas proporcionadas por su sindicato para negociar con su empleador, pedirá más dinero: su coste de producción habrá aumentado.

Si el trabajador aspira a un mayor nivel de vida ello automáticamente significa un mayor coste de producción: «El coste de producción del trabajo determina los salarios, pero ese coste a su vez es determinado por las expectativas de las personas sobre su nivel de vida.»[31]

La conclusión es pues similar a la general sobre los precios.

Aunque parezca extraño, son los trabajadores los que determinan sus salarios, es decir, el coste de producción determina el precio.

Ahora bien, la otra conclusión también vale: el vendedor determina el precio, pero el comprador determina la cantidad.

Así, es el capital el que determina cuántos trabajadores se emplearán a cada tipo de salario. De ahí la importancia de la sabiduría sindical.

Se puede siempre plantear la crítica de que las excepciones a la competencia no invalidan sus principios generales. Todas las excepciones, las curvas discontinuas, el poder de negociación, las expectativas, no hacen más que matizar un análisis que sigue siendo válido, como reconoció John Stuart Mill en 1869.[32]

Impuestos

En su artículo sobre los impuestos, publicado en las Actas de la Sociedad Real de Edimburgo de 1871-72, Jenkin dibuja curvas de oferta y demanda para analizar la incidencia tributaria.

Como ya se ha dicho, Jenkin conocía la Theory de Jevons cuando escribió este artículo.

Menciona al libro por haber presentado una versión algebraica «mucho más compleja» de la oferta y la demanda.

Jenkin estima que el planteamiento algebraico no proporciona muchas ventajas, porque es inconcebible que en la práctica las funciones resulten sencillas o manejables, mientras que por el contrario una simple observación histórica permite dibujar experimentalmente las curvas con una aceptable aproximación.[33]

Para Jenkin no es razonable suponer que los agentes son «una sola mente» dispuesta a efectuar transacciones sólo a un precio.

En la realidad, en un mercado suficientemente grande:

«siempre hay unos pocos oferentes dispuestos a vender sólo si el precio resulta muy superior al de mercado: ellos esperan que los precios suban. Otros pretenden vender al precio de mercado, pero nunca a un precio menor; y otros, los oferentes débiles, esperan que los precios caigan y a ellos se les puede empujar para que vendan por debajo del precio de mercado... Análogamente, hay unos pocos demandantes a los que se puede obligar a que compren por encima del precio de mercado; otros comprarán justo a ese precio, y otros sólo comprarán por debajo de ese precio.»[34]

Jenkin traslada esta noción a un gráfico y presenta los excedentes del consumidor y del productor como las áreas situadas respectivamente entre la línea del precio de equilibrio y las curvas de la demanda y la oferta. Declara que su análisis es novedoso, lo que sólo es parcialmente correcto, porque Dupuit había expuesto la idea del excedente del consumidor en 1844.

La clave, afirma acertadamente Jenkin, está en la pendiente de las curvas. Si la oferta tiene una pendiente muy pronunciada y la demanda no, ganan relativamente más los compradores, y si es al revés, los vendedores Ärecuérdese que, como también ocurre con los gráficos de Cournot y Dupuit, las abscisas y las ordenadas reflejan respectivamente precios y cantidades, al revés de lo que haría Marshall y la ciencia económica posterior, y ya había hecho Karl Heinrich Rau (1792­1870) en 1841.

Aparte de que Jenkin destaca que esas ganancias varían según la actividad de que se trate, puede subrayarse su comentario distinguiendo entre salario y ganancia del trabajador: «La ganancia del trabajador puede estimarse como la diferencia entre el salario que recibe y aquel salario que apenas es capaz de impulsarlo a trabajar.»[35]

Cournot, el pionero en el análisis matemático de la incidencia impositiva, detectó que la clave estaba en la elasticidad relativa. Jenkin también lo percibió. La proporción en que el impuesto recae sobre compradores y vendedores «es simplemente la relación entre la disminución del precio para los vendedores y el aumento del precio para los compradores.»[36]

Jenkin aplica este análisis al caso del comercio entre dos países, igual que había hecho analíticamente Stuart Mill y haría geométricamente Marshall, y concluye que lo mejor es el libre cambio unilateral, porque la pérdida de bienestar para las partes es mayor que los aranceles que pagan, porque cualquier impuesto comporta una cierta pérdida del excedente del consumidor y del productor; apunta también, pero no demuestra formalmente, que existe un arancel o gravamen que maximiza la recaudación.[37]

Jenkin y Jevons y Marshall

Varios aspectos de la obra de Jenkin atrajeron la atención de Edgeworth: el método matemático y geométrico; la descripción de la oferta y la demanda como funciones, en línea con el análisis de Cournot; el énfasis en los procesos mentales (pero recuérdese que Jenkin no desarrolla la noción de utilidad); el excedente del consumidor; y en especial, como se destacó antes, la importancia de la capacidad de negociación en la determinación del precio, en especial en un mercado de competencia característicamente no perfecta, como el mercado de trabajo.[38]

No obstante, el pensamiento económico de Jenkin no iba a tener ni de lejos el reconocimiento que merecieron sus trabajos en otros campos. Hay otros muchos casos, por supuesto, de obras de importancia analítica y que pasaron prácticamente desapercibidas en el momento de su publicación, como las Recherches de Cournot o el Entwickelung publicado en 1854 por Hermann Heinrich Gossen (1810­1858). Jenkin, además, no era un economista, aspecto que tiene una importancia creciente en el siglo XIX.[39] Pero a Jenkin lo distingue el trato poco generoso que le dispensaron William Stanley Jevons y Alfred Marshall.

