Usualmente las negrillas y subrayados son nuestros.

miércoles, junio 04, 2008

Sobre el Origen de las Curvas de Oferta y Demanda


Un estudio de importancia para la historia del pensamiento económico político en la corriente subjetiva. Rescata argumentaciones originales sobre la técnica y los conceptos en la construcción de la teoría de oferta y demanda.

Destacan en esta investigación, entre otros, los siguientes elementos:

1. Queda planteada la reflexión de si la fundamentación matemática de la teoría de la oferta y la demanda puede desarrollarse sin conocimientos del producto neto. Como sabemos la teoría del producto neto es una preocupación central de la Economía Política desde los Fisiócratas.

2. Jenkin fué a tenor de esta investigación el primero en abordar el equilibrio de mercado en coordenadas cartesianas. Se refiere que sus conocimientos de economía estaban respaldados solamente o esencialmente con la lectura de Stuart Mill, y esta formación le fué suficiente para construir sus curvas de oferta y demanda. Asimismo no conocía la teoría de la utilidad. Y fué capaz de reflexionar sobre el problema del fondo de salarios y el mercado de trabajo. Esto dice mucho de Mill, de su capacidad para inspirar la producción teórica, pero también dice mucho de la profundidad del análisis formalizado de la oferta y la demanda, que en Jenkin no necesitó de los estudios de otros economistas.

3. A nuestro juicio este trabajo da elementos para cuestionar la rigidez formal con que frecuentemente se aborda la teoría de las funciones matemáticas. Podemos inferir que Jenkin abre la posibilidad de que la variable dependiente puede convertirse en variable independiente en las fórmulas y la representación gráfica. El precio determina el comportamiento de las cantidades de demanda y oferta pero también puede suceder al revés si se sigue, como se documenta en este estudio, el razonamiento de Jenkin de colocar precios y cantidades en diferentes posiciones de absisas y ordenadas.

4. Jenkin construye su teoría para examinar el problema de los salarios y la función de los sindicatos y genera planteamientos que son usados para el estudio de las expectativas salariales.

5. El estudio de Rodríguez Braun deja datos muy importantes del proceso de construcción de la teoría de la utilidad marginal.

Se documenta cierta rivalidad por protagonismo teórico de Jevons y Marshall, quienes conociendo los trabajos de Jenkin, no los ponderaron como estudios decisivos para la constucción de sus teorías teniendo una relación original y directa. Probablemente esta falta de reconocimiento a otro autor refuerce la idea de un afán de figurar desmedido por parte de Marshall, quien, según otro estudio biográfico, no reconoció incluso el trabajo teórico de su esposa siendo que ella hizo aportes para la denominada "revolución neoclásica". Marshall tuvo un comportamiento diametralmente opuesto al de Stuart Mill, que siempre estimó explícitamente las contribuciones teóricas de su esposa.

A continuación la referencia de esta investigación de Rodríguez Braun. Lamentamos que en ella no se introduzcan las gráficas debido a problemas técnicos, pero nos parece que ello no es un gran obstáculo para comprender los planteamientos. Las negrillas y separación de algunos párrafos son nuestros para efectos de investigaciones posteriores.

Documentos de Trabajo de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales
Biblioteca de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales. UCM.


Autor: Carlos Rodríguez Braun

Título: Las curvas de oferta y demanda de Fleeming Jenkin

En:

http://www.ucm.es/BUCM/cee/doc/3-111.htm

Resumen:

La presente investigación expone algunas aportaciones analíticas de Fleeming[2] Jenkin (1833-1885), el primer británico que publicó diagramas de oferta y demanda y que los discutió explícitamente como funciones.

Jenkin es uno de esos economistas importados de otras disciplinas, cuyas contribuciones al análisis económico no constituyen condición necesaria para que accedan al podio de los pensadores ilustres. Demostración de ello son las 24 líneas que recibe en la Enciclopedia Británica, en las que la palabra economía no aparece ni una sola vez.

Según la cultura general, entonces, Jenkin fue un ingeniero especializado en electricidad.

Henry Charles Fleeming Jenkin nació cerca de Dungeness, Kent, Inglaterra, el 25 de marzo de 1833. Su padre era comandante de la marina británica y su madre una novelista.[3]

Siguiendo el itinerario familiar, estudió en Edimburgo, Francia e Italia. En 1850 se graduó como ingeniero con las máximas calificaciones en la Universidad de Génova.

Trabajó en empresas de ingeniería ferroviaria, eléctrica y de comunicaciones. Diez años después de graduarse pasó a ocupar un alto cargo en la empresa que tendía el primer cable submarino trasatlántico.

En 1859 inicia una fructífera relación con uno de los grandes físicos de la época, con cuyos intereses confluía Jenkin en cuestiones eléctricas y de cableado submarino: Sir William Thomson (1824-1907), más conocido como Lord Kelvin.

Jenkin empezó a publicar trabajos técnicos animado por Thomson, quien además impulsó su entrada en la Comisión de Normas Eléctricas de la Asociación Británica para el Progreso de la Ciencia en 1861. Fue nombrado catedrático de ingeniería en el University College de Londres en 1866 y en la Universidad de Edimburgo en 1868. Fue entonces cuando comenzó a escribir sobre economía.

Continuó su trabajo científico y en 1873 publicó su libro más famoso, Magnetismo y electricidad, traducido a varios idiomas y su labor técnica en cables submarinos y obras públicas, en especial las aguas corrientes en las grandes ciudades.

Prolífico inventor, registró 35 patentes, siendo la más conocida un transporte eléctrico que bautizó telpherage.

Murió 12 de junio de 1885, en Edimburgo.

Jenkin economista

Fleeming Jenkin merece figurar en la historia del pensamiento económico por tres artículos que publicó entre 1868 y 1872, y que prueban que este destacado ingeniero era también un economista más que respetable, aunque al parecer no conocía de esta ciencia más de lo que había leído en los Principios de John Stuart Mill.

Los tres trabajos son «Legitimidad de los sindicatos» (1868), «La representación gráfica de las leyes de oferta y demanda y su aplicación al trabajo» (1870) y «Los principios que regulan la incidencia de los impuestos» (1871-72).

El primer trabajo aborda la cuestión sindical. Jenkin comenta un informe de la Comisión Real nombrada en 1867 para estudiar el problema laboral, después de unos graves incidentes que habían tenido lugar en Sheffield. Dicha circunstancia provocó la publicación de varios estudios sobre el asunto.

Uno de ellos, el de William Thomas Thornton (1814-1880), dio lugar a un conocido episodio en la historia del pensamiento económico: la «retractación» de John Stuart Mill sobre la teoría del fondo de salarios.

Jenkin se plantea la pregunta de si pueden los sindicatos aumentar los salarios, y afronta dos respuestas negativas que se daban entonces, fundadas en la rigidez del fondo de salarios y de la oferta y la demanda de trabajo.

Su crítica al fondo de salarios pone el énfasis en una debilidad central: el fondo no es fijo.

No es evidente, entonces, que una subida salarial comporte siempre una caída en el empleo.

Un capitalista puede aceptar una baja en el tipo de beneficio para mantener la escala de producción.

Si los capitalistas obtienen sus beneficios del capital fijo, entonces preferirán aumentar el fondo de salarios, porque sus beneficios disminuirán si lo hace la producción.

En suma, el fondo de salarios y los salarios pagados no tienen una vinculación clara y automática.

Afirma Jenkin: «El argumento del fondo de salarios no nos dice nada sobre el precio posible del trabajo, porque no nos dice nada sobre cómo se determina el fondo mismo.»

Entonces ¿qué determina los salarios? Jenkin analiza la teoría de la oferta y la demanda siguiendo a Stuart Mill, pero con añadidos de interés.

Por lo pronto, distingue entre cantidades ofertadas y demandadas y disposiciones subjetivas a demandar y ofrecer; insiste en que estas dos dimensiones deben mantenerse separadas.

La igualdad de oferta y demanda es una igualdad de cantidades ofertadas y demandadas a un precio dado, pero ello puede no darse en el nivel de las disposiciones subjetivas.

Jenkin plantea las cantidades ofertadas y demandadas en términos de funciones.

Escribe la demanda así:

D = f(1/x)

donde x es el precio. Dice que la dependencia de la demanda exclusivamente del precio de la mercancía es «un supuesto que puede ser válido en cualquier día dado en el mercado».

Por su parte, la función de oferta es

S = F (x)

con lo que el precio x puede determinarse siempre que, insiste Jenkin, las cantidades demandadas y ofertadas varíen según un principio fijo y exclusivamente como respuesta a cambios en los precios.

Pero el análisis debe complicarse porque la cantidad demandada no es sólo función del precio, están los deseos de comprar y vender que obligan a cambiar las ecuaciones:

D = f(A + 1/x)

S = F(B + x)

El sistema sigue determinado si no cambian A, B, f, F . Este supuesto es razonable, argumenta Jenkin, pero sólo a corto plazo y no en todas las circunstancias.

Aunque en este artículo no hay gráficos, es claro que Jenkin discurre en términos de cambios en las funciones, al referirse a posibles modificaciones en A y B según cambien las disposiciones a vender o a comprar.

El argumento no es abstracto en absoluto y Jenkin lleva bien el agua a su molino; todo lo anterior sirve para demostrar la siguiente proposición aparentemente trivial: el precio puede cambiar sin que lo hagan las cantidades.

«Lo que se necesita para este resultado es simplemente que cuando surge una aversión a ofertar el artículo al precio antiguo, surja también una inclinación por parte de los compradores a comprar a un precio mayor.»[4]

En otras palabras: un aumento de A y B , o en términos modernos, un desplazamiento hacia la izquierda de la curva de oferta y hacia la derecha de la curva de la demanda.

Esto es una carga de profundidad contra los que sostenían que el salario venía fijado por la oferta y la demanda, y que un aumento del mismo necesariamente llevaría a un menor empleo.

¿Por qué alude Jenkin a lo que hoy se llamaría desplazamiento de las curvas y no de cambios a lo largo de las curvas? La respuesta probablemente radique en la insistencia de Jenkin en que multitud de factores subjetivos y de interrelación de oferta y demanda comportaban la falta de relación automática entre precio y cantidad, entre salarios y empleo.

Pensar en términos de una sola función es concebir que hay una sola relación posible entre ambas variables.

En el caso más extremo, el de una función de demanda con elasticidad unitaria, una hipérbola equilátera, se trataría de la versión más cruda del fondo de salarios: esto es exactamente lo que Jenkin deseaba combatir.

A juicio de Jenkin, las consecuencias de la igualación de oferta y demanda no pueden preverse, porque los motivos presentes detrás de ellas son múltiples e impredecibles.

La competencia, sostiene, equipara a la oferta y la demanda pero no fija el precio, que depende de la negociación. Aquí, por supuesto, está la puerta abierta para los sindicatos.[5]

El trabajador individual y sin ahorros está en peor posición para negociar que si se agrupa con otros compañeros. De ahí los sindicatos y la posibilidad que tienen de aumentar los salarios por su mayor poder negociador.

Jenkin cree en la bondad del mercado, pero ello no quiere decir unidad de intereses.

Al contrario, los intereses de los trabajadores son opuestos a los de los capitalistas.

Esa contradicción tiene sólo una restricción, determinada por la circunstancia de que ambas partes se necesitan mutuamente.[6]


El derecho a la libre sindicación es para Jenkin claro. Änótese que en su tiempo dicha opinión no estaba universalmente extendida todavía, ni mucho menos y es equivalente al derecho de los empresarios para hacer lo propio.[7]

Cierto es que un aumento desorbitado de los salarios drena competitividad, pero Jenkin prefiere que el tema lo traten los sindicatos con los empresarios en el marco del interés que tienen en común: mantener el sistema.

Sin embargo, ese derecho tiene límites, trazados por la necesidad de que los sindicatos respeten el interés de la comunidad, y no el de un grupo. Otro tanto ocurre con las empresas.

El primer límite que impone Jenkin a los sindicatos tiene que ver con una preocupación que está presente en casi todos sus escritos: el orden y la estabilidad. Se declara contrario a que los sindicatos puedan modificar el mercado de trabajo súbitamente: «La ley no debería autorizar a que todos los funcionarios del ferrocarril en Londres proclamen que mañana no trabajarán.»[8]

Otra característica que rechaza Jenkin son los acuerdos entre empresarios y sindicatos que dañen a una tercera parte. Esta perspectiva ilumina la ingenuidad de Jenkin: el creer que los agentes no van a utilizar un poder si se les otorga y les beneficia y la diferencia entre la negociación empresa/sindicato en el período clásico y en los tiempos modernos, cuando la incorporación del Estado como tercer «concertador» permite, precisamente, toda clase de efectos de las negociaciones «sociales» sobre terceras partes.

Reconoce Jenkin que en la práctica los sindicatos han estado asociados a episodios de violencia, que condena, pero al mismo tiempo afirma que la mayoría de los sindicatos son pacíficos, honestos, democráticos y útiles para sus afiliados, que por eso los mantienen.[9]

El segundo trabajo, de 1870, referido a la representación gráfica de la oferta y la demanda, será analizado en un apartado específico después.

El tercer trabajo, que trata de la incidencia de los impuestos, es el más conocido, especialmente en el mundo hispanohablante, puesto que ha sido incluido en el volumen de ensayos sobre economía impositiva compilado por Musgrave y Shoup, y traducido al castellano.[10] Jenkin presenta en este trabajo la noción de excedente del consumidor y del productor, anticipándose a Marshall.

Para terminar este apartado, hay dos manuscritos de Jenkin, publicados póstumamente, que completan su labor en el campo económico.

Uno de ellos, fechado en 1879-81, lleva por título «El sistema de tiempo-trabajo, o cómo evitar los males producidos por las huelgas»; Jenkin continúa con la preocupación por la estabilidad del mercado de trabajo.