Jevons conocía la obra de Jenkin y sentía por ella y por su autor un considerable respeto. En septiembre de 1874 le escribe a Walras, para agradecerle el ejemplar de los Elementos que le había enviado «una obra altamente científica y original», aunque le aclara que no cree que atraiga el interés de más de media docena de expertos en todo el mundo: uno de los nombres que da es el de Fleeming Jenkin.[40]

Herbert Stanley Jevons, hijo del economista, reveló que el artículo de Jenkin de 1870 fue el responsable de que Jevons se apresurara a concluir y publicar su Theory of political economy, lo que ocurrió en octubre del año siguiente: «Según una de las notas manuscritas de mi padre, la publicación pudo haber sido demorada hasta mucho después de 1871, de no haber sido por la aparición en 1868 y 1870 de los artículos del Profesor Fleeming Jenkin».[41]

Jevons no deseaba ser anticipado por Jenkin, con quien había mantenido relación epistolar a raíz del artículo sobre los sindicatos de 1868, que Jenkin le remitió en forma manuscrita. Por desgracia, no se han conservado las cartas enviadas por Jevons, pero sí tres que le escribió Jenkin en marzo de ese año, que incluyen unos gráficos muy notables, de exactamente la misma factura que el célebre que Jevons pintó en el capítulo IV de su Theory para ilustrar el intercambio. Es posible que Jevons ya estuviera pensando en un gráfico de esas características dos curvas de utilidad superpuestas pero no hay forma de probarlo. Jenkin insiste en las dificultades de medición de la utilidad y en la indeterminación del precio en el monopolio bilateral.[42]

El recelo de Jevons ante la omisión de su nombre en el artículo de Jenkin sobre las leyes de la oferta y la demanda puede explicar el virtualmente nulo reconocimiento de éste en la Theory. Su nombre no aparece cuando habla Jevons sobre W.T.Thornton[43]; lo menciona en el prólogo a la segunda edición como uno de los pocos «que se aventura en la ingrata cuestión de la ciencia matemático­económica»[44], y Jevons declara que su deuda mayor es con Lardner, a quien atribuye incorrectamente la ilustración gráfica de las leyes de la oferta y la demanda.[45]

Jevons no dibujó curvas de oferta y demanda,[46] aunque sí afirmó igual que Jenkin que se podían derivar a partir de las funciones de utilidad. Admitió la validez del análisis de Jenkin pero insistió en que él ya empleaba curvas intersecantes para ilustrar el precio de mercado en sus lecciones antes de 1870. No hay prueba alguna para esta reivindicación, como tampoco la habrá en el caso de Marshall.[47]

La lectura de los Principios de Economía de Alfred Marshall, en su edición definitiva de 1920 da la pauta del reconocimiento que dispensaba el gran economista inglés a sus predecesores. Hay sólo una mención a Jenkin, en la nota final del capítulo 13 del libro 5. Marshall se limita a apuntar que su método es similar al de Dupuit y Jenkin, a quien cita mal y fecha en 1871. Pese al notable parecido de sus análisis, no hay una sola mención a Jenkin cuando Marshall estudia la incidencia de los impuestos y el excedente del consumidor y del productor; ni tampoco en el Apéndice J sobre la doctrina del fondo de salarios. Los antecedentes de Marshall, tal cual queda consignado en el prólogo a la primera edición del libro, de 1890, son pocos: Cournot y Johann Heinrich von Thünen (1783­1850) Älejanos y, nótese, no británicos.[48]

La edición variorum de los Principios arroja alguna luz sobre este inadecuado reconocimiento de Jenkin por Marshall. Por lo pronto, en la primera edición, la nota mencionada en el párrafo anterior no incluye a Dupuit. Guillebaud, el editor, comenta que entre los papeles de Marshall hay una hoja, en la tercera edición del libro, de 1895, correspondiente a dicha nota, en la que Marshall dejó manuscritas estas líneas: «Las curvas de Fleeming Jenkin tienen una forma peculiar, y no se parecen a nada que yo conozca, a excepción de las que Rau añadió como apéndice a las primeras ediciones de su Volkswirtshatfslehre.»

Marshall alega que conoció la obra de Rau antes de ver el trabajo de Jenkin (que cita bien), y aún antes había leído a Cournot y von Thünen. La nota termina así:

«La sustancia de las curvas de este capítulo ya estaba en mis lecciones de 1870, o antes: las curvas relativas al monopolio corresponden a una etapa muy posterior de mi trabajo, y fueron presentadas ante la Sociedad Filosófica de Cambridge en 1873. Él [Jenkin] no conoció mi obra, así como yo no supe del artículo que leyó en la Sociedad de Edimburgo [el de los impuestos] hasta muchos años después. Por fin él oyó hablar de mi trabajo y me envió un ejemplar de sus escritos.»[49]

Se observa, por tanto, que Marshall sabía muy bien quién era Jenkin, y en las ediciones anteriores de los Principios fue capaz de mencionarlo y hay testimonios de que estaba lo suficientemente familiarizado con sus escritos como para citarlos correctamente. No obstante, en ningún caso reconoce anticipación alguna. Además, esta nota no menciona al excedente del consumidor.

El primer trabajo publicado por Marshall fue la recensión de la Theory de Jevons, en abril de 1872. Marshall tenía treinta años de edad. En esa reseña, aparte de Jevons, Marshall cita a un sólo economista contemporáneo: Fleeming Jenkin. Característicamente, disputa Marshall la utilidad del método matemático. Se inclina por utilizar palabras que todos puedan entender y prefiere «el lenguaje de los diagramas o, como ha sido llamado por el Profesor Fleeming Jenkin, la representación gráfica.» [50]

La importancia que Marshall asigna a Jenkin era, entonces, indisputable. Y recuérdese el consejo que le dio aquél a Jevons: el libro habría mejorado sin las matemáticas y con los diagramas.

Con el paso del tiempo la generosidad de Marshall disminuyó. En 1908 le escribe a John Bates Clark (1847­1938) que se ha vuelto «insensible»: se limita a hacer referencias en notas al pie de página, pero no admite deudas: «Soy consciente de que algunos pensarán que implícitamente reconozco deudas. Ejemplos de éstas son Francis Walker [1840­1897] y Fleeming Jenkin.»[51]

En los años cruciales, en torno a 1870, Alfred Marshall no publica nada. Hubo sin embargo varios manuscritos, borradores de eventuales publicaciones, que leyeron sus alumnos y colegas más aventajados: Herbert Somerton Foxwell (1849­1936), (el después Sir) Henry Hardinge Cunynghame (1848­1935) y John Neville Keynes (1852­1949). Ellos apoyaron las reivindicaciones del maestro. En la biografía que escribió sobre él, John Maynard Keynes (1883­1946) descarta toda posible anticipación de nadie a Marshall.[52]

Marshall insiste en que la base de su teoría ya estaba terminada antes de la Theory de Jevons, o sea, antes de 1871, y que había trabajado sobre la productividad marginal en 1869 y sobre la cuasi­renta en 1868. Le escribió a León Walras en 1883, diciéndole que había enseñado la teoría de la utilidad marginal en Cambridge antes de la Theory y que, siguiendo a Cournot, había ido más allá que Jevons. En lo referido al excedente del consumidor, le escribe a E.R.A. Seligman (1861­1939) en 1896: «mis deudas son con Cournot, no con Fleeming Jenkin ni con Dupuit.»[53]

Whitaker, el responsable de la edición de los escritos económicos tempranos de Marshall, cree que la influencia de Jenkin sobre éste fue imperceptible. Quizás haya sido así, pero no está claro que Jenkin no se le haya anticipado. Este es el punto en cuestión: no que Marshall haya copiado a Jenkin sino que arribó a un análisis similar después.