En los demás mercados el precio que iguala a oferta y demanda es alcanzado tras varias aproximaciones, en un «proceso tentativo». El público acepta el resultado final, pero no si alguna de las partes se organiza para influir en el precio, que es lo que ocurre en el mercado laboral, que fuerza la equiparación de los niveles salariales: «Es como si una persona comprase mil huevos a seis peniques la docena y, cuando quisiese comprar cien más no pudiese ofrecer siete peniques sin ir a todos los antiguos vendedores y pagarles la diferencia.»[11]

Dada esa circunstancia, Jenkin propone un mecanismo para equilibrar oferta y demanda de trabajo, en la línea del tentative process que tiene lugar en los otros mercados.

La idea consiste en prolongar el plazo de los contratos, de una semana a un año. Si la demanda de trabajo aumenta, el empresario eleva los salarios, pero sólo de los nuevos contratados. Así, su nómina crecerá paulatinamente, a medida que venzan los contratos antiguos. Los sindicatos aceptarán el sistema, confía Jenkin, porque maximiza el empleo, al permitir averiguar el salario que vacía el mercado. Los trabajadores tolerarán salarios distintos porque verían que la remuneración depende claramente del nivel de la actividad económica y comprobarían que, con un cierto retardo, todos se benefician con su incremento.

Es verdad que el mayor plazo de los contratos puede ocasionar perjuicios a los trabajadores y los empresarios. La solución de Jenkin es que los contratos no sean personales sino por trabajo durante un tiempo, el time-labour system. El empleado podrá abandonar su puesto de trabajo siempre que encuentre un sustituto, algo que no sería difícil en operaciones mecánicas simples.

El empresario puede despedir al trabajador, pero está obligado a reemplazarlo inmediatamente por otro.

Se evitarían así, afirma Jenkin, los daños por huelgas o cierres patronales. Los salarios subirían y bajarían con la actividad, y el empleo sería siempre el máximo posible.

Por fin, existe un curioso manuscrito de 1884, un año antes de su muerte, titulado «¿Es el beneficio de un hombre la pérdida de otro?». Aquí se ve a este ingeniero-economista, amigo indudable de la clase obrera y los sindicatos, defender al comercio y al mercado, porque ambos aseguran que la producción se ajusta a las necesidades del público.

Pone un ejemplo de una comunidad muy primitiva que habita una isla remota. No hay opresión ni injusticia y la tierra sobra. Pero baja la demanda de un producto y quienes lo fabrican se empobrecen hasta que descubren que pueden elaborar un producto que sí tiene demanda y vuelven a salir adelante.

El problema es, entonces, como en el caso anterior, descubrir los cambios en la demanda y cambiar la oferta; para eso sirve el comercio: «La mayor parte de los pobres lo son porque están produciendo las cosas equivocadas.»[12]

La pobreza, por lo tanto, no depende del comercio sino de que las personas necesitan consumir. La producción enriquece, arguye Jenkin, y el consumo empobrece.

La pobreza «es la hija no deseada de esa necesidad física que Sir William Thomson llama la disipación de la energía».[13]

Y el comercio aumenta la riqueza porque permite obtener lo que se desea al entregar lo que se desea menos.

Las curvas de oferta y demanda

El análisis de Jenkin se resume en tres leyes de la oferta y la demanda, que guardan interesantes paralelismos con los periodos explícitamente detallados por Marshall e implícitamente presentes en la economía clásica.

La primera ley sostiene que el precio de mercado es aquel en donde se cruzan las curvas de oferta y demanda.

La segunda ley afirma que si la oferta total aumenta el precio cae, y si la demanda total o «fondo de compra» aumenta, el precio sube.

Y según la tercera ley, el precio a largo plazo de los artículos manufacturados depende fundamentalmente del coste de producción, mientras que la cantidad producida depende fundamentalmente de la demanda.


Primera ley

Los gráficos de oferta y demanda que Fleeming Jenkin pintó en 1870 se basan en un análisis geométrico de equilibrio parcial. Jenkin sigue la convención matemática usual que cambiaría a partir de Marshall de asignar a la variable dependiente el eje de ordenadas y a la variable independiente el eje de abcisas.

Aunque algunos historiadores han sugerido que Jenkin maneja las curvas al estilo de Marshall[14], es más correcto afirmar que su enfoque es del tipo de Walras. Las curvas de Jenkin, en efecto, indican cantidades que los agentes están dispuestos a vender y comprar a cada precio, y el equilibrio se alcanza mediante variaciones en el precio.

Ese equilibrio se produce cuando las curvas se cruzan; teóricamente, porque en la realidad las curvas son desconocidas y se van descubriendo a través de la competencia. Hay más elementos walrasianos, que apuntan al proceso tentativo al que Jenkin se había referido en el artículo sobre los sindicatos:

«Si cada persona declarase por escrito de antemano exactamente cuánto venderá o comprará a cada precio, entonces el precio de mercado se determinaría de inmediato y las transacciones se acordarían allí y entonces. En la práctica, el precio al que se venderá cada cuartal será una mera aproximación tentativa al precio teórico.»[15]

Jenkin no desarrolla las condiciones de estabilidad del equilibrio, pero los casos que discute no son de inestabilidad: la primera derivada de sus funciones de demanda no es positiva y la de sus funciones de oferta no es negativa.

La primera ley de la oferta y la demanda es que el precio de mercado viene dado por el punto de cruce de las dos curvas. Jenkin dibuja este resultado en su Figura 1 que debería bastar para poner en cuarentena la expresión habitual que se refiere a las curvas de oferta y demanda «marshallianas».

(...)

Es sabido que hubo geometría de la oferta y la demanda antes que Marshall: el primero que dibujó esas curvas fue el matemático y economista francés Antoine Augustin Cournot (1801-1877), en sus Recherches sur les principes mathématiques de la théorie des richesses de 1838; pero el tratamiento gráfico de Jenkin se parecía más al que después publicaría Marshall que el de Cournot. Asimismo, para mayor mérito de Jenkin, no conoció la obra de sus predecesores.[16]

Digresión sobre la utilidad

Lo expuesto hasta aquí plantea inevitablemente la cuestión de la subjetividad del valor y por lo tanto de la utilidad.

En el artículo sobre los sindicatos Jenkin, que sigue a Stuart Mill, apunta que oferta y demanda sólo son inteligibles en términos de cantidades, pero que existe también una dimensión subjetiva particularmente en el caso de la demanda[17] que se debe distinguir de la otra, porque es impredecible. Pero inmediatamente subraya: «Estas dos ecuaciones, la primera entre dos cantidades y la segunda entre dos valores, son verdaderas ambas, y una puede ser deducida de la otra.»[18]

Jenkin no explora esta eventual deducción porque no cree que pueda decirse nada de lo subjetivo. En varias ocasiones Jenkin subraya la importancia de dicha dimensión subjetiva del valor[19] para prevenir ante las conclusiones demasiado rígidas y apresuradas del análisis de la oferta y la demanda.

No sorprenderá ver a Jenkin recelar de la importancia práctica de la utilidad.