Es perfectamente posible que obtuviesen sus conclusiones de forma independiente.[54] Después de todo, ambos tenían formación matemática y estaban aplicándola al texto básico de economía de entonces, los Principios de Stuart Mill. La formulación simétrica de oferta y demanda es un descubrimiento lógico, como apunta Whitaker, para quien estuviese desarrollando el pensamiento de Mill. El propio Mill se acerca a la solución en su reseña de Thornton de 1869, pero Jenkin, como se vio antes, había planteado la solución formalmente correcta en 1868.[55]

1868 es una fecha importante para esta cuestión, porque es el año en que Marshall declaró haber leído a Cournot. Y hay que recordar que, al parecer, Jenkin no había leído más que a Stuart Mill hasta 1870. No conocía a Cournot y no tenía en principio por qué estar al tanto de los artículos de Dupuit, puesto que sus intereses en el campo de la ingeniería iban por otros derroteros que los que habían preocupado a los ingenieros­economistas de la Escuela de Puentes y Caminos de París en la década de 1840 Ämás extraño, quizás, es que no citara a D.Lardner.

Las lecciones de Marshall nos brindan otro testimonio interesante, en una carta que Foxwell escribe a Maynard Keynes en abril de 1925:

«Lo leí [al artículo de Jenkin] en las vacaciones de Semana Santa de 1870, en la época en que asistía a las clases de Marshall sobre economía diagramática, y se lo mostré. Nunca olvidaré su expresión de disgusto mientras hojeaba el artículo. Es que no había nada en Cournot que se aproximase tanto al enfoque general de Marshall sobre la teoría del valor, y en particular a su presentación de la ecuación de oferta y demanda.»[56]

Hay razones para conjeturar, entonces, que la importancia de Jenkin para Marshall fue mayor que la reflejada en los Principios. Pero falta la prueba de que Marshall se le había anticipado independientemente. Su propio testimonio y el de sus alumnos así lo sugiere. A Marshall le disgusta ver el artículo de Jenkin e insiste en que no le aportó nada que no supiera Äen ambos puntos coincide con Jevons. Ello no es imposible, pero su anticipación a Jenkin no se puede apoyar en nada que no sea meramente testimonial.[57]

Conclusión

Fleeming Jenkin fue un economista notable, que con su bagaje de conocimientos de ingeniería fue capaz de un interesante trabajo científico en economía. Entre sus avances destacan el análisis de la oferta y la demanda como funciones, los mercados imperfectamente competitivos, y el excedente del consumidor y del productor.

Vistos sus logros, la indiferencia con que fue tratado por sus contemporáneos con la excepción de Edgeworth carece de justificación. Es verdad que Jenkin fue un outsider de la economía, que empezaba entonces a institucionalizarse como profesión. Pero es más probable que la indiferencia proviniese de la desconsiderada actitud que tuvieron hacia él Jevons y Marshall. Ambos devaluaron marcadamente sus aportaciones e insistieron en que habían trabajado independientemente de Jenkin y en que le habían precedido en todo lo que importaba. Adoptaron esta última actitud con tanto entusiasmo como pocas pruebas.

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SMITH, Adam (1776, 1976): An inquiry into the nature and causes of the wealth of nations, Oxford, Oxford University Press [trad.cast. Oikos­Tau].

SPENGLER, J.J. (1971): «El problema del orden en los asuntos económicos», J.J.Spenger y W.R.Allen (eds.), El pensamiento económico de Aristóteles a Marshall, Madrid, Tecnos.

STALEY, C.E. (1989): A history of economic thought, Oxford, Basil Blackwell.

STEVENSON, Robert Louis (1887, 1924): «Memoir of Fleeming Jenkin», The Works of Robert Louis Stevenson, Londres, Tusitala, Vol. XIX.

UEMIYA, S. (1981, 1988): «Jevons and Fleeming Jenkin», Kobe University Economic Review, Vol. 27, reimpreso en John Cunningham Wood (ed.), William Stanley Jevons. Critical Assessments, Londres y Nueva York, Routledge, Vol. III.

WHEWELL, William (1829, 1831 & 1850; 1971): Mathematical exposition of some doctrines of political economy, Nueva York, Kelley.

WHITTAKER, Edmund (1948): Historia del pensamiento económico, México, Fondo de Cultura Económica.


[1] Notas


. Este trabajo deriva de la primera parte del proyecto de investigación que presenté en las oposiciones a cátedra en la Universidad Complutense en abril de 1994. Agradezco los comentarios de los miembros del tribunal, y también los que me formularon con anterioridad Fernando Méndez Ibisate y los asistentes al seminario de la Universidad Complutense sobre los cien años de los Principios de Marshall, y con posterioridad los integrantes del seminario de Historia Económica de la Universidad Carlos III.


[2]. El nombre debe pronunciarse «fleming» y no «fliming». Stevenson (1887), p.21.


[3]. Detalles sobre la vida de Jenkin en Brownlie y Loyd Prichard (1963). Para una extensa y notable biografía véase Stevenson (1887). Fue muy afortunado Jenkin al contar entre sus alumnos y admiradores al autor de La isla del tesoro, que además provenía de una familia de ingenieros y sentía por esa profesión una admiración que contrasta con el recelo frente a la ciencia que rezuma El extraño caso del Dr. Jekyll y el Sr. Hyde.


[4]. Jenkin (1887), pp. 13, 17n, 18, 18n, 19n.



[5]. Ibíd., pp. 18, 22. Una balanza, subraya Jenkin en bella metáfora, no fija el peso: lo descubre.


[6]. Ibíd., p. 28.


[7]. La asimetría entre ambos derechos ya había sido señalada por Adam Smith (1776), I.viii.11­13 y I.x.c.61. Los economistas clásicos fueron en general simpatizantes de los sindicatos, a pesar de los rasgos violentos de las asociaciones de trabajadores. Esta actitud de respaldo a los sindicatos se mantuvo después, con Alfred Marshall. Cf. O'Brien (1989), pp. 394­6 y Petridis (1973), p. 167. Véase también Groenewegen (1994). Una interesante crítica a esta actitud de los economistas en Hutt (1936).


[8]. Jenkin (1887), p. 35.