Brownlie y Lloyd Prichard han destacado que la relación inversa entre cantidad y precio de la ecuación

D = f(A + 1/x)

implica la noción de utilidad marginal decreciente S. Uemiya también subraya este punto pero Jenkin no dice ni una palabra al respecto.

La expresión «utilidad» es empleada en una oportunidad y con gran cautela: «La demanda en la mente de los compradores se corresponde con la utilidad que a su juicio tiene el artículo; y las causas que confluyen para formar esa opinión son demasiado numerosas como para admitir una clasificación.»[20]

En última instancia será la competencia la que revele el precio de equilibrio, aunque los cambios en la apreciación de los bienes podrán modificar los estímulos para la producción, más allá del corto plazo[21] pero entonces la oferta y la demanda no cuentan a la hora de hallar el precio, como se verá.

En el artículo de la incidencia impositiva, que ya es de 1871 y permitió a Jenkin conocer la Theory de Jevons, criticará la noción de utilidad de éste porque «en la práctica su medición es imposible».

Esta ausencia en última instancia de la utilidad en la explicación del valor deja a Jenkin atrás de sus contemporáneos Jevons, Menger y Walras, y lo excluye de la escuela de la utilidad marginal.[22]

Segunda ley

La dimensión subjetiva del valor, o mejor dicho su caeteris paribus, permite a Jenkin acotar la validez de la primera ley de la oferta y la demanda: «La ley mencionada supone que cada persona conoce su mente, es decir, sabe cuántos bienes comprará o venderá en ese momento y lugar a cada precio, y supone también que sus opiniones no varían.»[23] Jenkin afirma que si esto se cumple el precio de mercado no varía durante el proceso tentativo que culmina en su descubrimiento.

En la práctica, reconoce Jenkin, las mentes no se quedan quietas ni cinco minutos, por lo que las curvas podrán cambiar dentro de dos límites, impuestos por lo que llama «oferta total» o cantidad total disponible y «fondo de compra» o cantidad de dinero que los agentes disponen para comprar.

El paso siguiente es suponer constante a una de dichas magnitudes y aumentar la otra. Jenkin dibuja como resultado sus Figuras 5 y 6 que representan la segunda ley de la oferta y la demanda: si la oferta total aumenta, los precios bajan, y si el fondo de compra aumenta, los precios suben.

(...)

Jenkin toma la precaución de distinguir entre esta ley y la primera, porque esas dos ideas «no son leyes en un sentido estricto sino que expresan un grado de probabilidad, que variará inmensamente según los casos y los bienes.»[24]

El que se trate de movimientos probables pero no seguros sugiere el propósito de Jenkin, al que dedicará el resto del artículo: en la realidad los mercados no funcionan tal y como sus primeros gráficos los pintan, y en particular el mercado de trabajo.

Presenta entonces varios gráficos de mercados no competitivos, siguiendo a W.T.Thornton.[25]

Así, afirma que puede haber competencia entre compradores pero no entre vendedores, puede no haber un precio de equilibrio o haber varios.

Los gráficos tienen trazados interesantes, como su Figura 9 que pinta una oferta infinitamente inelástica y una demanda superpuesta en un tramo, lo que da como resultado un segmento de precios de equilibrio.

(...)

Jenkin concluye que la primera ley de la oferta y la demanda indica que el precio de equilibrio será el de la intersección de las curvas, pero no determina cómo serán esas curvas. Y debe recordarse que tanto la primera ley como la segunda suponen que los individuos perciben la brecha entre las curvas a cada precio: «La primera y segunda ley de la demanda y la oferta no pueden afectar a aquellos casos en los que los compradores y los vendedores no pueden estimar la relación entre la demanda a un precio y la oferta a un precio.»
Es destacable que Jenkin apunte que uno de esos casos es el del monopolio bilateral, el tema por el que Francis Ysidro Edgeworth (1845­1926) criticará a Jevons en 1881: «En transacciones simples entre una persona y otra por un objeto...no se pueden trazar ni la curva de demanda ni la de oferta: el precio es aquél al que el comprador pueda persuadir al vendedor para que le entregue el artículo.»[26]

Tercera ley

Jenkin va cerrando las puertas a la utilización de la oferta y la demanda. No sólo existen las situaciones no competitivas, en las que no hay posibilidad de trazar curvas normales, sino que además tanto el precio en la primera ley como los cambios en el precio en la segunda ley dependen de «estados mentales» de compradores y vendedores. Las curvas, entonces, pueden desplazarse considerablemente y ninguna de las dos leyes es capaz de indicar cuál será el precio de largo plazo.

Jenkin presenta a continuación su tercera ley, integrada también como las anteriores en la doctrina de Stuart Mill y en la tradición clásica: «A largo plazo, el precio del artículo manufacturado resulta determinado fundamentalmente por su coste de producción, y la cantidad manufacturada resulta fundamentalmente determinada por la demanda a ese precio.»[27]

De esta manera, Jenkin expresa gráficamente la noción marshalliana de equilibrio a corto y largo plazo.
Una diferencia esencial entre el largo plazo y el corto es que las curvas de oferta y demanda medias a largo plazo sí pueden ser dibujadas con base empírica, aprovechando las estadísticas históricas de ventas y de costes. Ahora el eje de ordenadas de Jenkin refleja cantidades históricas medias. No obstante, esas estadísticas permitirán trazar curvas sólo aproximadas, y no existe una ley para todos los bienes.
En general, afirma Jenkin, las curvas de demanda tenderán a ser horizontales (o sea, con ejes al estilo moderno, inelásticas) y las de oferta tenderán a ser verticales (o sea, elásticas), pero puede haber casos particulares donde la curvas tengan una elasticidad ampliamente diferente, sean cóncavas o convexas, perfectamente horizontales o verticales, etc.
Ilustra así su tercera ley en su Figura 12 con dos curvas de oferta, según que el trabajo, el capital y las materias primas sean «limitados» o «casi ilimitados».

(...)

En cada momento hay desviaciones de la curva de oferta media (coste de producción) por acción de las leyes primera y segunda. Entran en acción las estimaciones de los productores sobre la posición de la demanda, las expectativas sobre la posición futura de la demanda y las diferentes apreciaciones de los agentes sobre cuál debe ser su remuneración.