[9]. Ibíd., pp. 37, 56, 74. Una visión análogamente simpatizante con los sindicatos, referida también a la Comisión parlamentaria, en Ludlow y Jones (1867).


[10]. Jenkin (1871­72), pp. 250­64.


[11]. Jenkin (1887), pp. 125­6.


[12]. Ibíd., pp. 148.


[13]. Ibíd., pp. 141.


[14]. Brownlie y Lloyd Prichard (1963), pp. 208ss.


[15]. Jenkin (1887), p. 79.


[16]. Humphrey (1992), p. 21. Agradezco al profesor Fernando Méndez Ibisate por haber llamado mi atención hacia este artículo.


[17]. Jenkin (1887), p.15. Según Jenkin, oferta es una expresión que se emplea «casi siempre» para referirse a una cantidad presentada a la venta. No obstante, también se la puede considerar como disposición subjetiva a vender; cf. Brownlie y Prichard (1963), pp. 208­9.


[18]. Jenkin (1887), p. 16.


[19]. Ibíd., pp. 87, 88, 93, 95. En el manuscrito «¿Es el beneficio de un hombre la pérdida de otro?», vuelve a destacar la subjetividad del valor: «es sólo el pensamiento lo que causa el valor de las cosas», p. 141.


[20]. Brownlie y Pritchard (1963), p. 209; Jenkin (1887), p. 98; Uemiya (1981), p. 177.

[21]. Jenkin (1887), pp. 98-99.

[22]. Ibíd., pp. 109-110. Howey (1989), pp. 22, 86.

[23]. Jenkin (1887), p. 78.

[24]. Ibíd., p. 81.

[25]. William Thomas Thornton publicó en 1869 On labour, donde critica la idea del fondo de salarios fijo e insiste en que los salarios son determinados sólo por la negociación.

John Stuart Mill, compañero de trabajo de Thornton en la Compañía Inglesa de las Indias Orientales, se «retractó» dramáticamente en 1869, en un artículo sobre On labour titulado «Thornton on labour and its claims».

Parece que no fueron las críticas de Thornton sobre las leyes de la oferta y la demanda las que impresionaron a Mill sino las posibilidades que se abrían ante los sindicatos con la ausencia de un fondo de salarios fijo.

Es posible que haya sido Mill quien influyó sobre Jenkin en este artículo publicado un año más tarde.

Jenkin, no obstante, insiste en que él había demostrado la falacia del fondo de salarios en su trabajo de 1868, «y la misma argumentación, empleada posteriormente por el Sr. Thornton, ha sido reconocida como acertada por el Sr. John Stuart Mill». Cf. Schumpeter (1954), pp. 669-70; Forget (1991); Negishi (1986); Ekelund y Thommesen (1989); Jenkin (1887), p. 94; Mill (1967), p. 635; Schwartz (1972), pp. 90-101, 274.

[26]. Jenkin (1887), p. 86; Creedy (1992), p. 172.

[27]. Jenkin (1887), p. 89.

[28]. Ibíd., pp. 92-93.

[29]. Ibíd., pp. 93-94.

[30]. Ibíd., p. 97.

[31]. Ibíd., p. 102.

[32]. Schwartz (1972), p. 92; Schumpeter (1954), p. 942.

[33]. Jenkin (1887), pp. 107-108.

[34]. Ibíd., p. 109.

[35]. Ibíd., p. 112.

[36]. Houghton (1958), p. 53; Humphrey (1992), p. 19; Jenkin (1887), pp. 113-115. Hay un error en la página 114, cuando Jenkin concluye que cuando todo el impuesto recae sobre los compradores la demanda es vertical: debe decir horizontal.

[37]. Ibíd., pp. 112-15.

[38]. Edgeworth (1923) y Spengler (1971), p. 37.

[39]. Diversos especialistas han destacado este carácter de outsider de Fleeming Jenkin. Puede mencionarse al autor del manual que más atención presta a Jenkin: Whittaker (1948), pp. 504-5.

[40]. Uemiya (1981), p. 175; Jevons (1977), Vol. IV, p. 66.

[41]. Jevons (1977), Vol. III, p. 166.

[42]. Ibíd., pp. 167-178; Creedy (1992), pp. 119-20; Black (1962), pp. 199-200.

[43]. Jevons (1871), pp. 148-50.

[44]. Ibíd., p. 65. Los otros nombres que da son el americano Simon Newcomb (1835­1909) y los británicos Henry Dunning Macleod (1821­1902), George Darwin (1845-1912) y Alfred Marshall.

[45]. Ibíd., p. 50-51; Uemiya (1981), pp. 181, 187.

[46]. La única excepción es la Figura 7 en Jevons (1871), p. 160; cf. también Uemiya (1981), pp. 184-85.

[47]. Jevons (1977), Vol. VI, p. x; Black (1987); Robertson (1985), p. 48; Staley (1989), p. 140; Brownlie y Lloyd Prichard (1963), pp. 215­6; Houghton (1958), p. 53n; Ekelund y Hébert (1992), pp. 329, 385. Parece claro que es el método gráfico lo que lleva a que Jevons se apresure a terminar y publicar su Theory. Uemiya (p. 186) conjetura que la razón última del trato poco cariñoso de Jevons hacia Jenkin se explica no porque éste se hubiese adelantado a aquél sino porque Jevons no quería verse mezclado con alguien que, al no basar su análisis en la utilidad, no confluía con él en el nuevo carril anticlásico hacia donde deseaba impulsar a la teoría económica. Es interesante a este respecto que Marshall se remitiese a Cournot, que se enrola aún más que Jenkin entre los no subjetivistas.

[48]. Marshall (1920), p. 394n. Marshall no cita el trabajo concreto de Jenkin. Sólo habla de «Edinburgh Philosophical Transactions» y 1871. Son dos errores. La fecha correcta es 1870 y aunque los artículos de 1868 y 1870 son de Edimburgo, ninguno corresponde a esa cita. «Marshall fue generoso de forma sistemáticamente exagerada con sus predecesores clásicos y más bien tacaño con sus contemporáneos»; Gordon, (1973). «Marshall era muy consciente de su papel como líder nacional», Schumpeter (1954), p. 840.

[49]. Marshall (1961),Vol. II, pp. 534.

[50]. Pigou (1925), p. 99.

[51]. Ibíd., p. 416. También fue poco generoso Marshall con Hans von Mangoldt (1824­1868), Dupuit y Léon Walras (1834-1910); cf. Schneider (1960); Segura (1987 y 1988); Schumpeter (1954) pp. 838-40 y 1061; y Houghton (1958), p. 53n.