En suma, Jenkin toma sus «leyes» en todo caso con las pinzas de la probabilidad y la incertidumbre:

«El valor de todas las cosas depende de fenómenos mentales y no de leyes referidas a meras cantidades de objetos».[28]



Mercado de trabajo

La exposición precedente permite conjeturar ya cuál va a ser la argumentación de Jenkin cuando traslade el análisis de la oferta y la demanda al mercado de trabajo. El salario es el precio en ese mercado, sujeto por tanto a las leyes de la oferta y la demanda, pero Jenkin añade: «Esta obviedad es frecuentemente interpretada como si ningún esfuerzo por parte de los empresarios pudiese rebajar los salarios y ninguna acción por parte de los trabajadores pudiese aumentarlos; se supone que el precio del trabajo está fijado por una ley natural.»[29]

Como no hay curvas de demanda fijas, puesto que dependen de «estados mentales», la solución adecuada es dejar a los sindicatos libres y confiar en su propio interés, porque Jenkin reconoce que más allá de un cierto límite el poder negociador para subir los salarios conspirará contra el aumento del empleo. Ahora bien, aparte de la capacidad sindical para elevar los salarios ¿qué se puede afirmar sobre la determinación salarial? Como era de esperar, muy poco: «La primera ley de la demanda y la oferta no es ninguna ayuda, porque su validez requiere que las mentes de las personas estén determinadas de antemano; la segunda ley, si es aplicada al trabajo, nos conduce a la doctrina malthusiana y, si no es bien interpretada, a la equivocada teoría del fondo de salarios.»[30]

Jenkin advierte con respecto a la doctrina malthusiana que no hay forma de saber a priori cuál es la proporción óptima entre población y recursos, ni entre aumento de la población y aumento de la riqueza. El efecto sobre los salarios de un aumento de la población depende de la segunda ley, que sugiere sólo el movimiento probable de los precios. Para conocer el nivel salarial hay que recurrir, como en los demás bienes, a la tercera ley. Pero ¿cuál es el coste de producción del trabajo? Su manutención pero, nuevamente, ese coste no es fijo.

Si un trabajador cuenta con reservas proporcionadas por su sindicato para negociar con su empleador, pedirá más dinero: su coste de producción habrá aumentado.

Si el trabajador aspira a un mayor nivel de vida ello automáticamente significa un mayor coste de producción: «El coste de producción del trabajo determina los salarios, pero ese coste a su vez es determinado por las expectativas de las personas sobre su nivel de vida.»[31]

La conclusión es pues similar a la general sobre los precios.

Aunque parezca extraño, son los trabajadores los que determinan sus salarios, es decir, el coste de producción determina el precio.

Ahora bien, la otra conclusión también vale: el vendedor determina el precio, pero el comprador determina la cantidad.

Así, es el capital el que determina cuántos trabajadores se emplearán a cada tipo de salario. De ahí la importancia de la sabiduría sindical.

Se puede siempre plantear la crítica de que las excepciones a la competencia no invalidan sus principios generales. Todas las excepciones, las curvas discontinuas, el poder de negociación, las expectativas, no hacen más que matizar un análisis que sigue siendo válido, como reconoció John Stuart Mill en 1869.[32]

Impuestos

En su artículo sobre los impuestos, publicado en las Actas de la Sociedad Real de Edimburgo de 1871-72, Jenkin dibuja curvas de oferta y demanda para analizar la incidencia tributaria.

Como ya se ha dicho, Jenkin conocía la Theory de Jevons cuando escribió este artículo.

Menciona al libro por haber presentado una versión algebraica «mucho más compleja» de la oferta y la demanda.

Jenkin estima que el planteamiento algebraico no proporciona muchas ventajas, porque es inconcebible que en la práctica las funciones resulten sencillas o manejables, mientras que por el contrario una simple observación histórica permite dibujar experimentalmente las curvas con una aceptable aproximación.[33]

Para Jenkin no es razonable suponer que los agentes son «una sola mente» dispuesta a efectuar transacciones sólo a un precio.

En la realidad, en un mercado suficientemente grande:

«siempre hay unos pocos oferentes dispuestos a vender sólo si el precio resulta muy superior al de mercado: ellos esperan que los precios suban. Otros pretenden vender al precio de mercado, pero nunca a un precio menor; y otros, los oferentes débiles, esperan que los precios caigan y a ellos se les puede empujar para que vendan por debajo del precio de mercado... Análogamente, hay unos pocos demandantes a los que se puede obligar a que compren por encima del precio de mercado; otros comprarán justo a ese precio, y otros sólo comprarán por debajo de ese precio.»[34]

Jenkin traslada esta noción a un gráfico y presenta los excedentes del consumidor y del productor como las áreas situadas respectivamente entre la línea del precio de equilibrio y las curvas de la demanda y la oferta. Declara que su análisis es novedoso, lo que sólo es parcialmente correcto, porque Dupuit había expuesto la idea del excedente del consumidor en 1844.

La clave, afirma acertadamente Jenkin, está en la pendiente de las curvas. Si la oferta tiene una pendiente muy pronunciada y la demanda no, ganan relativamente más los compradores, y si es al revés, los vendedores Ärecuérdese que, como también ocurre con los gráficos de Cournot y Dupuit, las abscisas y las ordenadas reflejan respectivamente precios y cantidades, al revés de lo que haría Marshall y la ciencia económica posterior, y ya había hecho Karl Heinrich Rau (1792­1870) en 1841.

Aparte de que Jenkin destaca que esas ganancias varían según la actividad de que se trate, puede subrayarse su comentario distinguiendo entre salario y ganancia del trabajador: «La ganancia del trabajador puede estimarse como la diferencia entre el salario que recibe y aquel salario que apenas es capaz de impulsarlo a trabajar.»[35]

Cournot, el pionero en el análisis matemático de la incidencia impositiva, detectó que la clave estaba en la elasticidad relativa. Jenkin también lo percibió. La proporción en que el impuesto recae sobre compradores y vendedores «es simplemente la relación entre la disminución del precio para los vendedores y el aumento del precio para los compradores.»[36]

Jenkin aplica este análisis al caso del comercio entre dos países, igual que había hecho analíticamente Stuart Mill y haría geométricamente Marshall, y concluye que lo mejor es el libre cambio unilateral, porque la pérdida de bienestar para las partes es mayor que los aranceles que pagan, porque cualquier impuesto comporta una cierta pérdida del excedente del consumidor y del productor; apunta también, pero no demuestra formalmente, que existe un arancel o gravamen que maximiza la recaudación.[37]

Jenkin y Jevons y Marshall

Varios aspectos de la obra de Jenkin atrajeron la atención de Edgeworth: el método matemático y geométrico; la descripción de la oferta y la demanda como funciones, en línea con el análisis de Cournot; el énfasis en los procesos mentales (pero recuérdese que Jenkin no desarrolla la noción de utilidad); el excedente del consumidor; y en especial, como se destacó antes, la importancia de la capacidad de negociación en la determinación del precio, en especial en un mercado de competencia característicamente no perfecta, como el mercado de trabajo.[38]

No obstante, el pensamiento económico de Jenkin no iba a tener ni de lejos el reconocimiento que merecieron sus trabajos en otros campos. Hay otros muchos casos, por supuesto, de obras de importancia analítica y que pasaron prácticamente desapercibidas en el momento de su publicación, como las Recherches de Cournot o el Entwickelung publicado en 1854 por Hermann Heinrich Gossen (1810­1858). Jenkin, además, no era un economista, aspecto que tiene una importancia creciente en el siglo XIX.[39] Pero a Jenkin lo distingue el trato poco generoso que le dispensaron William Stanley Jevons y Alfred Marshall.