[52]. Para Keynes «la idea de aplicar métodos matemáticos [a la economía] estaba en el aire, pero todavía [hasta Marshall] no había producido nada sustancial» y «en 1867 [Marshall] empezó a desarrollar los métodos diagramáticos»; Keynes (1963), pp. 150 y 153. Schumpeter (1954) comenta: «Una y otra vez me ha impresionado el hecho de que economistas competentes e incluso eminentes incurran en la acrítica costumbre de atribuir a Marshall lo que, "objetivamente", debería ser atribuido a otros (¡incluso la curva de la demanda "marshalliana"!)», p. 839n.

[53]. Marshall (1975), Vol. 1, p. 39.

[54]. Creedy (1992), p. 68.

[55]. Bradley (1989).

[56]. Marshall (1975), p. 45n.

[57]. Ibíd., Vol. 2, p. 241. La simpatía de Whitaker por Marshall se observa en este breve comentario: «Parece probable que Jenkin haya sido anticipado por Leslie Stephen, que era como Marshall un Wrangler de Cambridge», p. 41. Esta conjetura, basada en un inédito cuaderno de notas de Stephen que Whitaker cita a través del biógrago de aquél, es poco defendible. Sir Leslie Stephen (1832-1904), distinguido intelectual, padre de Vanessa Bell y Virginia Woolf, no fue un economista ni un científico, sino un hombre de letras. Su biógrafo, Frederic William Maitland, fue un historiador. En una carta Stephen revela poco aprecio por Thornton, «que siempre está aburriendo a todo el mundo con la oferta y la demanda». Maitland (1906), pp. 45-6, 73, 75, 189. Entre los colegas de Stephen en Cambridge se contaba William Whewell (1794-1866), un notable pionero de la economía matemática. Incidentalmente, Marshall no lo menciona jamás. Los interesantes trabajos de Whewell, un matemático tan cauteloso como Marshall sobre las posibilidades de las matemáticas en la economía, pueden verse en Whewell (1829). Hutchison sostiene que los análisis de Whewell «difícilmente pueden haber sido desconocidos por Marshall»; Hutchison (1967), p. 77 y la extensa nota 4, pp. 77-79.

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Fecha de actualización: 10/06/98

viernes, mayo 23, 2008

Una guía de lectura de Ricardo

*
David Ricardo, Principios de Economía Política y Tributación, en los capítulos ya señalados.

1. Utilidad y escasez en Ricardo.

2. Concepción del trabajo en Adam Smith según Ricardo. Sus limitaciones.

3. Diferencias en la remuneración del trabajo. Sus causas según Ricardo.

4. Capital circulante y fijo en Ricardo.

5. "El valor del trabajo no puede aumentar sin una reducción de las utilidades". Razone esta afirmación de Ricardo.

6. Renta en Ricardo.

7. Renta Diferencial en Ricardo.

8. Formas de acumulación de capital según Ricardo.

9. Consumo de "clases pudientes" y tasa de utilidades en la apreciación de Ricardo.

10. Ejemplo de intercambio de dos bienes y dos países en Ricardo.

11. Relación entre salarios y utilidades en Ricardo.

12. Relación entre tierra, y valor relativo de alimentos en Ricardo.

13. División del Trabajo y Comercio Mundial.

14. Ventajas y desventajas de los Tratados Comerciales en Ricardo.

15. Ventajas del Libre Comercio para las Colonias según Ricardo.
*

martes, mayo 20, 2008

Escuela de Salamanca

Destaca en esta cita el criterio de que la Escuela de Salamanca es antecedente histórico de la Escuela Austríaca. De manera que el marginalismo tiene raíces hispanas. Es uno de los descubrimientos históricos de Schumpeter, quien según se refiere, llegó a postular que la Escuela de Salamanca es el primer intento de estructurar el pensamiento económico de manera coherente.

Dice la referencia:

"El término Escuela de Salamanca se utiliza de manera genérica para designar el renacimiento del pensamiento en diversas áreas que llevó a cabo un importante grupo de profesores universitarios españoles y portugueses, pero especialmente los teólogos, a raíz de la labor intelectual y pedagógica iniciada por Francisco de Vitoria en Salamanca.

No cabe duda que el influjo de la Escuela se debió sentir en otras naciones, puesto que muchos de los componentes de la Escuela dieron clases en Universidades de fuera de España.

Se inscribe dentro del contexto más amplio del Siglo de Oro español, en el que no solamente hubo una eclosión de las artes, sino también de las ciencias, que se manifiesta especialmente en esta Escuela.

Además de que, por su evolución posterior, en España no interesaba seguir por los caminos marcados por los profesores de Salamanca, su reconocimiento internacional ha sido muy tardío, pues las naciones protestantes (las mayoría de las que han escrito la ciencia a partir del siglo XVIII) no debían sentirse cómodas reconociendo la modernidad de unos teólogos que fueron punteros en el Concilio de Trento.

Así, la aportación de los salmantinos al origen de la economía como ciencia (en la corriente de pensamiento económico español que se conoce con el nombre de arbitrismo) fue reivindicada muy recientemente por Joseph Alois Schumpeter.

Contexto histórico

Desde comienzos del siglo XVI las concepciones tradicionales del hombre y su relación con Dios y con el mundo se habían visto sacudidas por la aparición del humanismo, por la reforma protestante y por los nuevos descubrimientos geográficos y sus consecuencias.

El advenimiento de la Edad Moderna para el concepto del hombre en sociedad.

Estos nuevos problemas fueron abordados por la Escuela de Salamanca.

Francisco de Vitoria, Domingo de Soto, Martín de Azpilcueta (o Azpilicueta), Tomás de Mercado o Francisco Suárez, todos ellos iusnaturalistas y moralistas, son los fundadores de una escuela de teólogos y juristas que realizó la tarea de reconciliar la doctrina tomista con el nuevo orden social y económico.

Los temas de estudio se centraron principalmente en el hombre y sus problemas prácticos (morales, económicos, jurídicos...), pero no se trata ni mucho menos de un corpus único aceptado por todos, como lo prueba los desacuerdos o, incluso, las agrias polémicas entre ellos.

Por la amplitud de temas tratados se ha planteado la conveniencia de distinguir dos escuelas, la de los Salmanticenses y la de los Conimbricenses.

La primera comenzaría con Francisco de Vitoria (h. 1483-1546), y llega a su máximo esplendor con Domingo de Soto (1494-1560), todos ellos de la orden de los dominicos.

La escuela de los conimbricenses estaría formada por los jesuitas que, desde finales del siglo XVI tomaron el relevo intelectual de los dominicos. Entre los jesuitas encontramos nombres de la talla de Luis de Molina (1535-1600) y Francisco Suárez (1548-1617).

Teología

En el Renacimiento la teología estaba en decadencia frente al pujante humanismo, con la escolástica convertida en una metodología vacía y rutinaria. La universidad de Salamanca lideró, a partir de Francisco de Vitoria, un auge de la teología especialmente como renacimiento del tomismo, que influyó en la vida cultural en general y en otras universidades europeas.

El aporte fundamental de la Escuela de Salamanca a la teología quizá sea el estudio de problemas mucho más cercanos a los hombres, que antes habían sido ignorados, además del estudio de cuestiones hasta entonces inéditas. Por ello a veces se utilizaba el término teología positiva para destacar su carácter práctico frente a la teología escolástica.

Moral

En una época en la que la religión (catolicismo, calvinismo, islamismo...) impregnaba todo, analizar la moralidad de los actos era el estudio más práctico y útil que se podía hacer para servir a la sociedad. Por eso las aportaciones originales en derecho y economía de la Escuela de Salamanca no fueron en su origen otra cosa que análisis concretos de los desafíos y problemas morales ocasionados a la sociedad por las nuevas situaciones.

Una idea revolucionaria es que se puede hacer el mal aunque se conozca a Dios, y se puede hacer el bien aunque se le desconozca.

Es decir, la moral no depende de la divinidad.

Esto resultaba especialmente importante para el trato con los paganos, ya que el hecho de que no fuesen cristianos no presuponía que no fuesen buenos.

Con el paso de los años se fue obteniendo una casuística de respuestas ante dilemas morales. Pero como una casuítica nunca podía ser completa, también se buscó una regla o principio más general.

A partir de aquí comenzó a desarrollarse el probabilismo, donde el criterio último ya no era la verdad, sino la seguridad de no elegir mal. Desarrollado principalmente por Bartolomé de Medina y continuado por Gabriel Vázquez y Francisco Suárez, el probabilismo llegó a convertirse en la escuela moral más importante de los siglos siguientes.

Polémica De auxiliis

Esta polémica entre jesuitas y dominicos fue una disputa que se desató a finales del siglo XVI sobre la gracia y la predestinación, es decir, cómo se puede conciliar la libertad humana con la omnipotencia de Dios. En 1582 el jesuita Prudencio de Montemayor y el agustino fray Luis de León hablaron sobre la libertad humana en un acto público. Domingo Báñez consideró que le daban un excesivo peso y que emplearon unos términos que sonaban heréticos, por lo que les acusó ante el Santo Oficio de pelagianismo. Esta doctrina ensalzaba el libre albedrío humano en detrimento del pecado original y de la gracia otorgada por Dios. El resultado de esta escaramuza fue que Prudencio de Montemayor terminó apartado de la enseñanza y a Fray Luis se le prohibió defender tales ideas.

Báñez fue acusado ante el Santo Oficio por fray Luis de León de cometer el error de Lutero. Según esta doctrina, que está en la base del protestantismo, el hombre está corrompido como consecuencia del pecado original y no puede salvarse por sus propios méritos, sólo si Dios le concede la gracia. Báñez resultó exculpado.

Sin embargo esto no acabó con la polémica, que continuó Luis de Molina con su Concordia liberi arbitrii cum gratiae donis (1588), apoyándose en el jesuíta portugués Pedro de Fonseca. Ésta se consideró la mejor expresión de la posición de los jesuitas. La polémica continuó durante años e incluyó un intento de los dominicos para que el Papa Clemente VIII condenase la Concordia de De Molina. Finalmente Pablo V en 1607 reconoció la libertad de jesuitas y dominicos de defender sus ideas, prohibiendo que ninguna de ellas fuese calificada de herejía.

El último gran teólogo de la Escuela de Salamanca fue Pedro de Godoy.

Existencia del mal en el mundo

Vitoria proporcionó una imagen nueva de la divinidad para intentar explicar la presencia de mal en el mundo. La existencia de éste hacía difícil de creer que Dios pudiese ser infinitamente bueno e infinitamente poderoso a la vez.

Vitoria explicó esta paradoja apelando al libre albedrío humano. Puesto que la libertad es concedida por el mismo Dios a cada hombre, no es posible que el hombre actúe eligiendo siempre el bien. La consecuencia es que el hombre puede provocar voluntariamente el mal.

Derecho y justicia

La doctrina jurídica de la Escuela de Salamanca significó el fin de los conceptos medievales del derecho, con la primera gran reivindicación de la libertad, inusitada para la Europa de la época.

Los derechos naturales del hombre pasaron a ser, de una u otra forma, el centro de atención, tanto los relativos al cuerpo (derecho a la vida, a la propiedad) como al espíritu (derecho a la libertad de pensamiento, a la dignidad).

Derecho natural y derechos humanos

La Escuela de Salamanca reformuló el concepto de Derecho natural. Éste surge de la misma naturaleza, y todo aquello que exista según el orden natural comparte ese derecho. La conclusión obvia es que, puesto que todos los hombres comparten la misma naturaleza también comparten los mismos derechos como el de igualdad o de libertad. Frente a la concepción predominante en España y Europa de los indios de América como infantiles o incapaces, la gran novedad fue el reconocimiento de sus derechos, como el derecho a la propiedad de sus tierras o rechazar la conversión por la fuerza.

Puesto que el hombre no vive aislado sino en sociedad, la ley natural no se limita al individuo. Así, por ejemplo, la justicia es un ejemplo de ley natural que se realiza dentro de la sociedad. Para Gabriel Vázquez (1549-1604) actuar con justicia es un deber dictado por la ley natural.

Soberanía

La Escuela de Salamanca distinguió dos potestades, el ámbito natural o civil y el ámbito sobrenatural, que en la Edad Media no se diferenciaban.

Una consecuencia directa de la separación de potestades es que el rey o emperador no tiene jurisdicción sobre las almas, ni el Papa poder temporal. Incluso propusieron que el poder del gobernante tiene sus limitaciones. Así, según Luis de Molina una nación es análoga a una sociedad mercantil en la que los gobernantes serían los administradores, pero donde el poder reside en el conjunto de los administrados considerados individualmente, cuando la idea anterior era que el poder de la sociedad sobre el individuo es mayor que el de éste sobre sí mismo, ya que el poder del gobernante era una emanación del poder divino, cosa que los salmantinos rechazan.