Jevons conocía la obra de Jenkin y sentía por ella y por su autor un considerable respeto. En septiembre de 1874 le escribe a Walras, para agradecerle el ejemplar de los Elementos que le había enviado «una obra altamente científica y original», aunque le aclara que no cree que atraiga el interés de más de media docena de expertos en todo el mundo: uno de los nombres que da es el de Fleeming Jenkin.[40]

Herbert Stanley Jevons, hijo del economista, reveló que el artículo de Jenkin de 1870 fue el responsable de que Jevons se apresurara a concluir y publicar su Theory of political economy, lo que ocurrió en octubre del año siguiente: «Según una de las notas manuscritas de mi padre, la publicación pudo haber sido demorada hasta mucho después de 1871, de no haber sido por la aparición en 1868 y 1870 de los artículos del Profesor Fleeming Jenkin».[41]

Jevons no deseaba ser anticipado por Jenkin, con quien había mantenido relación epistolar a raíz del artículo sobre los sindicatos de 1868, que Jenkin le remitió en forma manuscrita. Por desgracia, no se han conservado las cartas enviadas por Jevons, pero sí tres que le escribió Jenkin en marzo de ese año, que incluyen unos gráficos muy notables, de exactamente la misma factura que el célebre que Jevons pintó en el capítulo IV de su Theory para ilustrar el intercambio. Es posible que Jevons ya estuviera pensando en un gráfico de esas características dos curvas de utilidad superpuestas pero no hay forma de probarlo. Jenkin insiste en las dificultades de medición de la utilidad y en la indeterminación del precio en el monopolio bilateral.[42]

El recelo de Jevons ante la omisión de su nombre en el artículo de Jenkin sobre las leyes de la oferta y la demanda puede explicar el virtualmente nulo reconocimiento de éste en la Theory. Su nombre no aparece cuando habla Jevons sobre W.T.Thornton[43]; lo menciona en el prólogo a la segunda edición como uno de los pocos «que se aventura en la ingrata cuestión de la ciencia matemático­económica»[44], y Jevons declara que su deuda mayor es con Lardner, a quien atribuye incorrectamente la ilustración gráfica de las leyes de la oferta y la demanda.[45]

Jevons no dibujó curvas de oferta y demanda,[46] aunque sí afirmó igual que Jenkin que se podían derivar a partir de las funciones de utilidad. Admitió la validez del análisis de Jenkin pero insistió en que él ya empleaba curvas intersecantes para ilustrar el precio de mercado en sus lecciones antes de 1870. No hay prueba alguna para esta reivindicación, como tampoco la habrá en el caso de Marshall.[47]

La lectura de los Principios de Economía de Alfred Marshall, en su edición definitiva de 1920 da la pauta del reconocimiento que dispensaba el gran economista inglés a sus predecesores. Hay sólo una mención a Jenkin, en la nota final del capítulo 13 del libro 5. Marshall se limita a apuntar que su método es similar al de Dupuit y Jenkin, a quien cita mal y fecha en 1871. Pese al notable parecido de sus análisis, no hay una sola mención a Jenkin cuando Marshall estudia la incidencia de los impuestos y el excedente del consumidor y del productor; ni tampoco en el Apéndice J sobre la doctrina del fondo de salarios. Los antecedentes de Marshall, tal cual queda consignado en el prólogo a la primera edición del libro, de 1890, son pocos: Cournot y Johann Heinrich von Thünen (1783­1850) Älejanos y, nótese, no británicos.[48]

La edición variorum de los Principios arroja alguna luz sobre este inadecuado reconocimiento de Jenkin por Marshall. Por lo pronto, en la primera edición, la nota mencionada en el párrafo anterior no incluye a Dupuit. Guillebaud, el editor, comenta que entre los papeles de Marshall hay una hoja, en la tercera edición del libro, de 1895, correspondiente a dicha nota, en la que Marshall dejó manuscritas estas líneas: «Las curvas de Fleeming Jenkin tienen una forma peculiar, y no se parecen a nada que yo conozca, a excepción de las que Rau añadió como apéndice a las primeras ediciones de su Volkswirtshatfslehre.»

Marshall alega que conoció la obra de Rau antes de ver el trabajo de Jenkin (que cita bien), y aún antes había leído a Cournot y von Thünen. La nota termina así:

«La sustancia de las curvas de este capítulo ya estaba en mis lecciones de 1870, o antes: las curvas relativas al monopolio corresponden a una etapa muy posterior de mi trabajo, y fueron presentadas ante la Sociedad Filosófica de Cambridge en 1873. Él [Jenkin] no conoció mi obra, así como yo no supe del artículo que leyó en la Sociedad de Edimburgo [el de los impuestos] hasta muchos años después. Por fin él oyó hablar de mi trabajo y me envió un ejemplar de sus escritos.»[49]

Se observa, por tanto, que Marshall sabía muy bien quién era Jenkin, y en las ediciones anteriores de los Principios fue capaz de mencionarlo y hay testimonios de que estaba lo suficientemente familiarizado con sus escritos como para citarlos correctamente. No obstante, en ningún caso reconoce anticipación alguna. Además, esta nota no menciona al excedente del consumidor.

El primer trabajo publicado por Marshall fue la recensión de la Theory de Jevons, en abril de 1872. Marshall tenía treinta años de edad. En esa reseña, aparte de Jevons, Marshall cita a un sólo economista contemporáneo: Fleeming Jenkin. Característicamente, disputa Marshall la utilidad del método matemático. Se inclina por utilizar palabras que todos puedan entender y prefiere «el lenguaje de los diagramas o, como ha sido llamado por el Profesor Fleeming Jenkin, la representación gráfica.» [50]

La importancia que Marshall asigna a Jenkin era, entonces, indisputable. Y recuérdese el consejo que le dio aquél a Jevons: el libro habría mejorado sin las matemáticas y con los diagramas.

Con el paso del tiempo la generosidad de Marshall disminuyó. En 1908 le escribe a John Bates Clark (1847­1938) que se ha vuelto «insensible»: se limita a hacer referencias en notas al pie de página, pero no admite deudas: «Soy consciente de que algunos pensarán que implícitamente reconozco deudas. Ejemplos de éstas son Francis Walker [1840­1897] y Fleeming Jenkin.»[51]

En los años cruciales, en torno a 1870, Alfred Marshall no publica nada. Hubo sin embargo varios manuscritos, borradores de eventuales publicaciones, que leyeron sus alumnos y colegas más aventajados: Herbert Somerton Foxwell (1849­1936), (el después Sir) Henry Hardinge Cunynghame (1848­1935) y John Neville Keynes (1852­1949). Ellos apoyaron las reivindicaciones del maestro. En la biografía que escribió sobre él, John Maynard Keynes (1883­1946) descarta toda posible anticipación de nadie a Marshall.[52]

Marshall insiste en que la base de su teoría ya estaba terminada antes de la Theory de Jevons, o sea, antes de 1871, y que había trabajado sobre la productividad marginal en 1869 y sobre la cuasi­renta en 1868. Le escribió a León Walras en 1883, diciéndole que había enseñado la teoría de la utilidad marginal en Cambridge antes de la Theory y que, siguiendo a Cournot, había ido más allá que Jevons. En lo referido al excedente del consumidor, le escribe a E.R.A. Seligman (1861­1939) en 1896: «mis deudas son con Cournot, no con Fleeming Jenkin ni con Dupuit.»[53]

Whitaker, el responsable de la edición de los escritos económicos tempranos de Marshall, cree que la influencia de Jenkin sobre éste fue imperceptible. Quizás haya sido así, pero no está claro que Jenkin no se le haya anticipado. Este es el punto en cuestión: no que Marshall haya copiado a Jenkin sino que arribó a un análisis similar después.

Es perfectamente posible que obtuviesen sus conclusiones de forma independiente.[54] Después de todo, ambos tenían formación matemática y estaban aplicándola al texto básico de economía de entonces, los Principios de Stuart Mill. La formulación simétrica de oferta y demanda es un descubrimiento lógico, como apunta Whitaker, para quien estuviese desarrollando el pensamiento de Mill. El propio Mill se acerca a la solución en su reseña de Thornton de 1869, pero Jenkin, como se vio antes, había planteado la solución formalmente correcta en 1868.[55]

1868 es una fecha importante para esta cuestión, porque es el año en que Marshall declaró haber leído a Cournot. Y hay que recordar que, al parecer, Jenkin no había leído más que a Stuart Mill hasta 1870. No conocía a Cournot y no tenía en principio por qué estar al tanto de los artículos de Dupuit, puesto que sus intereses en el campo de la ingeniería iban por otros derroteros que los que habían preocupado a los ingenieros­economistas de la Escuela de Puentes y Caminos de París en la década de 1840 Ämás extraño, quizás, es que no citara a D.Lardner.

Las lecciones de Marshall nos brindan otro testimonio interesante, en una carta que Foxwell escribe a Maynard Keynes en abril de 1925:

«Lo leí [al artículo de Jenkin] en las vacaciones de Semana Santa de 1870, en la época en que asistía a las clases de Marshall sobre economía diagramática, y se lo mostré. Nunca olvidaré su expresión de disgusto mientras hojeaba el artículo. Es que no había nada en Cournot que se aproximase tanto al enfoque general de Marshall sobre la teoría del valor, y en particular a su presentación de la ecuación de oferta y demanda.»[56]

Hay razones para conjeturar, entonces, que la importancia de Jenkin para Marshall fue mayor que la reflejada en los Principios. Pero falta la prueba de que Marshall se le había anticipado independientemente. Su propio testimonio y el de sus alumnos así lo sugiere. A Marshall le disgusta ver el artículo de Jenkin e insiste en que no le aportó nada que no supiera Äen ambos puntos coincide con Jevons. Ello no es imposible, pero su anticipación a Jenkin no se puede apoyar en nada que no sea meramente testimonial.[57]

Conclusión

Fleeming Jenkin fue un economista notable, que con su bagaje de conocimientos de ingeniería fue capaz de un interesante trabajo científico en economía. Entre sus avances destacan el análisis de la oferta y la demanda como funciones, los mercados imperfectamente competitivos, y el excedente del consumidor y del productor.

Vistos sus logros, la indiferencia con que fue tratado por sus contemporáneos con la excepción de Edgeworth carece de justificación. Es verdad que Jenkin fue un outsider de la economía, que empezaba entonces a institucionalizarse como profesión. Pero es más probable que la indiferencia proviniese de la desconsiderada actitud que tuvieron hacia él Jevons y Marshall. Ambos devaluaron marcadamente sus aportaciones e insistieron en que habían trabajado independientemente de Jenkin y en que le habían precedido en todo lo que importaba. Adoptaron esta última actitud con tanto entusiasmo como pocas pruebas.

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[1] Notas


. Este trabajo deriva de la primera parte del proyecto de investigación que presenté en las oposiciones a cátedra en la Universidad Complutense en abril de 1994. Agradezco los comentarios de los miembros del tribunal, y también los que me formularon con anterioridad Fernando Méndez Ibisate y los asistentes al seminario de la Universidad Complutense sobre los cien años de los Principios de Marshall, y con posterioridad los integrantes del seminario de Historia Económica de la Universidad Carlos III.


[2]. El nombre debe pronunciarse «fleming» y no «fliming». Stevenson (1887), p.21.


[3]. Detalles sobre la vida de Jenkin en Brownlie y Loyd Prichard (1963). Para una extensa y notable biografía véase Stevenson (1887). Fue muy afortunado Jenkin al contar entre sus alumnos y admiradores al autor de La isla del tesoro, que además provenía de una familia de ingenieros y sentía por esa profesión una admiración que contrasta con el recelo frente a la ciencia que rezuma El extraño caso del Dr. Jekyll y el Sr. Hyde.


[4]. Jenkin (1887), pp. 13, 17n, 18, 18n, 19n.



[5]. Ibíd., pp. 18, 22. Una balanza, subraya Jenkin en bella metáfora, no fija el peso: lo descubre.


[6]. Ibíd., p. 28.


[7]. La asimetría entre ambos derechos ya había sido señalada por Adam Smith (1776), I.viii.11­13 y I.x.c.61. Los economistas clásicos fueron en general simpatizantes de los sindicatos, a pesar de los rasgos violentos de las asociaciones de trabajadores. Esta actitud de respaldo a los sindicatos se mantuvo después, con Alfred Marshall. Cf. O'Brien (1989), pp. 394­6 y Petridis (1973), p. 167. Véase también Groenewegen (1994). Una interesante crítica a esta actitud de los economistas en Hutt (1936).


[8]. Jenkin (1887), p. 35.


[9]. Ibíd., pp. 37, 56, 74. Una visión análogamente simpatizante con los sindicatos, referida también a la Comisión parlamentaria, en Ludlow y Jones (1867).


[10]. Jenkin (1871­72), pp. 250­64.


[11]. Jenkin (1887), pp. 125­6.


[12]. Ibíd., pp. 148.


[13]. Ibíd., pp. 141.


[14]. Brownlie y Lloyd Prichard (1963), pp. 208ss.


[15]. Jenkin (1887), p. 79.


[16]. Humphrey (1992), p. 21. Agradezco al profesor Fernando Méndez Ibisate por haber llamado mi atención hacia este artículo.


[17]. Jenkin (1887), p.15. Según Jenkin, oferta es una expresión que se emplea «casi siempre» para referirse a una cantidad presentada a la venta. No obstante, también se la puede considerar como disposición subjetiva a vender; cf. Brownlie y Prichard (1963), pp. 208­9.


[18]. Jenkin (1887), p. 16.


[19]. Ibíd., pp. 87, 88, 93, 95. En el manuscrito «¿Es el beneficio de un hombre la pérdida de otro?», vuelve a destacar la subjetividad del valor: «es sólo el pensamiento lo que causa el valor de las cosas», p. 141.


[20]. Brownlie y Pritchard (1963), p. 209; Jenkin (1887), p. 98; Uemiya (1981), p. 177.

[21]. Jenkin (1887), pp. 98-99.

[22]. Ibíd., pp. 109-110. Howey (1989), pp. 22, 86.

[23]. Jenkin (1887), p. 78.

[24]. Ibíd., p. 81.

[25]. William Thomas Thornton publicó en 1869 On labour, donde critica la idea del fondo de salarios fijo e insiste en que los salarios son determinados sólo por la negociación.