Así por ejemplo, la corona inglesa mantenía la teoría del poder real por designio divino (el único receptor legítimo de la emanación de poder de Dios es el rey), de manera los súbditos sólo podían acatar sus órdenes para no contravenir dicho designio. Frente a esto, diversos integrantes de la Escuela sostuvieron que el pueblo es el receptor de la soberanía, el cual la transmite al príncipe gobernante según diversas condiciones. El más destacado en este sentido posiblemente fue Francisco Suárez, cuya obra Defensio Fidei Catholicae adversus Anglicanae sectae errores (1613) fue la mejor defensa de la época de la soberanía del pueblo. Los hombres nacen libres por su propia naturaleza y no siervos de otro hombre, y pueden desobedecer e incluso deponer a un gobernante injusto. Al igual que De Molina, afirma que el poder político no pertenece a ninguna persona en concreto, pero se diferencia de él por el matiz de que considera que el receptor es el pueblo como un todo, no como un conjunto de soberanos individuales.

Para Suárez el poder político de la sociedad es contractual en su origen porque la comunidad se forma por el consenso de voluntades libres. La consecuencia de esta teoría contractualista es que la forma de gobierno natural es la democracia, mientras que la oligarquía o la monarquía surgen como instituciones secundarias, que son justas si las ha elegido el pueblo.

Derecho de gentes y Derecho internacional

Francisco de Vitoria fue quizá el primero en desarrollar una teoría sobre el ius gentium (derecho de gentes) que sin lugar a dudas puede calificarse de moderna. Extrapoló sus ideas de un poder soberano legítimo sobre la sociedad al ámbito internacional, concluyendo que éste ámbito también debe regirse por unas normas justas y respetuosas con los derechos de todos. El bien común del orbe es de categoría superior al bien de cada estado. Esto significó que las relaciones entre estados debían pasar de estar justificadas por la fuerza a estar justificadas por el derecho y la justicia. Francisco de Vitoria se convirtió en el creador del derecho internacional.

El ius gentium se fue diversificando. Francisco Suárez, que ya trabajaba con categorías bien perfiladas, distinguía entre ius inter gentes e ius intra gentes. Mientras que el ius inter gentes, que correspondería al derecho internacional moderno, era común a la mayoría de países (por ser un derecho positivo, no natural, no tiene porqué ser obligatorio a todos los pueblos), el ius intra gentes o derecho civil es específico de cada nación.

Justas Guerras

Puesto que la guerra es uno de los peores males que puede sufrir el hombre, los integrantes de la Escuela razonaron que no se puede recurrir a ella bajo cualquier condición, sino sólo para evitar un mal mayor. Incluso es preferible un acuerdo regular, aunque se sea la parte poderosa, antes que comenzar una guerra. Ejemplos de guerra justa son:

En defensa propia, siempre que tenga posibilidades de éxito. Si de antemano está condenada al fracaso, dicha guerra sería un derramamiento inútil de sangre.

Guerra preventiva contra un tirano que está a punto de atacar.

Guerra de castigo contra un enemigo culpable.


Pero una guerra no sólo es lícita o ilícita por el motivo desencadenante, debe cumplir toda una serie de requisitos adicionales:

Es necesario que la respuesta sea proporcional al mal, si se utiliza más violencia de la estrictamente necesaria sería una guerra injusta.

El gobernante es el que debe declarar la guerra, pero su decisión no es causa suficiente para comenzarla. Si la población se opone es ilícita. Por supuesto, si el gobernante quiere emprender una guerra injusta, antes que eso es preferible deponerlo y juzgarlo.

Una vez la guerra ha comenzado no se puede hacer todo en ella, como atacar inocentes o matar rehenes, hay límites morales a la actuación.

Es obligatorio apurar todas las opciones de diálogo y negociaciones antes de emprender una guerra, sólo es lícita la guerra como último recurso.

Son injustas las guerras expansionistas, de pillaje, para convertir a infieles o paganos, por la gloria, etc.

Conquista de América

En esta época de comienzo del colonialismo de la época Moderna, España fue la única nación europea en la que un nutrido grupo de intelectuales se planteó la legitimidad de una conquista en lugar de intentar justificarla por motivos tradicionales. Fue la conocida como polémica de los justos títulos, uno de cuyos episodios fue la Junta de Valladolid (1550-1551), famoso debate entre Juan Ginés de Sepúlveda y Bartolomé de las Casas en el que participaron también varios discípulos de Vitoria, ya muerto: Domingo de Soto y Melchor Cano (ambos de la Universidad de Salamanca) y Bartolomé de Carranza (de la de Valladolid), todos ellos (al igual que Sepúlveda y las Casas) dominicos.

Francisco de Vitoria comenzó su análisis de la conquista desechando los títulos ilegítimos. Fue el primero que se atrevía a negar que la bulas de Alejandro VI (conocidas en conjunto como las Bulas de Donación) fuesen un título válido de dominio de las tierras descubiertas. Tampoco eran aceptables el primado universal del emperador, la autoridad del Papa (que carece de poder temporal ) ni un sometimiento o conversión obligatorios de los indios. No se les podía considerar pecadores o poco inteligentes, sino que eran libres por naturaleza y dueños legítimos de sus propiedades. Cuando los españoles llegaron a América no portaban ningún título legítimo para ocupar aquellas tierras que ya tenían dueño.

Vitoria también analizó si existían motivos que justificarían algún tipo de dominio sobre las tierras descubiertas. Encontró hasta ocho títulos legítimos de dominio. El primero que señala, quizá el fundamental, está relacionado con la comunicación entre los hombres, que constituyen en conjunto una sociedad universal. El ius peregrinandi et degendi es el derecho de todo ser humano a viajar y comerciar por todos los rincones de la tierra, independientemente de quién sea el gobernante o cuál sea la religión de cada territorio. Por ello si los indios no permitían el libre tránsito, los agredidos tenían derecho a defenderse, y a quedarse con los territorios que obtuvieran en esa guerra.

El segundo título hace referencia a otro derecho cuya obstaculización también era una causa de guerra justa. Los indios podían rechazar voluntariamente la conversión, pero no impedir el derecho de los españoles a predicar, en cuyo caso la situación sería análoga a la del primer título. Sin embargo Vitoria hace notar que aunque esto sea causa de guerra justa, no necesariamente es conveniente que así ocurra por las muertes que podría causar.

Los siguientes títulos, de mucha menor importancia, son:

Si los soberanos paganos fuerzan a los conversos a volver a la idolatría.

Si hay un número suficiente de cristianos conversos pueden recibir del Papa un gobernante cristiano.