John Stuart Mill, compañero de trabajo de Thornton en la Compañía Inglesa de las Indias Orientales, se «retractó» dramáticamente en 1869, en un artículo sobre On labour titulado «Thornton on labour and its claims».

Parece que no fueron las críticas de Thornton sobre las leyes de la oferta y la demanda las que impresionaron a Mill sino las posibilidades que se abrían ante los sindicatos con la ausencia de un fondo de salarios fijo.

Es posible que haya sido Mill quien influyó sobre Jenkin en este artículo publicado un año más tarde.

Jenkin, no obstante, insiste en que él había demostrado la falacia del fondo de salarios en su trabajo de 1868, «y la misma argumentación, empleada posteriormente por el Sr. Thornton, ha sido reconocida como acertada por el Sr. John Stuart Mill». Cf. Schumpeter (1954), pp. 669-70; Forget (1991); Negishi (1986); Ekelund y Thommesen (1989); Jenkin (1887), p. 94; Mill (1967), p. 635; Schwartz (1972), pp. 90-101, 274.

[26]. Jenkin (1887), p. 86; Creedy (1992), p. 172.

[27]. Jenkin (1887), p. 89.

[28]. Ibíd., pp. 92-93.

[29]. Ibíd., pp. 93-94.

[30]. Ibíd., p. 97.

[31]. Ibíd., p. 102.

[32]. Schwartz (1972), p. 92; Schumpeter (1954), p. 942.

[33]. Jenkin (1887), pp. 107-108.

[34]. Ibíd., p. 109.

[35]. Ibíd., p. 112.

[36]. Houghton (1958), p. 53; Humphrey (1992), p. 19; Jenkin (1887), pp. 113-115. Hay un error en la página 114, cuando Jenkin concluye que cuando todo el impuesto recae sobre los compradores la demanda es vertical: debe decir horizontal.

[37]. Ibíd., pp. 112-15.

[38]. Edgeworth (1923) y Spengler (1971), p. 37.

[39]. Diversos especialistas han destacado este carácter de outsider de Fleeming Jenkin. Puede mencionarse al autor del manual que más atención presta a Jenkin: Whittaker (1948), pp. 504-5.

[40]. Uemiya (1981), p. 175; Jevons (1977), Vol. IV, p. 66.

[41]. Jevons (1977), Vol. III, p. 166.

[42]. Ibíd., pp. 167-178; Creedy (1992), pp. 119-20; Black (1962), pp. 199-200.

[43]. Jevons (1871), pp. 148-50.

[44]. Ibíd., p. 65. Los otros nombres que da son el americano Simon Newcomb (1835­1909) y los británicos Henry Dunning Macleod (1821­1902), George Darwin (1845-1912) y Alfred Marshall.

[45]. Ibíd., p. 50-51; Uemiya (1981), pp. 181, 187.

[46]. La única excepción es la Figura 7 en Jevons (1871), p. 160; cf. también Uemiya (1981), pp. 184-85.

[47]. Jevons (1977), Vol. VI, p. x; Black (1987); Robertson (1985), p. 48; Staley (1989), p. 140; Brownlie y Lloyd Prichard (1963), pp. 215­6; Houghton (1958), p. 53n; Ekelund y Hébert (1992), pp. 329, 385. Parece claro que es el método gráfico lo que lleva a que Jevons se apresure a terminar y publicar su Theory. Uemiya (p. 186) conjetura que la razón última del trato poco cariñoso de Jevons hacia Jenkin se explica no porque éste se hubiese adelantado a aquél sino porque Jevons no quería verse mezclado con alguien que, al no basar su análisis en la utilidad, no confluía con él en el nuevo carril anticlásico hacia donde deseaba impulsar a la teoría económica. Es interesante a este respecto que Marshall se remitiese a Cournot, que se enrola aún más que Jenkin entre los no subjetivistas.

[48]. Marshall (1920), p. 394n. Marshall no cita el trabajo concreto de Jenkin. Sólo habla de «Edinburgh Philosophical Transactions» y 1871. Son dos errores. La fecha correcta es 1870 y aunque los artículos de 1868 y 1870 son de Edimburgo, ninguno corresponde a esa cita. «Marshall fue generoso de forma sistemáticamente exagerada con sus predecesores clásicos y más bien tacaño con sus contemporáneos»; Gordon, (1973). «Marshall era muy consciente de su papel como líder nacional», Schumpeter (1954), p. 840.

[49]. Marshall (1961),Vol. II, pp. 534.

[50]. Pigou (1925), p. 99.

[51]. Ibíd., p. 416. También fue poco generoso Marshall con Hans von Mangoldt (1824­1868), Dupuit y Léon Walras (1834-1910); cf. Schneider (1960); Segura (1987 y 1988); Schumpeter (1954) pp. 838-40 y 1061; y Houghton (1958), p. 53n.

[52]. Para Keynes «la idea de aplicar métodos matemáticos [a la economía] estaba en el aire, pero todavía [hasta Marshall] no había producido nada sustancial» y «en 1867 [Marshall] empezó a desarrollar los métodos diagramáticos»; Keynes (1963), pp. 150 y 153. Schumpeter (1954) comenta: «Una y otra vez me ha impresionado el hecho de que economistas competentes e incluso eminentes incurran en la acrítica costumbre de atribuir a Marshall lo que, "objetivamente", debería ser atribuido a otros (¡incluso la curva de la demanda "marshalliana"!)», p. 839n.

[53]. Marshall (1975), Vol. 1, p. 39.

[54]. Creedy (1992), p. 68.

[55]. Bradley (1989).

[56]. Marshall (1975), p. 45n.

[57]. Ibíd., Vol. 2, p. 241. La simpatía de Whitaker por Marshall se observa en este breve comentario: «Parece probable que Jenkin haya sido anticipado por Leslie Stephen, que era como Marshall un Wrangler de Cambridge», p. 41. Esta conjetura, basada en un inédito cuaderno de notas de Stephen que Whitaker cita a través del biógrago de aquél, es poco defendible. Sir Leslie Stephen (1832-1904), distinguido intelectual, padre de Vanessa Bell y Virginia Woolf, no fue un economista ni un científico, sino un hombre de letras. Su biógrafo, Frederic William Maitland, fue un historiador. En una carta Stephen revela poco aprecio por Thornton, «que siempre está aburriendo a todo el mundo con la oferta y la demanda». Maitland (1906), pp. 45-6, 73, 75, 189. Entre los colegas de Stephen en Cambridge se contaba William Whewell (1794-1866), un notable pionero de la economía matemática. Incidentalmente, Marshall no lo menciona jamás. Los interesantes trabajos de Whewell, un matemático tan cauteloso como Marshall sobre las posibilidades de las matemáticas en la economía, pueden verse en Whewell (1829). Hutchison sostiene que los análisis de Whewell «difícilmente pueden haber sido desconocidos por Marshall»; Hutchison (1967), p. 77 y la extensa nota 4, pp. 77-79.

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Fecha de actualización: 10/06/98