Si hay tiranía o daño hecho a inocentes (sacrificios).

Por causa de socios y amigos atacados, como los tlaxcaltecas, aliados de los españoles pero sojuzgados, con otros muchos pueblos, por los aztecas.

El último título legítimo, aunque calificado por el propio Vitoria de dudoso, es la carencia de leyes justas, magistrados, técnicas agrícolas, etc. En todo caso, siempre sería con caridad cristiana y para utilidad de los indios.

Estos títulos legítimos e ilegítimos no agradaron al rey Carlos I ya que significaba que España no tenía un derecho especial, por lo que intentó sin éxito que los teólogos dejasen de expresar sus opiniones sobre estos temas.

Economía

El espaldarazo final a la denominación Escuela de Salamanca de economistas vino dado por Joseph Schumpeter en su Historia del análisis económico (1954), aunque muchos historiadores económicos ya emplearon el apelativo antes que él.

Schumpeter estudió la doctrina escolástica en general y la española en particular, y elogió el alto nivel de la ciencia económica en la España del siglo XVI. Según él esta escuela fue el grupo que más se merece el título de fundador de la ciencia económica.

La Escuela de Salamanca no llegó a elaborar una doctrina económica completa, pero estableció las primeras teorías económicas modernas para afrontar los nuevos problemas que habían surgido. Desgraciadamente, no hubo continuación desde finales del siglo XVII, y muchas de sus aportaciones acabaron olvidadas para ser redescubiertas décadas después.

Aunque no se ha encontrado una influencia directa, la Escuela de Salamanca se ha comparado muchas veces con la Escuela austríaca.

Antecedentes

En 1517 Francisco de Vitoria, por aquel entonces en la Sorbona, fue consultado por comerciantes españoles afincados en Amberes sobre la legitimidad moral de comerciar para incrementar la riqueza personal.

Desde un punto de vista actual se puede decir que era una consulta sobre el espíritu emprendedor. Desde entonces y durante años posteriores, Vitoria y otros teólogos prestaron atención a los asuntos económicos. Se alejaron de posiciones ya obsoletas e intentaron sustituirlas por nuevos principios extraídos de la ley natural.

El orden natural se basa en la libre circulación de personas, bienes e ideas, de manera que los hombres pueden conocerse entre sí e incrementar sus sentimientos de hermandad. Esto implicaba que los comerciantes no sólo no eran moralmente reprobables, sino que llevaban a cabo un servicio importante para el bienestar general.

Propiedad privada

Con el florecimiento de las órdenes mendicantes en el siglo XIII comenzó un movimiento que, cada vez con más fuerza, insistía en la pobreza y la hermandad de los hombres, deplorando la acumulación de riquezas en la Iglesia.

Las órdenes mendicantes consideraban la posesión de bienes y la propiedad privada como, al menos, moralmente objetables.

Frente a ellos los dominicos en general, y Tomás de Aquino en particular, defendían que la propiedad privada es, en sí, una institución humana moralmente neutra.

Los integrantes de la Escuela de Salamanca coincidieron en que la propiedad tiene el efecto beneficioso de estimular la actividad económica, y con ello el bienestar general.

Diego de Covarrubias (1512-1577) consideraba que los propietarios tenían no sólo derecho de propiedad sobre el bien sino que también, lo que es ya un rasgo moderno, tenían derecho exclusivo a los beneficios que pudieran derivarse del bien, aunque éstos pudiesen beneficiar a la comunidad. De todas maneras precisó que en momentos de gran necesidad todas las cosas son comunes.

Luis de Molina (1535-1601) la consideró una institución de efectos prácticos positivos ya que, por ejemplo, los bienes eran mejor cuidados por un dueño que si eran de propiedad comunal.

Dinero, valor y precio

Los desarrolladores más completos y metódicos de una teoría del valor fueron Martín de Azpilicueta (1493-1586) y Luis de Molina.

Interesado por el efecto de los metales preciosos que llegaban de América, Martín de Azpilcueta constató el hecho de que en los países en los que éstos eran escasos los precios de los bienes son inferiores a los países con abundancia de estos metales.

El metal precioso, como una mercancía más, tiene menos valor adquisitivo cuanto más abundante sea. Desarrolló así una teoría del valor-escasez precursora de la teoría cuantitativa del dinero, adelantándose en más de una década a Jean Bodin (1530-1596).

La teoría del valor predominante hasta aquel momento era una teoría medieval del coste de producción como precio justo. Diego de Covarrubias y Luis de Molina desarrollaron una teoría subjetiva del valor y del precio que consiste en que, puesto que la utilidad de un bien varía de persona a persona, su precio justo será el que se alcance de mutuo acuerdo en un comercio libre (sin monopolio, engaños o la intervención del gobierno).

Expresándolo en términos actuales, los integrantes de la escuela defendieron el libre mercado, donde el precio justo venía dado por la oferta y la demanda.

Interés

La usura (tal como se denominaba en aquella época a cualquier préstamo con interés) siempre había sido muy mal vista por la Iglesia.

El II Concilio de Letrán condenó que el pago de una deuda fuese mayor que el capital prestado; el Concilio de Viena (1307) prohibió explícitamente la usura y se calificó de herética cualquier legislación que la tolerase; los primeros escolásticos reprobaban el cobro de interés. En la economía medieval los préstamos eran consecuencia de la necesidad (mala cosecha, incendio en el taller) y, en dichas condiciones, no podía menos que ser moralmente reprobable el cobrar un interés por ello.

En el Renacimiento la mayor movilidad de las gentes propició un aumento del comercio y la aparición de condiciones apropiadas para que los emprendedores iniciasen negocios nuevos y lucrativos. Puesto que el préstamo ya no era para el autoconsumo sino para la producción, no podía contemplarse bajo el mismo prisma.

La Escuela de Salamanca encontraba diversas razones que justificaban el cobro de un interés.

Así, la persona que recibía el préstamo obtenía un beneficio a costa del dinero obtenido. Por otro lado el interés se podía considerar como una prima por el riesgo del prestatario a perder su dinero. También estaba la cuestión del lucro cesante, ya que el prestatario perdía la posibilidad de utilizar el dinero en otra cosa. Por último, y una de las aportaciones más originales, estaba la consideración del dinero como una mercancía por la cual se puede recibir un beneficio (que sería el interés).

Martín de Azpilcueta consideró también la influencia del tiempo. A igualdad de condiciones es preferible recibir una cantidad ahora a recibirla en el futuro. Para que ésta sea más atractiva es necesario que sea mayor. En este caso el interés supone el pago del tiempo. "